Tarja Turunen en Brown de Rosario

Ritual de luces y sombras

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“Les quiero agradecer por el apoyo, por el amor que me siguen dando, después de tantos años”, dijo la finesa.

 

Ignacio Andrés Amarillo

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El martes se produjo la tercera vuelta de Tarja (Turunen, aunque alcance con el primer nombre) a Rosario, esta vez en el club Brown, remozado como salón de fiestas y convenciones. Como aperitivo del concierto de la más austral de las árticas, abrieron la noche bandas de la región, empezando por Abrasantia (Rosario) y Boudika (Villa Constitución), dos interesantes proyectos con solventes cantantes femeninas muy líricas, aunque “muy de género”; quizás por eso resaltó el cierre de los soportes a manos de Enigmática (Santa Fe), con su sonido “apto para todo público” y la voz de contralto de Daiana Pividori, con más personalidad propia que emulación de celebridades.

Interludio: La espera

Tras ese comienzo, vino el momento menos grato de la velada. Tras el izamiento del telón traslúcido con los colores y la leyenda de “Colours in the dark” (nombre del disco y la gira), se produjo un retraso de hora y media, que desde la organización achacaron primero a los cortes de luz y agua (“postulate, yo te voto”, le gritaron al que dio el anuncio) y después al cambio de generador.

La presencia

Pero cuando se apagó la música que “amenizaba” y se apagaron las luces, todos olvidaron enseguida la espera. Mientras sonaba la intro instrumental (que tributa a “Deliverance”), el telón dejaba ver cómo los integrantes del dream team sinfometálico tomaban sus lugares: los alemanes Alex Scholpp (guitarra y coros) y Christian Kretschmar (teclados y coros); los estadounidenses Kevin Chown (bajo y coros) y Mike Terrana (batería) y el argentino Julián Barrett (guitarra, uno de los “preferidos de la seño”). Y apareció la esperada figura, una sombra oscura de brazos en alto y la boca abierta como una banshee de los cuentos celtas.

Cuando el telón cayó sobre el comienzo de la pared de guitarras que Alex y Julián construyeron para “In for a kill”, la percepción fue completa. Plata sobre las uñas en los extremos de unos cuernitos metaleros, plata sobre los párpados de los ojos verdes y pícaros, que miran de reojo desde las cuencas profundas. Briznas de pelo oscuro levantadas apenas por el ventilador frontal. La sonrisa de mil dientes, que se ríe de los mitos de divismo de las goth queens. El voluminoso anillo de brillantes, el micrófono de cuerpo violeta y el conjunto negro (saco largo transparente, top, calzas y botas) sobre la blanca piel.

Y la voz, por supuesto. Amplia, con un timbre único, que trasciende la técnica: algo que muchas imitadoras no entienden. Más allá de que su técnica sea portentosa y le permita (por ejemplo) tirar agudos en vibrato dando saltitos de cancha (a veces parecería que con un solo pulmón le alcanzaría).

Saludo bilingüe: “Es increíble estar aquí nuevamente, guau. Muchísimas gracias. Let's rock tonight, yeah?”. De ahí a “500 letters”: “I see you in your dreams”, corearon todos, en la primera canción del último disco. “Little lies” fue el regreso a las canciones de “What Lies Beneath”, cuando pidió las manos arriba y los integrantes del fans club Winter Storm Argentina mostraron unas pulseras de colores que eran para algo que después olvidaron.

Climas

“Falling awake” arribó con sus diferentes intensidades, antes de las muestras de afecto: “Les quiero agradecer por el apoyo, por el amor, que me siguen dando, después de tantos años”, dijo la finesa, y la hinchada coreó: “Tarja es argentina”; “I walk alone” (único tema de “My Winter Storm”) se consagró como himno, de la “cajita de música” al estribillo.

El segmento siguió con el barroco y las voces masculinas de “Anteroom of death”, y encaró las canciones nuevas con “Never enough”, que se prolongó en solos de Scholpp, Barrett y Terrana (con sus malabares entre golpe y golpe). Eso para que Tarja se cambie (pollera larga de cuero azul, musculosa con pechera negra de lamé con vivos rojos y micrófono naranja) para encarar su versión de “Darkness”, de Peter Gabriel, seguida por el metal de guitarras de “Neverlight”.

“¿Ya están cansados? Tuvieron que esperarnos, no sé que mierda pasa”, fue su alusión a la demora. “¿Quieren más?”, preguntó con obvia respuesta, para entregar el lirismo y las coloraturas de “Mystique voyage”, con su letra también bilingüe, y estallar de nuevo con el power de “Die alive”, con las manos arriba. La sinfónica “Deliverance” fue uno de los momentos en que se pudo escuchar su voz armonizada con líneas grabadas (como si nadie pudiera cantar con ella más que ella misma).

Y llegó una despedida y el anuncio de “la última de la noche”: fue “Medusa”, con su introducción étnica y su clímax eléctrico.

Por la vuelta

Saludo, reverencia “y Tarja no se va”. Terrana marcó el redoble inspirado en el “Bolero” de Maurice Ravel; Kretschmar, el otro pilar, le puso cuerdas y oboe para abrir “Victim of ritual”, con el tercer vestuario (la túnica con capucha del video, más un micrófono rosado) y las marcadas erres en el estribillo.

“Wish I had an angel”, su vuelta a los tiempos de Nightwish, desató un pogo importante, con Alex tomando protagonismo vocal. El fervor de la masa se prolongó en los coros de “Until my last breath”, que cerró justamente con los últimos alientos. Todos se fueron, menos ella. El gesto de “una más” (a la audiencia) y “vuelvan” (a los músicos), desembocó en la energía celta de “Over the hills and far away” (tema nightwishero pero original de Gay Moore, así que “total Tuomas no cobra por ello”, pensará alguno). Ahí el pogo fue mayor, rueda incluida.

Entonces, los últimos palillos y púas fueron obsequiados, la despedida fue definitiva, sin mediar más palabras. La química de Tarja y su público cerraba otro capítulo de la saga.

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Compañeros: con el guitarrista argentino Julián Barrett, uno de sus colaboradores dilectos. Fotos: Gentileza Remigio Bouquet