La vuelta al mundo

Musulmanes y Estado Islámico

17-2474205.JPG

Fotograma del video que muestra la ejecución de David Haines en manos del Estado Islámico. Foto: EFE

 

David Haines es el nombre de la nueva víctima del Estado Islámico (EI), como ayer lo fueron James Foley y Steven Sotloff. O como anteayer lo fue Daniel Pearl. En realidad, ellos son un número más entre los asesinados por esta organización que reivindica el Islam; lo que los diferencia de otras víctimas es la exhibición mediática de su muerte. Antes del EI, se ejecutaba en las sombras o en la plaza pública, pero el espectáculo de la muerte, valiéndose de los recursos tecnológicos avanzados, es un dato nuevo en esta saga del terror perpetrada por fanáticos.

Hay otro rasgo que distingue al EI de sus predecesores: controla un territorio, un territorio que según las cifras disponibles triplica al de Israel y hay quienes dicen que su extensión en estos momentos es muy parecida a la de Jordania. Ya no se trata de terroristas o guerrilleros, sino de un ejército que reúne los requisitos de una formación militar convencional, con sus jefes, subjefes y subalternos. El control del territorio es por parte del EI una exhibición de su poderío actual, pero una manifestación de su debilidad futura.

A las modalidades militares, entre las cuales incluyen la disponibilidad de armas de alta tecnología, suman otro rasgo singular: la integración de voluntarios de todo el mundo y en particular de Europa. Se trata de hijos y nietos de inmigrantes musulmanes que descubren las virtudes del fanatismo y marchan hacia Mosul, Faluya, Tikrit o Raqqa para ponerse a disposición de sus jefes espirituales.

No sólo los hijos o nietos de musulmanes se suman a esta cruzada del Islam, a esta suerte de internacional del fanatismo. También lo hacen voluntarios procedentes de otras tradiciones religiosas, caballeros que de la noche a la mañana han descubierto que morir por Alá y por Mahoma justifica la existencia. Por un camino o por otro, el EI ha transformado a su territorio en una suerte de Meca del terror.

La movilización de estos cruzados ha despertado inquietantes interrogantes en Occidente. ¿Qué lleva a jóvenes educados en Occidente, muchos de ellos educados en universidades y pertenecientes a las clases medias y acomodadas, a desclasarse o “descivilizarse” de esa manera? La pregunta es válida, pero conviene tener presente que quienes hace casi quince años perpetraron el atentado contra las Torres Gemelas también eran jóvenes con educación universitaria. La educación en este caso no es antagónica con el fanatismo.

El EI es poderoso pero no invencible. El fundamentalismo lo aísla incluso del mundo musulmán. A diferencia de Al Qaeda o Irán, cuyo enemigo es EE.UU., para el EI sus enemigos hoy son los musulmanes chiitas, los cristianos, los kurdos e incluso los religiosos provenientes de su misma facción sunnita. En ese contexto, no le resultará sencillo mantener las posiciones adquiridas en los últimos meses.

La sensación dominante es que caerán tan rápido como subieron. Una suma de casualidades trágicas, entre las que merecen mencionarse el debilitamiento político de los regímenes de Irak y Siria, produjo como consecuencia la emergencia de esta banda financiada en sus orígenes con dólares provenientes de Arabia Saudita y Qatar, pero atendiendo al despliegue de fuerzas que se está consolidando, no es aventurado suponer que sus horas están contadas.

Los costos de esta victoria serán altos, pero el desenlace será más o menos previsible. Por lo pronto, la estrategia de Obama parece bien encaminada. Se trata de forjar un acuerdo con las grandes potencias de la ONU y un entendimiento con sunnitas y chiitas. El presidente de EE.UU. advirtió que sus aviones no estarán al servicio de los jeques y caciques hoy asustados por la expansión del EI que ha puesto en la mira inmediata no a Occidente sino a los propios musulmanes, que no se avienen a entender dónde está la verdad del Islam.

EE.UU. dará el apoyo aéreo y logístico, pero la batalla en tierra la deberán librar los principales afectados por un terror que muchos de los que hoy ponen el grito en el cielo contribuyeron a crear, y que en más de un caso practican sin culpas ni remordimientos. Como todo imperio, EE.UU. está obligado a intervenir, sabiendo de antemano que haga lo que haga siempre será criticado, no sólo en el mundo sino también fronteras adentro. Por ahora, lo que ha decidido es que ningún soldado participará en los operativos por tierra. Por ahora.

El EI no es la única expresión terrorista del Islam. Los métodos de exterminio, su impiedad y su fanatismo no son novedosos en este universo. Lo que diferencia al EI de otras bandas, es una lógica de muerte más sistemática, una decisión implacable que no se detiene en consideraciones humanistas o especulaciones políticas. Viven y matan sin culpas. Y, además, se jactan del dolor que infligen.

Obama se equivoca al decir que no se trata de musulmanes, porque con sus actos estarían traicionando las enseñanzas del Islam. Sus palabras están condicionadas por las necesidades tácticas, por las exigencias políticas de un acuerdo con otras facciones musulmanas, pero no son verdaderas. Guste o no, el EI pertenece a la cultura musulmana; ésos son sus valores, sus símbolos y su manera de entender el poder. Es verdad que sus salvajadas han escandalizado a muchos musulmanes y han aterrorizado a otros que también practicaron el terrorismo, pero ninguna de estas consideraciones puede desconocer lo obvio.

Las diferencias existentes entre las diversas facciones musulmanas existen y merecen atenderse, pero nada se gana con negarle su condición religiosa a una banda cuyos métodos, objetivos y consignas de propaganda son religiosos. El EI es terrorista, pero también lo son los talibanes, en Afganistán; Hamas, en la Franja de Gaza; Hezbolá, en el Líbano; Boko Haram, en Nigeria, o Al Qaeda donde logra implantarse. También son terroristas -y de la peor calaña- lo que atentaron contra la Amia en Buenos Aires. Las decapitaciones y las torturas no las inventó el EI. Tampoco inventó la discriminación religiosa contra cristianos y judíos. No se deben minimizar las diferencias existentes entre las diversas facciones musulmanas, pero tampoco se pueden ignorar sus coincidencias fundamentales.

Es peligroso decir que todos los musulmanes son terroristas, pero también es peligroso y, sobre todo, se falta a la verdad, desconociendo que en esta religión, por alguna grieta o fractura, el terrorismo hace rato que se ha colado. Se supone que en el mundo, la religión musulmana suma unos 1.200 millones de personas. El terrorismo, con sus militantes, aliados, colaboradores y simpatizantes suman en el mejor de los casos una minoría del diez por ciento. Lo que sucede es que en la escala que hablamos esa minoría representa en le mundo alrededor de 120 millones de personas. Con mucho menos, Hitler dio que hablar en su momento.

Importa decir que no en todas partes los musulmanes se aproximan al terrorismo. Sin ir más lejos, en EE.UU. existe una comunidad musulmana que convive pacíficamente con otras comunidades. Así se explica que una semana después del atentado a las Torres Gemelas, el presidente George W. Bush haya asistido a una ceremonia religiosa celebrada en una mezquita. Para que un presidente identificado con los halcones y furioso por lo sucedido en Nueva York haya tomado la decisión de asistir a una mezquita, es porque los musulmanes son una comunidad integrada a la nación y diferenciada del fundamentalismo.

En la Argentina, la comunidad musulmana es mayoritariamente pacífica y su integración a la vida nacional es un dato evidente de la realidad. Pero no puede decirse lo mismo de -por ejemplo- las comunidades musulmanas de España, Inglaterra o Francia. Po razones diversas, allí no sólo el fanatismo está presente, sino que hay buenas razones para creer que existe una estrategia de conquista cultural.

Insisto: no todos los musulmanes son terroristas, pero el único terrorismo vigente en el mundo es de origen musulmán. Ese dato es necesario tenerlo presente. Y, en primer lugar, lo deben tener presente los musulmanes que no quieren saber nada con el terrorismo.

por Rogelio Alaniz

[email protected]