Espacio para el psicoanálisis

El amor neurótico

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“Los amantes” (1928), de René Magritte.

 

por Luciano Lutereau (*)

Una de las preguntas habituales entre los neuróticos es la que se formula respecto de sus pasiones, en particular, el amor. Siempre es claro saber que se está enojado o se odia a alguien, pero el amor es más esquivo, difícil de cernir.

“No sé si estoy enamorado”, suele decir el neurótico, y curiosamente uno de los modos de indeterminación del amor se proyecta en el horizonte temporal. “Porque cuando estaba con X pensé que lo amaba, y quizá me pase lo mismo en el futuro”. Dicho de otra manera, ese uso neurótico del tiempo con todo el visillo de una racionalización tiene el propósito de enmascarar una cuestión fundamental: la variabilidad del amor.

No nos referimos aquí a la distinción de sentido común entre estar enamorado y amar, sino a que tampoco se ama de la misma forma a distintas personas. El amor se dice de muchas maneras como decía Aristóteles acerca del problema del Ser y la pretensión neurótica de reconocerse en el amor, de identificarse con un sentimiento tal que daría cierta certidumbre yoica es siempre a expensas de un hecho evidente: el amor conmueve al yo.

Por lo tanto, la pregunta acerca del amor como un estado propio no tiene respuesta. En todo caso, más importante es advertir el modo en que el neurótico padece el amor para que sean sus reacciones los indicadores más preciosos de la vida emocional. Por ejemplo, es un observable clínico que los hombres no puedan dejar de planificar la relación ante la menor incidencia del amor. El obsesivo puede dudar acerca de si está enamorado, pero mientras tanto, planifica que la casa tenga una habitación para un hijo. Esta situación particular suele producir la desesperación más grande entre las mujeres, quienes suelen acusar recibo del amor a través de la angustia y, eventualmente, de las más diversas fantasías de captura y pérdida de libertad. No obstante, ¿qué libertad se tiene cuando no se la puede elegir y, por lo tanto, ponerla en acto?

En resumidas cuentas, el amor se comprueba en los modos de acusar recibo del amor, en los distintos modos de defensa ante sus efectos. Podríamos decirlo de una manera cuasi paradójica: el amor no es un sentimiento, sino que es la forma en que respondemos a su presencia. Para el neurótico, esta respuesta siempre va a ser sintomática. El obsesivo, mientras vacila, intentará controlar la pasión (sucumbiendo a la pasión del control); la histérica buscará ponerlo a distancia, con la fantasía de perderse a sí misma (verse sometida, degradada, etc.), pero ¿no hay algo más penoso que necesitar de la ausencia del otro para poder sostener el amor? No son pocas las histéricas de nuestro tiempo que sostienen su deseo en la necesidad de “extrañar” (reconocerse como deseantes cuando ese deseo queda en falta). Para ambos casos de neurosis, vale la misma vía de indeterminación subjetiva, el neurótico queda dividido entre lo que siente y lo que hace.

(*) Doctor en Filosofía y magíster en Psicoanálisis por la Universidad de Buenos Aires, donde trabaja como docente e investigador. Autor de varios libros, entre ellos: “Los usos del juego”, “Celos y envidia. Dos pasiones del ser hablante” y “La verdad del amo”.