Preludio de tango

Alberto Gómez

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Manuel Adet

El destino le impidió a Alberto Gómez disfrutar de los oropeles de la fama post mortem o, para no ser tan catastrófico, del reconocimiento de las nuevas generaciones. Una conjura de factores adversos y casuales impidieron que uno de los intérpretes emblemáticos de la década del treinta, calificado por los críticos como un integrante legítimo de una línea de cantores conformada por Carlos Gardel, Ignacio Corsini, Charlo, Agustín Magaldi y Agustín Irusta, pudiera ser reconocido y celebrado por el gran público.

Gómez contó con la “desventaja” de no ser el cantor de alguna orquesta consagrada en un tiempo donde ese “detalle” era decisivo para conquistar las caricias de la fama. Cuando se inició la decisiva década del cuarenta, nuestro cantor estaba más tiempo de gira por América Latina que en Buenos Aires, un error estratégico desde el punto de vista publicitario. Por diversos motivos, Gómez se quedó afuera y esto tal vez explique que el gran público hoy no lo conozca o sea un cantor exclusivo para los iniciados en el tango donde cuenta con decididos seguidores.

Hay un tema de él que sea tal vez el más popular y muchos lo han disfrutado sin saber sobre su inspirador. Se trata de “Milonga que peina canas”, un verdadero poema dedicado a las carreras de caballos, a los jockeys, al paisaje soleado de la pista, a la tribuna palpitante, un homenaje digno de parte de quien pasó largas horas de su vida alentando en el hipódromo a algún caballo favorito.

Al respecto cuenta la leyenda que en esas jornadas se conoció con Gardel, aunque hay otra versión que asegura que el encuentro se produjo en el barrio natal de Gómez, es decir, en Lomas de Zamora, motivo por el cual el Morocho bautizó al pibe que ya se lucía en los escenarios, como “El pingo de Lomas”. El otro amigo de esos años fue Enrique Santos Discépolo, amistad que se formalizó en tangos memorables como “Yira yira”, “Uno”, “Secretos”, por mencionar los más conocidos que Gómez cantó en homenaje a esa amistad forjada en años de “vida en orsay”.

Alberto Gómez en realidad se llamaba Egidio Alberto Arducci, hijo de Francisco y Josefina Marino. Nació en Lomas de Zamora el 19 de junio de 1904 y sus primeras relaciones con la música fueron con el canto lírico. Los biógrafos registran su presencia en el Teatro Español del barrio, donde el muchacho en ocasión de una fecha escolar cantó un trozo de “Caballería Rusticana”. No era un improvisado. Sus guías en esos años fueron Eduardo Bonessi y el maestro Antonio Codegani, italiano y cantante en el Scala de Milán.

No sabemos con precisión en qué momento decidió pasarse al tango. Poco importan esos detalles en estos casos, porque lo cierto es que en aquellos lejanos años el tango se respiraba en el aire, estaba en la calle, sus acordes vibraban en los salones distinguidos y en los barrios populares. Por lo tanto, a nadie le debe llamar la atención que un joven con cualidades musicales y ambiciones optara por la música más popular y prestigiada de su tiempo.

Para 1927 se sabe que Gómez está acompañado de Alberto “Tito” Vila y Manuel Parada. El 16 de mayo de 1929, graban su primer disco para la Víctor. Del lado A, está “Adiós, adiós” y de la cara B, “Soy un arlequín”. Estaban presentes como músicos los guitarristas Parada y Vicente Spina y se rumoreó que éstos se fastidiaron porque en la carátula del disco sus nombres no fueron realzados como ellos consideraban que debían serlo, motivo por el cual se separaron. Como se podrá apreciar, ya en aquellos años Narciso no se privaba de hacer de las suyas, incluso en el sobrio, recatado y austero ambiente de los tangueros.

A partir de ese momento, el dúo Gómez-Vila se consolidó y adquirió singular popularidad. Eran los tiempos de los dúos: Razzano con Gardel; Noda con Magaldi, por citar los más célebres. Conviene advertir que para esos años Aducci empieza a ser conocido como Gómez y Augusto Vincenti será Vila. Como se sabe, los apellidos de origen italiano hacían estragos en la estética tanguera.

En estos años, el dúo lucía sus virtudes en la Víctor y en más de una ocasión son acompañados por la típica de la orquesta del sello. Gómez pronto se destacaría por la calidad de sus interpretaciones, su vocalización perfecta y su registro considerado brillante por los críticos. A ello le sumaba su estampa ganadora. Impecablemente vestido, su sombrero fue un dato más de su elegancia, hasta el momento en que comenzó a disimular la calvicie. Uno de sus amigos decía -en broma- que Alberto al momento de despertarse lo primero que le pedía con señas a su mujer era el mate y el sombrero.

En 1933 participó en la película fundacional “Tango”, iniciando así su carrera de actor. “Tango” fue una película dirigida por Luis Noglia Bart. Allí actuaban entre otros, Luis Sandrini, Libertad Lamarque, Azucena Maizani, Mercedes Simone. Allí Gómez se luce cantando “Mi desdicha”. “Tango” será su primera película, pero no la última. En 1936 filma “Juan Moreyra” y en 1952 “Donde comienzan los pantanos”. No es Lawrence Olivier en la pantalla, pero la gente que asiste a las salas del cine lo que les importa es oírlo cantar.

En la década del cuarenta inició sus giras por América Latina. Era una interesante salida laboral para los cantores de entonces. Algo parecido hicieron Charlo, Irusta, Hugo del Carril. Por su parte, Gómez se jactaba de conocer a América Latina ciudad por ciudad. De regreso a Buenos Aires era habitual verlo en los clásicos locales nocturnos y los domingos en el hipódromo donde en algún momento se dio el lujo de tener su propio caballo, el popular “Feérico”.

Los músicos que lo acompañaron fueron, además de Spina y Parada, José Aguilar y José Canet, Orlando Urruspuru y Reynaldo Baudino. No fue un cantor típico de orquesta, pero alguna vez grabó con Francisco Canaro, Edgardo Donato, Ciriaco Ortiz y la orquesta Los Provincianos. En 1959 fue acompañado en Radio Belgrano por el gran Pedro Maffia. También a mediados de los cuarenta dejó la Víctor y se sumó al sello Odeón. En los cincuenta grabó en TDK y en 1969 grabó un excelente larga duración con Rca Víctor.

Además de cantor, Gómez se destacó como compositor. Pertenecen a su creatividad temas como “Del tiempo de la morocha”, “Tolerancia”, “Que sea lo que Dios quiera”, “Que nadie se entere” y la ya mencionada “Milonga que peina canas”. ¿Qué temas se pueden escuchar? Todos. Pero a la hora de seleccionar me inclinaría por “Garúa”, “Charlemos”, “Que nadie se entere”, “Ahora no me conocés”, Carrillón de la Merced”, “Quien más quien menos” o “Alma de bandoneón. Alberto Gómez murió el 1º de mayo de 1973. Sus restos descansan en el cementerio de la Chacarita.