editorial

Las relaciones entre Venezuela y La Habana

  • Cuba no logra hacer eficiente su economía. Los Castro después de sesenta años de establecer metas, las reformas son casi inexistentes y dependen de la alicaída Venezuela de Maduro.

Después de sesenta años de dictadura revolucionaria y de imprecaciones e insultos contra el imperialismo, los hermanos Castro están arribando a la melancólica conclusión de que los únicos que pueden salvar al régimen o prolongar su larga agonía- de la catástrofe, son los turistas norteamericanos. Paradojas de la historia. Más de dos millones de exiliados, un número indeterminado de fusilados y desaparecidos, supresión de las libertades civiles y políticas en nombre del hombre nuevo y el socialismo, para admitir a regañadientes y en voz baja que no queda otra alternativa que seducir a los despreciables yanquis para que vuelvan a veranear en Cuba como en tiempos de Batista.

No es la única contradicción de un sistema que desde sus inicios se ha distinguido por su capacidad para vivir de la buena voluntad económica de otras naciones. Primero fue la URSS, quien durante décadas financió a una economía parasitaria con el objetivo de que Cuba cumpla las funciones de peón en la estrategia de la guerra fría en América Latina.

Derrumbada la dictadura bolchevique, Cuba se las ingenió para vivir de la “solidaridad” de Venezuela; las divisas enviadas a la isla por los llamados en otros tiempos “gusanos”; el turismo europeo y su variante más seductora: el turismo sexual y la extracción de níquel a cargo de Canadá. También de la exportación de tabaco y la venta de sangre y vísceras para trasplantes, un negocio turbio y macabro que ha dado lugar a que el periodista Carlos Montaner se tomara la licencia de decir que los Castro se iniciaron emulando a Stalin y concluyen su periplo imitando a Drácula.

Económicamente, Cuba es un manicomio en el que a la incompetencia evidente del régimen se suma la corrupción, ineficiencia e indolencia de funcionarios cínicos y voraces más interesados en salvarse individualmente que en preocuparse por el destino de la nación que a mediados del siglo veinte -antes de que llegara el azote de los Castro- era considerada la “tacita de plata del Caribe”, un país con serios problemas sociales y económicos, pero con niveles de desarrollo distintivos en la región.

La última mala noticia para el régimen de los Castro se llama Maduro. Cuba necesita del petróleo venezolano, pero bajo una condición: no pagarlo. Así están acostumbrados y en una escala mucho más pequeña, los argentinos aprendimos la lección cuando en tiempos de Gelbard no devolvieron un peso de los préstamos otorgados.

Durante la presidencia de Chávez y en nombre de la solidaridad revolucionaria, Cuba pudo disfrutar de petróleo de buena calidad, libre, barato y a veces regalado. A cambio, Cuba legitimó con el prestigio retórico de su revolución a los militares bolivarianos y le facilitó al régimen un ejército de funcionarios, expertos en las tareas de represión, contrainteligencia, control social y apremios legales e ilegales a los disidentes. Es que como toda dictadura comunista, lo único importante que el régimen fue capaz de desarrollar ha sido la estructura represiva.

Maduro está perdiendo legitimidad aceleradamente, el petróleo ya no es la varita mágica del sistema y en ese contexto, las relaciones entre Caracas y La Habana están signadas por un poderoso interrogante acerca de la viabilidad de dos regímenes donde sus víctimas exclusivas son sus pueblos.

“Económicamente, Cuba es un manicomio en el que a la incompetencia evidente del régimen se suma la corrupción”.