Entrevista a Luciano Lutereau

Ese juego de niños que llamamos psicoanálisis

Luciano Lutereau es doctor en Filosofía y Magíster en Psicoanálisis por la Universidad de Buenos Aires, donde trabaja como docente e investigador. La editorial de psicoanálisis Letra Viva ha publicado su nuevo libro “El idioma de los niños. Lo infantil en nuestra época”.

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Por Augusto Munaro

—“El idioma de los niños” es su último libro, que reúne varios de los artículos publicados en El Litoral, ¿cuál es el hilo conductor de los diversos textos?

—Mi propósito con este nuevo libro fue recuperar la dimensión actual en que se presenta lo infantil, no sólo en la experiencia del psicoanálisis, sino en diversas coyunturas culturales, a partir de problemas específicos: los límites, la autoridad, los malos hábitos, etc. En particular, me interesa realizar una intervención sobre la expectativa que en nuestros días pesa sobre los niños, en un mundo en que les pedimos que crezcan sin conflictos, que se adapten más que nunca a los ideales de una época, siempre a expensas de su capacidad de jugar. Hoy, apenas esperamos que un niño no esté aburrido, perdimos el sentido de construir experiencias a través de lo lúdico.

—A propósito del juego, su libro destaca que el juego es algo diferente a estar entretenido, ¿en qué consiste esta idea?

—El juego nunca es lo que parece. Al menos, hay cierto aspecto del juego que desafía la intuición. Por lo general, cuando creemos que un niño juega, ahí no está pasando gran cosa. Y, por el contrario, es en ciertos márgenes casi imperceptibles donde cobra mayor relevancia la actividad lúdica. En primer lugar, porque el juego implica una actividad que pone en cuestión el ser de los participantes. Llamo a esta condición el “rechazo del ser” de los niños. En efecto, no hay injuria más dolorosa en la infancia que quedar fijado en un ser específico (“el que lo dice lo es”, suelen decir) sin interesar tanto de qué se trate como del hecho de “serlo”. Esta misma puesta entre paréntesis del ser puede comprobarse en las preguntas del “porqué” infantil, donde no se trata tanto de una inquietud epistémica como de interrogar quién cree que es aquella persona que habla. Puede haber más experiencia lúdica en una simple charla ocasional que en un sofisticado juego de mesa (o una computadora). Eso nos lleva al segundo aspecto, en que el juego se revela como instituyente de la ficción, de la verdad que impone la ficción en la infancia.

—Por cierto, existe un famoso refrán, que dice que los niños y los locos dicen siempre la verdad, ¿esto podría pensarse a partir del juego?

—En efecto, el modo de relación (con el ser) que implica el juego lleva a una tercera consideración: si no se trata del ser, es porque en la experiencia lúdica vale más hacerse. He aquí un aspecto del que suelen quejarse los padres: “se hace el tonto”, “me lo hace a propósito”, etc. En última instancia, estos reproches parentales indican un prejuicio habitual, la confusión del fingimiento infantil con la mentira. Los primeros juegos (hacerse el dormido, el distraído, etc.) siempre apuntan a comprobar que el adulto no sabe tanto como podría creerse. La ficción no es el engaño, y es un error rebajar el goce de la simulación (que tanto fascina a los niños) a una actitud taimada. En todo caso, cabría preguntarse mejor por qué los adultos tienen tantos pruritos para dejarse capturar por el mimetismo que tanto divierte a los niños, al punto de sancionarlo con una condena moral.

—Esta referencia a los padres nos lleva a una última cuestión, ¿este libro se presenta como una guía para padres y, por qué no, maestros?

—En cierta medida, es un libro que piensa en el punto de vista de los padres y educadores, aunque no se trata de una “guía” en sentido estricto. Un psicoanalista no puede decirle a los padres qué deben hacer con sus hijos (no hay padres “buenos” y “malos”) aunque sí podría tratarse de orientarlos para tengan una relación más fluida con la posición infantil de sus hijos, en particular, para que no queden destituidos de ese lugar de interlocutores privilegiados de los niños.