A PROPÓSITO DE UNA MIRADA

El gato alrededor

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Mele Bruniard, “Gatos”

Foto: ARCHIVO

 

Estanislao Giménez Corte

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I

Nuestra relación es extraordinariamente callada y plácida. Él anda por ahí, bello en su sigilo, perfecta figura dibujada por la naturaleza que recorre la casa. En movimientos leves y un poco ausentes, altanero, ofrece apenas una presencia fantasmal que mira las cosas y las gentes a prudente distancia, o desde arriba, o desde afuera, como quien escruta un espectáculo circense -el de una familia que va y viene todo el tiempo, bulliciosamente- y prefiere no involucrarse en ese caos humano. Pide unas pocas cosas, cada tanto: lo hace con distinción, con determinación, con una seguridad que pareciese alejarlo definitivamente del mundo de las bestias y reconciliarlo vaya a saber uno con qué tradición, acaso con la de los animales sagrados y deidades de las mitologías. Compartimos algunas mañanas, solos en la casa. Él hace todo coreográficamente, prodigio de huesos, tendones y músculos. En ocasiones percibo, además de su presencia que es como un rumor lejano, un cierto vínculo íntimo despojado de teatralidades y de afecto, casi funcional, que cambia de repente en una mirada congelada y vidriosa que me despabila. Así, el rostro bello y ausente parece tranfigurarse en una dura convicción arrojada sobre mí: intuyo que son sus nobles esfuerzos por saltar la distancia que nos separa. Siento, en la espalda, en mi cuello, un alerta de los poros. Sé que me mira fijamente y yo, aunque disperso en mis cosas, giro a los lados y trato de adentrarme en la mirada amarilla y abismal, donde se adivina una suerte de interpelación o de clave que yo, miope, soy incapaz de leer. Me mira todo a lo largo de larguísimos segundos, como esperando algo, como analizándome, como preguntándome. Notoriamente, sólo alcanzo a rozar la superficie y el resto se me escapa. La perfecta simetría, la pupila ovalada verticalmente (por momentos su globo ocular pareciera semejarse al de un reptil) hacen más ostensible una especie de carácter trascendente -velado para mí- de ese pequeño episodio. Entonces no sé qué hacer ni qué responder y sólo lo miro. Entonces nos miramos largamente hasta que él, desengañado, se cansa y cambia la posición de su cuerpo y vuelve a su sueño.

II

Quisiera que nuestra relación fuese más callada y plácida, pero él es ruidoso, desordenado, bastante movedizo, aunque a veces cede y pareciese concentrarse en algunas cosas. Ése es el tiempo que disfruto. Me gusta dormir cerca de él; no demasiado. La mayoría del tiempo observo sus movimientos, algo torpes, como desarticulados. Parece un niño cuando habla a los gritos y se ríe con los niños de la casa. Los humanos no parecen muy hábiles en su organización. Todo resulta exagerado, al borde del colapso. Bestias al fin, ríen, hablan, comen y se mueven con estruendo y apuro. Les cuesta quedarse quietos: arman y desarman cosas, encienden y apagan elementos y aparatos. No disfrutan la calma y el silencio. No entienden nada. Él hace esfuerzos, pobre. Le gustan las artes. Lee y escribe. Es voluntarioso, pero sólo eso. A veces lo miro hondamente. Él no puede ver más allá de mis pupilas.

III

Él, cubierto de pelos blancos, grises y negros en armónica composición, elige determinados recovecos específicos para sus siestas matinales: un rectángulo por donde entra un pedazo de sol, el techo de una biblioteca apiñada, pilas de diarios de algún mueble. Muchas noches responde al llamado de la especie y sale a saborear la noche. Practica un sabio equilibrio: come poco (varias veces al día), duerme mucho (varias veces al día), observa todo. Su aparente desinterés y aún su calma oriental se quiebran cuando vuelve sobre mí como una marea: paciente, cansadamente, el gato se esfuerza en decirme algo. Sólo veo los tonos hermosos, el equilibrio de las formas, detalles para las delicias de los fotógrafos. Nada más. Recuerdo entonces los cientos de casos de grandes maestros de la escritura que escribieron sobre sus gatos o que posaron con sus animales en fotos. Se cuentan por decenas. Son los más grandes. Ellos, es evidente, sí entendieron. Alguna cosa se han dado unos a otros. Mi caso será no entender, pero sí disfrutar esa belleza. Eso sí lo entiendo.