Crónica política

Lanata: periodismo y responsabilidad

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por Rogelio Alaniz

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“Los periodistas deberían hacer un minuto de silencio para reflexionar sobre su responsabilidad”. (Gabriel García Márquez).

Jorge Lanata no tiene derecho a referirse en estos términos a la oposición. Quiero ser más preciso: ni a la oposición ni al oficialismo. Es una cuestión de estilo, pero por sobre todas las cosas es una exigencia ética. Somos periodistas, no barrabravas. Escribimos, no vomitamos. Y se supone que defendemos la democracia y sus instituciones. Estamos comprometidos con un lenguaje. El periodismo es información, es opinión, pero por sobre todas las cosas es docencia. Así lo entendieron nuestros maestros. Un micrófono, una cámara, la columna en un diario no es un privilegio, es una responsabilidad.

La experiencia enseña que no es bueno adular a nadie. Los halagos excesivos terminan estimulando miserables vanidades. Vale para políticos, vale para periodistas, vale para todos. Pero sobre todo, vale para quienes disponen de cuotas de poder. Todas las variantes de la soberbia y la prepotencia se nutren del exceso de adulaciones y lisonjas. Todas. Lanata no es la excepción. Enfermo de importancia, supone que puede comportarse como un chico malcriado, con sus berrinches, sus vulgaridades y sus groserías. Para esos menesteres ya está Maradona. Alguna vez, una periodista valiente y talentosa nos advirtió a todos los argentinos acerca del peligro del enano fascista. La advertencia ahora debería hacerse extensiva a su primo hermano, a ese joven apuesto y bello que responde al nombre de Narciso.

Quienes conocen a Lanata dicen que sus desplantes no sorprenden a nadie. “Él es así”, como se dice en estos casos. Pues bien, si él es así, que cambie. O que se haga cargo de sus actos y aprenda a soportar las críticas que él habitualmente prodiga con tanta generosidad. Nadie con responsabilidades públicas debería estar eximido de ellas. O nos hacemos cargo de las responsabilidades de nuestra profesión o somos unos farsantes.

No recuerdo quién dijo que Lanata puede decir lo que se la da la gana porque existe libertad de prensa. Perfecto. Pero el argumento es incompleto. La libertad de prensa no se inventó para transformar al lenguaje en lo más parecido a una cloaca. O para agraviar a personas y partidos, que seguramente no serán perfectos pero que no merecen ser ultrajados. Mucho menos en nombre de la libertad de prensa.

Si aspiramos a una sociedad más libre, más justa y más solidaria, debemos esforzarnos por estar a la altura de eso ideales. No estoy predicando la santidad ni el puritanismo. No sería capaz de hacerlo. Y jamás se me ocurriría mirarme en ese espejo. Pero alguna vez aprendí que si hablo de la democracia debo tratar de ser democrático; si hablo de la libertad debo tratar de ser libre; si hablo de respeto debo tratar de ser respetuoso. Y si hablo de profesionalidad, debo de tratar de ser profesional. En todos los casos debo cuidarme de no adornarme con los atuendos de quien critico. No puedo criticar los comportamientos de Guillermo Moreno y después comportarme como si fuera Guillermo Moreno. No puedo criticarla a la Señora porque se define como una abogada exitosa y después comportarme como si fuera un periodista exitoso al que todos los caprichos le están permitidos.

Creo en el debate de ideas, creo en la polémica áspera y dura si es necesaria, pero para todo hay un límite. ¿Dónde está ese limite? Yo sé dónde está y supongo que Lanata también lo sabe. O por lo menos alguna vez lo supo. Además, Lanata no polemizó con la oposición, se limitó a insultarla.

Como conozco sus desplantes imagino el gesto despectivo o el ninguneo: “¿Quién es éste insignificante periodista de provincia que se atreve a criticarme a mí, que tomo mate con Dios?”. No me importa. Sé lo que escribo y sé lo que pienso. Escribo para mí y para los lectores. Y no me interesa contarlos. Si no fuera periodista lo mismo escribiría. No soy indiferente a los reconocimientos, pero no escribo para que me aplaudan o me soben el lomo Me equivoco como cualquier hijo de buena vecina, pero no me equivoco por plata. Creo innecesario reiterar mis posiciones críticas al gobierno nacional, pero las críticas las escribo porque pienso así, no porque me pagan. La diferencia tal vez sea sutil para algunos, pero de esas diferencias se nutren los grandes dilemas éticos de una profesión o de una opción de vida.

Objeto las palabras de Lanata porque son vulgares y groseras, pero por sobre todas las cosas porque son palabras equivocadas. En primer lugar, no está de más recordarle al señor Lanata que no hay una oposición, hay varias oposiciones. No es un juego de palabras, sino un diagnóstico social y político de la Argentina contemporánea, una reflexión acerca de los quiebres partidarios y las crisis de las ideologías, los discursos y relatos.

Por supuesto que hay problemas, pero esas dificultades no se resuelven con palabras escatológicas o recurriendo a un lenguaje primitivo. “Lanata se sacó”, dicen los que lo frecuentan. Pues bien, ése es un lujo que a esta altura del partido este caballero no puede darse. Se le ha otorgado mucho poder, tal vez demasiado, para que luego tenga reacciones capaces de despertar la envidia de Hebe Bonafini

Lanata manifiesta a los gritos que no da más, que no soporta más a este gobierno, que quiere que se vaya. Yo también quiero que se vaya, pero en 2015. Este país anda mal, pero va a andar mucho peor si, además, nos comportamos como energúmenos. Lanata se equivoca al decir lo que dijo, pero por sobre todas las cosas creo que sus exabruptos intempestivos le terminan haciendo un gran favor al oficialismo. Sus palabras son absolutamente funcionales a un kirchnerismo cuyos funcionarios todos los días se jactan de ser los únicos que saben gobernar.

¿Es así? ¿Es como ellos dicen, que la única persona en la Argentina capaz de conducir las riendas del Estado es la Señora? Estoy seguro de que no. Pero no sé si Lanata piensa lo mismo. Dicho con otras palabras: si la oposición es un basura, lo único saludable es el kirchnerismo. Hacía rato, hacía mucho rato que el oficialismo no recibía un reconocimiento tan cálido y manifiesto.

Lanata habla y se coloca en el lugar del ciudadano desprotegido. Tinelli suele hacer algo parecido. El periodista en los niveles que estamos hablando es un dirigente social o cultural, no es un pacífico y anónimo vecino de barrio. Pertenece a la retórica del populismo disfrutar de los beneficios del poder y presentarse como la voz del hombre común. Por talento, prepotencia de trabajo o suerte, Lanata integra el núcleo de la clase dirigente. Y si la oposición es una bolsa de excrementos, él también está en esa bolsa. Así de sencillo y catastrófico. ¿O es necesario recordar cómo se constituye una clase dirigente en las sociedades modernas? Yo no sé si el periodismo es el cuarto poder, el quinto o el sexto. Lo que sé es que el periodismo es un poder y los periodistas, sobre todo los periodistas estrellas, ejercen ese poder. No está mal que así sea, pero lo que está mal es querer desentenderse de esas responsabilidades.

Una confesión a modo de sinceramiento. Yo tampoco estoy conforme con la oposición. Pero estoy seguro de que los propios dirigentes opositores admiten en su fuero íntimo que existen dificultades difíciles de superar. Claro que es cómodo y hasta ventajoso despotricar contra una oposición que debe desenvolverse en un sistema político viciado por el centralismo y la corrupción, la destrucción deliberada de las estructuras partidarias, la emergencia de vanidades ramplonas y necias. Pero la actitud de un periodista que merezca ese nombre no es vomitar sapos y culebras, sino interrogarse sinceramente qué haría si estuviera en el lugar de los dirigentes opositores. A este interrogante se lo puede responder de diversas maneras, pero lo único que no se puede hacer es ponerse a berrear como un chico malcriado.