FRANCOIS TRUFFAUT

El niño terrible

Se cumplen 30 años de la muerte de uno de los iniciadores de la Nouvelle Vague, movimiento que revolucionó el cine. Un crítico y cineasta que retrató el amor, el sexo y la infancia con una mirada particular.

El niño terrible

En esta foto de 1969 se lo puede ver a Truffaut (izquierda) junto al director Luis Buñuel en un descanso del rodaje de “Tristana”, del realizador aragonés.

Foto: EFE

 

Juan Ignacio Novak

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Ver las películas de Francois Truffaut, cualquiera de ellas pero sobre todo las que protagoniza su álter ego Antoine Doinel, fue, es y será un ejercicio apasionante por la simple -y apabullante- razón de que estaban rodadas por un hombre profundamente apasionado por lo que hacía. Que era cine en su más pura y rotunda concepción: usar la imagen para contar una historia. Pero por sobre todas las cosas, el francés que falleció hace 30 años, el 21 de octubre de 1984, era por sobre todas las cosas un gran amante del cine. Y su propio origen como autor en las páginas de la mítica Cahiers du cinéma son prueba contundente de que antes de proyectar su visión del mundo a través de la cámara, vio muchas películas.

Las estudió, criticó, alabó, amó, odió e hizo eje de encendidos debates. Al punto que fue -cuando se decidió a pasar a la acción y cambiar la máquina de escribir por la cámara- la piedra angular sobre la cual se edificó uno de los movimientos cinematográficos más significativos del siglo XX, de irrefrenable onda expansiva: la Nouvelle Vague, que entrelazó su nombre para la posteridad con el de otros grandes maestros de varias generaciones de cineastas y cinéfilos, como Jean-Luc Godard, Claude Chabrol y Eric Rohmer.

Obra maestra

Elegir es siempre asumir un riesgo. Por eso, dentro del vasto universo de la filmografía de Truffaut, hay que señalar que “Los cuatrocientos golpes” (1959) es la mejor de sus obras y la que sintetiza su visión del mundo y del cine. Esto dicho con conciencia de que es también Truffaut el que firma otras obras mayúsculas de la cinematografía del siglo XX. Es que esta primera película del francés tiene los atributos para ser inolvidable e irrepetible: un actor adolescente, Jean-Pierre Léaud, que resuma en su figura la rebeldía de un tiempo, una historia dolorosa pero a la vez entrañable que remite a la propia biografía del director y una potencia creativa que pone de manifiesto no sólo las cualidades como narrador de historias, sino también las nuevas ideas de Truffaut en relación al cine, y el mérito de marcar el “nacimiento formal” de la Nouvelle Vague al obtener reconocimiento en el Festival de Cannes.

Géneros

Pero la reflexión sobre las películas de Truffaut no se agota en las tribulaciones de Doinel y sus meditaciones sobre las distintas etapas de la vida, que prosigue tras “Los cuatrocientos golpes” en “El amor a los veinte años” (1962), filme dividido en cinco episodios donde Truffaut dirige “Antoine y Colette”, “Besos robados” (1968), “Domicilio conyugal” y “El amor en fuga” (1978). Es que también su trabajo incluye coqueteos con el cine de género, algo que hicieron también otros referentes de la Nouvelle Vague. Sin obviar nunca su particular prisma para interpretar la realidad, indagó en el policial en “Disparen sobre el pianista” (1960) y “La novia vestía de negro” (1967). Y la ciencia ficción, en un ejercicio de estilo con que se vio algo afectado por el paso del tiempo, en “Fahrenheit 451”, inspirada en la novela de Ray Bradbury.

Legado

“Jules et Jim” (1961), “La piel suave” (1964), “Las dos inglesas y el amor” (1971), “La noche americana” (1973) y “El último metro” (1980), estos últimos sinceros homenajes al cine y al teatro, completan junto al resto de las obras de Truffaut un legado único e irrenunciable para los curiosos de la historia del cine. En este momento, la figura del director francés es homenajeada en el 30º aniversario de su fallecimiento a través de una retrospectiva integral de su obra y una exposición que presentó la Cinemateca Francesa de París y estará disponible hasta el próximo 25 de enero, informó la agencia EFE. Tributo trascendente y necesario para un artista que marcó una huella imborrable. Es que, como dijo Luis Eduardo Aute, “No es fácil olvidar Cahiers du cinéma”.