mesa de café

Máximo y su mamá

Remo Erdosain

Luminosa mañana de sol. Da gusto caminar por la peatonal, saludar amigos, comprar el diario, mirar vidrieras y llegar al bar de siempre para compartir la consabida mesa de café. El más eufórico de todos es José, que exhibe orgulloso una foto de Máximo Kirchner; el más burlón -como siempre- es Marcial. Abel y yo estamos más dispuestos a escuchar que a hablar.

—Estuvo genial el pibe el otro día -exclama José.

—Es lo que siempre sospeché -musita Marcial.

—¿Qué sospechaste? -pregunto.

—Que es un genio, se nota a la legua. Y no te cuento la hermana; después de Liliana Cavani creo que no hay nadie más importante en el cine.

—Vos reíte y tomanos el pelo -acusa José- pero la cuestión de fondo, que el compañero Máximo planteó de manera clara y terminante, es si ustedes se animan a competir con Cristina en las próximas elecciones.

—Yo no soy Boudou -dice Marcial- y por lo tanto no hago nada que esté prohibido por la ley.

—La ley no puede ir en contra de la democracia -exclama José.

—¿Y se puede saber qué entendés vos por democracia? -pregunto.

—Un orden político donde el pueblo decide -responde.

—Donde el pueblo decide en el marco de la ley -agrega Abel.

—Lo que quieras -refuta José-, pero lo fundamental es siempre la decisión del pueblo, salvo que ustedes quieran volver al voto calificado.

—No hace falta -aclara Marcial.

—Entonces -continúa José- si estamos de acuerdo con que el pueblo es el que decide, ¿por qué no la dejan presentarse a la compañera Cristina?

—No soy yo el que no la deja -aclara Abel- es la Constitución nacional, la misma Constitución que ella votó en 1994 en esta ciudad.

—Ella y su amigo de entonces, Augusto Alasino -agrega Marcial.

—Esto es -explica Abel- lo mismo que si en un partido de fútbol no voy ganando y exijo que en lugar de noventa minutos se jueguen ciento veinte, o que el árbitro nos permita a los de mi equipo jugar con la mano.

—No me convence el ejemplo -responde José-. Yo diría, siguiendo con el modelo, que sería como si después de golear al equipo rival, al partido siguiente no nos dejan jugar porque saben que les vamos a ganar de vuelta.

—Lo que yo sé es que las reglas de juego, en la vida como en la política, se deben respetar, y al que no lo hace en mi barrio se le dice tramposo -digo.

—Ustedes digan lo que quieran -dice José- pero lo que queda claro es que le tienen miedo a Cristina.

—Yo a los que le tengo miedo es a los amigos que tiene -admite Marcial.

—Tanto miedo no le debemos tener -exclama Abel-. Vos parece que te olvidás que el año pasado le dimos una buena paliza en las urnas.

—Pero ella no era candidata.

—Y yo lo siento por vos -digo-, tampoco lo va a ser en las próximas elecciones, porque aunque a vos te moleste en un país civilizado se respeta la ley.

—En un país civilizado se respeta la democracia -corrige José.

—La democracia sin leyes de juego, sin controles republicanos, no es democracia.

—Tanta retórica -insiste José- para admitir que la única que tiene votos en este país es ella.

—A lo mejor tenga votos -admite Marcial-, pero lo seguro es que tiene plata, mucha plata, al punto que no sé si en la historia argentina hubo un presidente que haya incrementado tanto su fortuna personal desde el poder.

—Ustedes que dicen defender tanto la ley, sabrán que esas acusaciones se deben probar, salvo que esas garantías no existan para los peronistas. Lo digo porque no me llamaría la atención que como en 1955 nos quieran negar el pan y el agua.

—No te hagás la víctima, que ni vos te lo creés -dice Abel-. Si tu amiga Cristina no hubiera tenido un juez a mano como Oyarbide estaría procesada por enriquecimiento ilícito. Ella y su marido.

—Si es tan mal gobernante, si su gestión es tan calamitosa, ¿por qué es la dirigente con más votos?

—Será porque el pueblo nunca se equivoca -dice Marcial con su inefable sonrisa.

—Vos insistís en que ella es la candidata con más votos, pero a esa afirmación nunca la podremos verificar porque no se va a presentar y, le guste o no, el año que viene deberá volver a su casa.

—O a los tribunales -agrega Marcial.

—Pero a mí me gustaría -continúa Abel- hacer una experiencia imaginaria. Pensar, por ejemplo, que ella pueda presentarse en las próximas elecciones, pero sin el aparato del Estado a su favor. Me explico mejor. Si ella dice tener tantos votos, que los pruebe en serio, que regrese al llano, que se vuelva a Santa Cruz y desde allí lance su candidatura nacional. Porque con el aparato del Estado, con los dineros públicos, hasta yo tengo votos.

—Es verdad -consiente Marcial-. Ella quiere ir a la reelección, pero en realidad lo que quiere es competir electoralmente con el Estado a su favor. Dice que tiene votos, pero lo que tiene es el Estado, sin esa maquinaria hasta Altamira tiene más votos que ella.

—Por eso, existen los límites a la reelección indefinida explico-, porque se supone que van a poner la estructura del Estado a favor de esa candidatura.

—Y yo pregunto -dice Abel-, ¿por qué si ella no se puede presentar, no lanzan la candidatura del hijo?

—Sería el candidato que los peronistas se merecen -observa Marcial, sin dejar de sonreír.

—Y si el hijo no quiere -agrega Abel- que se presente la hija, que me impresiona como una militante nacional, popular y carismática.

—Si fue capaz de entregarle el bastón presidencial a la madre, muy bien puede la madre entregarle el bastón a ella -digo.

—Lo importante -dice Marcial- es que todo quede en familia.

—El peronismo es una gran familia -digo.

—Como en Sicilia -agrega Marcial-, primero la familia; el compañero don Corleone siempre la tuvo clara. Y el compañero Néstor y la compañera Cristina también.

—A mí lo que me preocupa en serio -digo- no son los arrumacos del hijo a favor de la madre, sino las amenazas veladas y no tan veladas a los nuevos gobernantes.

—¿En qué momentos amenazó? -pregunta José

—Cuando dijo que van a seguir movilizados en la calle responde Abel-. Si esto lo dijera el presidente del partido Liberal de Noruega no me preocuparía demasiado, pero en boca de un peronista esto es amenaza de incendio.

—Lo que ocurre es que para ellos, la Casa Rosada es una Unidad Básica y cualquiera que la ocupe sin el carné de afiliado al peronismo, es un intruso

—El otro día me lo dijo mi esposa -recuerda Abel-, los peronistas me dan más miedo que los militares.

—No comparto -concluye José.

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