Anécdotas sarmientinas

Las anécdotas han sido conocidas y gustado siempre. Decía Merimée que las apreciaba porque en ellas encontraba una pintura real de las costumbres y los caracteres de personajes y del espíritu de una época determinada. Muchas lo tuvieron a Sarmiento como protagonista.

TEXTO. ZUNILDA CERESOLE DE ESPINACO. ILUSTRACIÓN. LUCAS CEJAS.

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Una anécdota aporta generalmente un matiz simpático a la historia, por lo general alegre, epigramático, de viva agudeza y rasgo atractivo; no obstante encontramos en ocasiones temas dramáticos.

Domingo Faustino Sarmiento fue un personaje de fuerte carácter, polémico, un genio para tratar a sus adversarios con ironía. No es por lo tanto sorprendente que abunden las anécdotas sobre él. Estas que se consignan a continuación son algunas de las numerosísimas historias que lo tienen como protagonista.

UN ARDID INGENIOSO

Sarmiento publicó en Chile en 1845 su libro “Facundo”. El gobierno de nuestro país era ejercido por Juan Manuel de Rosas, su archienemigo. Por supuesto se iba a impedir el ingreso al país de la obra del ilustre sanjuanino. ¿Qué sucedió para que ello fuera posible?

Sarmiento consiguió hacer entrar al país decenas de ejemplares a través de un paquete que despachó su amigo, el Dr. Adrián Rawson. El paquete fue rociado con Asafétida, un medicamento con olor hediodo y repulsivo, y acompañado por una carta que decía que contenía medicamentos contra la tos ferina.

Ningún empleado de correo quiso abrirlo y mediante este ardid comenzaron a circular los primeros ejemplares de esta obra en nuestro país.

CUPIDO DESVIÓ LA FLECHA

Sarmiento tenía 29 años y estaba apasionadamente enamorado de Elena Rodríguez, hermosa joven que era prima suya. Podía frecuentar la casa de su amada por ser pariente y por aprecio al padre de la jovencita, Don Ignacio Fermín Rodríguez, quien fue el que le enseñó a leer y a escribir.

Mecida el alma por un anhelar tierno, incesante y la esperanza, sumergíase en abismos de ventura y escuchaba la música errátil del viento, mientras los rayos de la luna iluminaban su melancólico amor.

Deseoso de saber con certeza si ella correspondía a sus sentimientos, comenzó a observar si respondía a sus saludos con una sonrisa, si festejaba sus ocurrencias, cómo reaccionaba ante un piropo...

Llegó a la conclusión de que Elena también sentía simpatía y cariño por él. Entonces escribió una carta muy conceptuosa y entusiasta a Tránsito Oro, madre de Elena, solicitándole la mano de su hija.

Recibió una respuesta negativa, no porque se lo despreciara sino porque Elenita no lo amaba como él lo había imaginado.

Cupido desvió la flecha del amor, dirigiéndola a José Antonio Sarmiento con quien finalmente se casó la joven mujer.

ALOCUCIÓN BILINGÜE

Siendo Sarmiento legislador debió nombrar en una alocución al célebre escritor británico Shakespeare, como estaba frente a un público de habla castellana, en vez de pronunciar correctamente en inglés ese apellido, dijo “Yaquespeare”.

Ante este hecho, muchas risas burlonas resonaron en el lugar. Sarmiento, con una mirada de desprecio, prosiguió su discurso, pero en perfecto inglés, idioma que dominaba.

Como en estas tierras pocos conocían esta lengua, la gran mayoría no entendió nada.

De esta manera les demostró quiénes eran los verdaderos incultos a los legisladores que habían reído; fue una lección imposible de olvidar.

LA MEJOR EMPANADA

En cierta ocasión en que en un almuerzo se sirvieron empanadas, a pedido de Sarmiento se verificó que entre los comensales estaban representadas todas las provincias.

Al saberlo, Sarmiento dijo que ninguna empanada del mundo valía lo que una empanada sanjuanina.

Ante el silencio de estupor que produjeron estas palabras, un jujeño expresó que respetaba lo dicho por Sarmiento, pero que era de presumir que no conocía la empanada de Jujuy, la más sabrosa; un correntino defendió la de su terruño. Poco a poco salteños, mendocinos, santiagueños, puntanos, etc. declararon que eran detestables todas las empanadas que no fueran las de sus pagos.

La discusión se convirtió en una batahola de apasionados defensores que creían que ellos eran dueños de la verdad.

Sarmiento impuso silencio y entonces expresó que se había hecho caso omiso de la empanada nacional. Que la discusión que se había originado era un trozo de historia argentina, pues mucha de la sangre que se había derramado había sido para defender cada uno su empanada.

Que era hora de desterrar el localismo y que sería bueno que alguna vez al lado del sacrosanto amor a la empanada del terruño y tener indulgencia por las demás empanadas. Instó a amar la empanada nacional, sin perjuicio de las demás.