SEÑAL DE AJUSTE

Las aventuras de Isidorito

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“Yo, Guillermo” sería el monumento definitivo de una vida que despierta en todos el deseo inconfesable de cambiarla por la propia. Foto: Télam

 

Roberto Maurer

En esta década ganada en vicios, con sus casinos el empresario Cristóbal López ha sido un gran emprendedor. Desde su señal C5N acompaña las actividades prácticas de sus casas de juego con la difusión de ejemplos apropiados. Los viernes, a las 22, se está repitiendo “Yo, Guillermo”, un ciclo ya emitido en 2013, donde Guillermo Coppola cuenta su vida y describe otra década ganada, la de los ‘90. Esta autobiografía ha sido la coronación de un operativo revisionista donde aquel personaje asociado a la vida fácil y el crimen organizado fue siendo reconstruido por los medios hasta convertirse en un veterano simpático que cuenta anécdotas, pero no todas (1), con la picardía que suele ser un pasaje seguro al panteón de los orgullos nacionales.

Para el canal Infinito ya había hecho “El representante de Dios”, pero “Yo, Guillermo” sería el monumento definitivo de una vida que despierta en todos el deseo inconfesable de cambiarla por la propia.

De todos modos, deja una imagen algo lastimosa, ya que desnuda la personalidad de un medio pelo con pretensiones de jailaife, a la inversa de su antiguo compañero Maradona, quien, coherente, se pone de novio con chicas de barrio y se emborracha para terminar a los botellazos en los peores piringundines de Croacia luego de visitar al Papa.

CONVERSACIONES DE TRAVIESOS

A través de diálogos post-socráticos se coloca al alcance de la audiencia el pensamiento vivo de Guillermo Coppola. He aquí uno de esos encuentros. “Todos saben que me gusta cuidarme al extremo, manos, piel, pelos, cremas, todo, mucho gym”, comienza Coppola, para recordar una sesión de manicuría “en una mañana inolvidable” con un amigo pelado, actor, que dice tener “más historia que Inglaterra”, y cuya identidad desconocemos.

—Capito, qué alegría que viniste-, lo saluda, mientras la manicura trabaja con un instrumental digno de la Fundación Favaloro- Cuando eras travieso me visitaste un par de veces, creo.

—Sí, después me saqué las tetas y deje de ser travieso-, ríe el pelado. -Estoy en un lugar que no es tu casa, es un museo, esto forma parte de la historia de todos los argentinos, el jarrón de Guillote, todo el mundo sabe lo que es (2).

—Contame cómo conquistaste a ese pedazo de mujer linda inteligente, agradable, buena madre...-, le pregunta Coppola.

—Ademas tiene la dentadura completa-, comenta con gracia el pelado. Podrían estar hablando de una yegua. Luego, Coppola cuenta cómo conquistó a la suya. En tanto, la manicura sigue trabajando, y el pelado bromea:

—Es una mariconada lo que te estás haciendo.

—¿Sabés cuando me dí cuenta de que corría riesgos? Cuando me encremaba en la cárcel. Fui a Caseros después de 60 días en Dolores, donde yo tenía cierta intimidad, un celdita para mi solo y lejos del pabellón. Pero en Caseros, pabellón. Primer día, ducha. Yo soy de la ducha. Fui a mi celda, arreglé mis cremas y me empecé a encremar. Los talones, las piernas, los codos... De repente pasa el poronga.

—Vos estabas tentando a los leones...- comenta el pelado.

—¡Claro! No me había dado cuenta, para mí era un hecho natural, cotidiano. El cabito me mira en el borde del camastro y me dice “Cóppola, ¿qué hacés?”. Nada, me pongo la crema. “¿La crema? ¿Sabés donde estás? Dejá la crema, sino mañana te encremamos nosotros”.

Coppola es expresivo con las manos, y sabe imitar los modos zafios del guardiacárcel, cuya insinuación lo indujo a ser prudente: “Acá nunca más me pongo crema, no me baño y me dejo la barba”.

DíAS DE FIESTA

Naturalmente, Diego Armando Maradona es la figura central. En uno de los capítulos Coppola evoca cuando, para celebrar la llegada del año 2000, se instalaron en una chacra de Punta del Este. “A Diego no le gustan los ambientes fashion de Punta del Este, a mí sí, porque ahí se pueden levantar las mejores minas”, apunta.

Fue la noche que culminó con Maradona al filo de la tumba, internado de urgencia en el sanatorio Cantegrill con un pico de hipertensión y taquicardia. Los estudios confirmaron lo previsible, o sea que se trataba de una sobredosis de droga, y no tanto la acción lenta del colesterol por la ingesta de asado.

Habían hecho un canje de supermercado y Maradona programó un asado, que según Coppola, es la puerta de todos los excesos de su ex pupilo. A cierta hora, el futbolista se retiró con amigos a su cabaña, y allí se concretó lo que alguien definió con el interesante nombre de “orgía abierta”. Iban a celebrar la llegada de 2000 pero, con melancolía, se pude interpretar que fue la despedida de los felices ‘90.

LA VIDA NO LE ENSEÑÓ NADA

Resulta tentadora una alusión a Coppola como al Boswell de Maradona, cuya actitud ante la sociedad, al fin, tiene algunos puntos de contacto con la arrogancia brutal del doctor Johnson.

Durante años, Coppola fue la sombra de Maradona, como Boswell lo fue de su biografiado. El malicioso Lytton Strachey supo decir de Boswell que era “un bufón, un derrochador”, y que “carecía de cualquier clase de dignidad”. No habla de Coppola, sino de un escocés del siglo XVIII, y agrega: “Así nació y así permaneció, la vida no le enseñó nada”. Lo único importante fue conocerlo a Samuel Johnson, como Coppola a Maradona.

En este caso hubo ruptura. ¿Fue Guillermo Coppola un compañero y representante infiel? En “Yo, Guillermo”, se oye decir a un amigo común: “Las putas y las drogas no se facturan”. Es decir, si se trata de justificar diferencias de caja, nunca hay papeles. Como se señaló, es una serie que derrocha sabiduría.

(1) El 24 de abril de 1994 asesinaron a Poli Armentano. Volvía de cenar con Ramón Hernández, el valet de Menem, y Guillermo Coppola, a quien cuatro testigos vincularon al crimen. Si alguien quiere escuchar anécdotas, puede pedírselas a Gregory Phillips, un ex jefe de la agencia de la DEA en Argentina, o viajar a Nápoles y preguntar por Pietro Pugliese. “Yo consigo, no hay problema” era una frase común en aquel círculo de amigos.

(2) Por si “todo el mundo” no lo sabe, el jarrón contenía cocaína y fue la prueba con la cual el juez Bernasconi armó la causa que depositó a Coppola en la cárcel.