“La colección”

Seres con tensión agobiante

Seres con tensión agobiante

Octavio Bassó y Matías Bonfanti en una escena de alto riesgo que refleja la ambigüedad latente en todo momento en el texto de Harold Pinter.Foto: Pablo Cánepa

 

Roberto Schneider

Harold Pinter es fiel en su extensa obra -teatro, cine, televisión y dirección escénica- a determinadas convicciones ideológicas y estéticas. “La colección”, obra estrenada en Loa Espacio Pro Arte AGM es, en este sentido, ejemplar. La economía de medios que propone el texto y el escaso número de personajes que reclama forman parte del credo teatral del autor. Un credo por el que el dramaturgo se ocupa del ser humano visto, por lo general, en situaciones límite y en circunstancias especiales que determinan que esos seres humanos vivan casi solos.

La trama se enmarca en un parpadeo de la historia, instante en que adquiere espesor el contorno de mucha gente de algún modo postergada, y se diluyen en la sombra las siluetas de los poderosos. Un momento que el autor reconstruye desde diversas perspectivas de los protagonistas. Todo envuelto en una oralidad expansiva que abreva en el fraseo de la conversación y en una respiración coral que serpentea de un personaje a otro en una especie de monólogo de varias voces.

“La colección” sitúa a los espectadores ante lo que quizás mejor define y explica el teatro pinteriano: un mundo cerrado, claustrofóbico, asfixiante, donde los personajes, incluso contra su deseo, llegan a una difícil relación cuando no a la confrontación más pura y dura. Hay en este caso, referencias precisas a la sociedad inglesa contemporánea, a las inequívocas indicaciones espacio-temporales, a la densa presencia de personajes y ambientes reconocibles desde los modos de representación naturalistas y también desde géneros escénicos tradicionales y diversos, que van desde el drama social hasta el vodevil.

La primera impresión que se recibe es que la historia que se cuenta trata de situaciones delirantes, dislocadas, deliberadamente deformes. Sí, absurdas. Sin embargo, remiten a circunstancias frecuentes en el teatro: la irrupción de un extraño, el retorno de un antiguo habitante de un espacio y una historia de triángulo o de infidelidad matrimonial. Las secuencias sucesivas parecen descomponerse, convertirse en algo extraño desagradable, molesto. La historia no avanza como sería previsible, según las maneras tradicionales de desarrollarla, sino que gira en torno a sí misma.

José María Gatto sale airoso en su primer trabajo de dirección teatral. En su exquisita puesta en escena -respeta al dedillo las disdascalias pinterianas- los personajes irrumpen en el escenario sin que nadie sepa nada de ellos, y sin que ellos transmitan más que aquello que constituye el hecho dramático. La mayor parte de la acción pasa en el mundo interior y para eso usa con agudeza el marco del acotado escenario de Loa a partir de una contundente, bella y funcional escenografía de Osvaldo Pettinari muy bien iluminada por Mario Pascullo.

Los personajes de “La colección” están ubicados en un lugar preciso y mantienen conversaciones triviales hasta que aparece la amenaza. Es evidente que están sumidos en una suerte de devenir existencial y los diálogos que mantienen no arrojan mucha luz sobre el motivo de la persecución. La perfecta y aguda adaptación del maestro Agustín Alezzo funciona en un nivel esencialmente dramático, y admite incluso una interpretación simbólica.

Gatto va desentrañando paulatinamente el interior de esos personajes que exhiben lo que va de las apariencias a la realidad. Se muestran la grandeza y la miseria de sus conductas, y la pérdida de la dignidad. El teatro pinteriano depende en gran medida de que director y actores capten delicados matices verbales e impriman al diálogo el ritmo adecuado. Su obra es como un poema que contiene imágenes concretas.

En el elenco se destacan las muy buenas interpretaciones de José Ignacio Serralunga -en el mejor trabajo de su carrera, medido, cerebral y con fuerte dominio del escenario- y Octavio Bassó, que resuelve con indisimulable entrega de cuerpo y voz las difíciles aristas de su personaje. La bella Florencia Minem está correcta como Stella y en su debut Matías Bonfanti asume con precisión a Bill, un rol comprometido y núcleo de la historia, plagada de ambigüedades.

La producción del espectáculo -de indiscutible e histórica calidad en la escena local- lleva también la firma de José María Gatto y debemos consignar su sello de profesionalidad bien entendida y realizada. Algunos podrán sostener que éste es un teatro “difícil”. Bienvenido sea cuando la palabra transmite la tensión del contenido.