Comiendo en el auto

Comiendo en el auto

Los niñitos deben ir atrás, con sus cinturones. Es un acto de protección y de amor. Ahora bien: por qué nadie habla de lo que esos energúmenos -tus hijos- hacen ahí atrás con la comida y la bebida. Estoy caliente, pero esta nota me deja helado...

 

TEXTOS. NÉSTOR FENOGLIO ([email protected]). DIBUJO. LUIS DLUGOSZEWSKI ([email protected]).

Uno de los primeros inconvenientes que se presentan es el de la salida a comer en familia. Vos morfaste y chupaste, tu señora también pero los niños, esas criaturitas adorables, son más lentos, más dispersos, más todo, todo el tiempo. Tu instinto de ahorro, o la practicidad de tu pareja determinaron que el mozo envuelva la hamburguesa o las papas “para cuando le vuelva el hambre” y eso ocurre tres minutos después, en el auto, que, como se sabe, es un no lugar reconocible. Allí los niñitos, vuelven a darle a la hamburguesa que esperó hasta ese momento para chorrear su mejor gota de mostaza o mayonesa, mientras el más pequeño te dice, simpático, papi, te me cadyó da coca. Tu nene todavía habla mal, pero ensucia muy bien. Los asientos traseros comienzan a ser espantosos basurales a cielo cerrado...

Otro sitio que propina un montón de materiales para escrachar tu auto, son los cumpleañitos de los amiguitos de tus nenitos, todos tiernitos dinosauritos que lo ensucian todito. ¿A quién corno, en su sano juicio, se le ocurre regalar al final del cumple un helado?

Tu hijo ya está lleno de porquerías: panchos, papitas, palitos, gaseosas, tortas, caramelos y encima recibe un palito helado. Excepto que se trate de fin de julio o principio de agosto -y ahí no te regalan helados- acá hace calor siempre, con lo que el helado empieza a derretirse primero morosa y amorosamente sobre la mano de tu hijito y luego sobre todo.

Él se refriega y limpia con lo primero que tiene a mano, es decir, el tapizado del auto que con tanta unción cuidás y limpiás. Y esos helados tienen la propiedad de derretirse ya sea que tu hijo quiera comerlo en el acto-auto o que no quiera hacerlo. De última, si empieza y nunca termina de comerlo, al menos uno cree que lo que tragó no irá (esperemos) automáticamente al tapizado.

Después tenés esas tutucas o pororós con caramelo que vienen del cine o de un cumple o de una feria o de una plaza: un balde gigante que desde luego no puede ser terminado ni por todos los miembros de la familia (y que vale lo mismo que la cena completa) o esos empalagosos “algodones de azúcar”, unos ricos pegotes rosados que redecoran el sobrio tapizado de tu vehículo de alta, media, baja y ahora endulzada gama.

La ida al colegio de padres desorganizados (casi todos nosotros) plantea que la criatura apure su desayuno... en el auto. Vos habrás comprado esos simpáticos vasos con tapa y bombilla pero en algún momento de la succión, en algún bache, en alguna curva, incorporás al tapizado un lindo chorro de leche chocolatada, que le da ese toque animal print tan cool a tu cool auto, que ahora queda para el lado del cool...

¡Masitas del mundo (muy lindas, también, ésas que vienen pegadas con una crema blanca: no sé a las suyas pero a mis hijas les gusta despegarlas y pasarle la lengua: muy bueno para el respaldar de tu asiento), gelatinas pegajosas, mocos invernales y alergias de primavera, gaseosas y jugos (incluyendo esas espantosas cosas coloreadas y heladas que chorrean y aportan sus vivaces tonos a los tonos anteriores), barro, arena y otras yerbas (sí: también pasa con la yerba, aunque en este caso los volcadores pueden ser los mayores y no los niñitos), alimentos del mundo unidos y finalmente reunidos y refregados en el tapizado, yo los convoco a todos para que sigan aportando su vivo encanto en nuestros autos! Y así termina esta nota: nadie habla de estos temas, que son los verdaderamente importantes. Yo lo hago, finalmente, porque alguien debe hacer el trabajo sucio.