Entrevista a Tulio Halperín Donghi

Belgrano y sus reveses

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Tulio Halperín Donghi. Foto: Luis Cetraro

 

Télam

El historiador Tulio Halperín Donghi plantea en su ensayo El enigma Belgrano una serie de claroscursos que retratan al prócer más venerado por la historiografía canónica como un hombre escindido entre las expectativas depositadas en él y su capacidad para estar a la altura de las circunstancias, a su vez con una notable tendencia a librarse de sus responsabilidades. Poco más de 130 páginas le bastan al destacado historiador para ofrecer una semblanza no exenta de polémica que se lee a contrapelo de la versión complaciente que presenta a Belgrano como un emblema de virtudes cívicas y ejemplo de renunciamiento, un hombre que como sostiene en el libro, “nunca fue cuestionado”.

Paradójicamente, Halperín Donghi no apela a un archivo inédito hasta la fecha sino que se vale de los relatos fundacionales de Bartolomé Mitre y José María Paz -y hasta de la autobiografía del creador de la Bandera- para bosquejar las tensiones que lo colocan en la encrucijada de obrar de acuerdo con sus deseos o satisfacer las altas demandas de los demás, en especial las de sus padres, que desde niño ya le auguran un destino de grandeza.

“En la memoria argentina Belgrano es el único entre los personajes venerados como Padres de la Patria cuyo derecho a ser tenido por tal no ha sido impugnado por una comunidad historiadora que, lejos de pasar por alto los reveses, que en su breve carrera abundaron más que los éxitos, ha venido explicándolos a partir de limitaciones de las que ha levantado un cada vez más minucioso inventario”, apunta el ensayista.

En El enigma Belgrano, recién publicado por Siglo XXI Editores, Halperín Donghi ofrece viñetas que ilustran las oscilaciones del creador prócer: el militar revolucionario es capaz de ordenar a los soldados del regimiento de Patricios cortarse las trenzas y provocar un motín con desenlace sangriento y luego como estadista intenta dotar a Buenos Aires de una flota mercante de ultramar regular sin atender a la instrumentación de sus ideas.

El trabajo de Halperín Donghi lo presenta como un hombre que comete errores y los atribuye a la injusticia o a “la estupidez del mundo” y a su vez tiene enormes dificultades para conciliar sus aspiraciones con los datos de una realidad compleja.

“Todo empezó cuando preparando los manuscritos de mi obra Letrados y pensadores para su edición definitiva descubrí que me resultaba imposible trazar un perfil satisfactorio de Belgrano, y que cuanto más me esforzaba en ello más me parecía su figura desvanecerse en el aire”, cuenta el autor desde California, donde desde 1971 se desempeña como profesor en la Universidad de Berkeley.

—¿Por qué hasta hoy nunca salieron a luz los contrastes y matices que usted explora si justamente surgen de archivos y documentos que ya estaban en circulación, como los escritos de Paz o la autobiografía de Belgrano?

—Esos contrastes estuvieron siempre presentes en esos archivos y documentos, lo que hace aún más interesante que no hayan impedido la transformación de Belgrano en objeto de un culto unánime y tiene razón en preguntarse por qué la historiografía fue con él tan piadosa y condescendiente. Note a la vez que esa actitud es más compasiva que admirativa; es como si esa historiografía reconociera a Belgrano como el único prócer que tiene derecho al fracaso.

— “Es el aval de Dorrego el que logra que una entera Nación, envuelta hoy más que nunca en una despiadada guerra contra sí misma, se vuelva reverente hacia la memoria de Belgrano y reconozca en él a un héroe”, escribe en su libro ¿A qué se refiere con que es un héroe apropiado para estos tiempos?

—La Argentina es una Nación en guerra contra sí misma, en lo que constituye en efecto un rasgo de época, en el viejo como en el nuevo mundo y en el hemisferio septentrional como en el meridional, en Escocia como en Mongolia y a orillas del Plata. En todas partes también ese rasgo se traduce en la vigencia universal de una versión siniestra de la ley del Progreso, que Esteban Echeverría había comenzado por celebrar en su Dogma de 1838 como una de las palabras-clave del destino nacional y que hoy descubrimos que -tal como él mismo había proclamado en el poema “Avellaneda” se ha revelado como el destino inescapable de la entera humanidad: “La ley del hombre es progresar contino/ y devorado de dolor y angustia/ proseguir su camino/ a través del caos con alma mustia”.

—¿Cree que Belgrano no estaba suficientemente capacitado para afrontar la magnitud de los proyectos que se había planteado?

—De ninguna manera, y en este punto son muy ilustrativas las cartas que envía a su padre desde la Península, donde mientras completa estudios de leyes se comporta muy exitosamente en un momento muy delicado y a los diecinueve años revela entender perfectamente el funcionamiento de la monarquía católica en esa penosa etapa de agonía. Era habitual que formulara programas y proyectos, pero sin ahondar en la manera de instrumentarlos. Esta conducta se acompaña de otros rasgos no menos incomprensibles, como su obsesión en 1812 y 13 por reclutar músicos que devuelvan su brillo a la banda de su regimiento, mientras los realistas en Montevideo están llevando una guerra muy exitosa a la navegación del Paraná y la situación es suficientemente desesperada para que no falten en la elite revolucionaria quienes planean refugiarse en el territorio indio. Es esa curiosa falta de tino en un hombre tan evidentemente valioso la que le ganó la protección de Dorrego, que lo admiraba como merecía y compadecía su desvalimiento.

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Manuel Belgrano, en el retrato atribuido a Francois Carbonnier.