OCIO TRABAJADO

Eso que llamamos cultura

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Foto: MIGUEL GRATTIER. ARCHIVO

 

Estanislao Giménez Corte

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I

Uff. Este debate parece salido desde las entrañas mismas de la prehistoria; de la enorme lista de discusiones un tanto anacrónicas que se levantan del letargo inesperadamente y con las que tropezamos como con piedras salidas al paso, una por cada recodo o cada curva, todavía hoy. Ahora un conductor televisivo es reconocido por su “aporte cultural” y desde todas las direcciones posibles entran en discusión acalorada: a un lado, perfumados proto-hombres de las altas artes; detrás y delante, personajes de variado pelaje que se atribuyen la representación de todas las otras formas de la cultura. Todos arrastran bolsas, que parecieran de arpillera, con ideas que vienen desde muy lejos. Los polemistas de ocasión les quitan un poco el polvillo, le disimulan un poco el tono sepia y van a la mesa servida, para decir histéricamente “la cultura es esto, es esto y es esto” y enojosamente “la cultura no es esto, ni aquello, ni menos aquello otro”. No deja de ser interesante como espectáculo: los argentinos aparentamos una particular pasión y destreza por la discusión, aunque ésta se desinfla notoriamente al momento de ejecutar, pareciera.

II

En esta viejísima cuestión, uno de los problemas mayúsculos es un error conceptual, que viene de confundir la “cultura” con “lo culto”. Decenas o cientos de estudiosos y científicos se han inmolado en la construcción de un concepto acorde a la pregunta ¿qué es la cultura? Ese campo abierto se nos escapa escandalosamente, pero algunos tímidos pasos hemos dado en él alguna vez. Por deformación o comodidad, casi siempre recurrimos a la definición de cierto antropólogo inglés del siglo XIX “de cuyo nombre no quiero acordarme” (diría el clásico), que representa casi una tautología: cultura es todo lo que hace el hombre, desde la gastronomía a la construcción de utensilios, desde el lenguaje a las costumbres sociales, ha sostenido aquél. Dicho así parece poca cosa. A no ser por lo siguiente: este concepto quiere fijar que lo cultural se distingue y diferencia de lo natural (del contexto en que el hombre desarrolla sus acciones). Así, lo natural es lo dado y lo cultural es lo construido, si se permite esta síntesis un poco brutal.

Muchos años después, un filósofo vasco postuló, quizás tomando las ideas del inglés (no lo sé) que el hombre es naturalmente cultural: de modo que se asume que todo lo que el hombre hace (lo alto, lo bajo, lo lindo, lo feo, lo horroroso, lo notable, lo nimio) es cultural per se, en la medida en que la historia ha generado sujetos que progresivamente parecen rehuir de su original condición natural para ser “cada vez más culturales”; sujetos que usan, manipulan, explotan, destrozan, aprovechan el contexto natural para sus fines culturales. Aquí estaría el segundo error conceptual: el pensar que todo lo cultural es positivo en sí mismo, que entraña un valor por el solo hecho de denominarse de tal manera.

III

Luego están, “para que nuestro horror sea perfecto” (diría el escritor) las orientaciones espaciales de la cultura: alta, baja, media; las orientaciones clasistas de la cultura: popular, elitista, etc.; las disposiciones ideológicas y temporales de la cultura: marxista, nacionalista; kitsch, retro, y así. En nosotros genera un natural espanto la persona que se dice a sí misma “defensora” de la cultura: de aquí afloran nociones relativas a la cultura como un reducto a defender, como una frontera a no traspasar, como un secreto en voz baja, como un hábito de pocos, de iluminados, de elegidos; de gente en la sombra tapando la luz de una vela que se proyecta sólo sobre ellos. De aquí surge el terrible principio de que la cultura es algo que pocos tienen como guardado en un puño, y que eso no puede ni debe abrirse a la plebe y al vulgo, porque no, y porque tampoco lo comprenderían ni estimarían si les fuese dado. Dicen más o menos: los hombres son idiotas, en la medida en que nosotros no estemos incluidos en ese colectivo. Estas ideas han sido desmontadas sólo en parte gracias al enorme aporte de lo que llamamos cultura popular. El interés por lo cultural en todos sus sentidos es intransferible: de las producciones más tradicionales (las artes clásicas, digamos) a cualquier otra manifestación más o menos novedosa (el graffiti, el hip hop, las tecnologías) hay en cada persona una suerte de goce que se percibe o no, ante una frase, ante una melodía, ante una combinación de colores. No se puede “inocular” ese interés en las personas. ¿Quién puede pensar un límite o una demarcación a algo que flota, que discurre, que está en las personas? ¿Quién puede arrogarse la potestad de hacer cultura y decir que la persona de al lado no la hace? Un músico formado en la academia puede tener altas capacidades, pero perfectamente puede aparecer, como me dijo una vez Gerardo Gandini, un Thelonious Monk, que “tocaba con dos dedos, sin ninguna formación” y refriega en el rostro de todos maravillosas composiciones impensadas para el músico académico. Lo mismo podría decirse casi en cualquier arte. ¿Qué es lo culto?: algunas veces es sólo un gesto afectado que dice con ademanes y una mirada pedante al otro: “Sé más que vos”. Las personas grandes en serio jamás caen en el efectismo ni en el gesto, ni “miden” el alcance de su formación: más bien comparten con todos, cualesquiera fuesen sus capacidades, sus saberes. Los ambientes culturales están minados de envidias, celos y trampas. En ellos se muestran y se comparan trayectorias, sellos, curriculum vitae, que aparecen sólo como una forma desesperada de autoconsolación. Cada uno tendrá in pectore una idea aproximada de lo que representa lo cultural: creo sentir que se trata del reconocimiento de una pasión ejecutada en una práctica. Algo que nos gusta hacer y que desplegamos en el tiempo, muy a nuestro modo: una tarea dilatada, producto de un interés genuino, que queremos transformar en algo; un lento aprendizaje, una “ardiente paciencia” (diría el poeta) de lo que queremos ver y hacer (observar, entender, ejecutar) pero, más todavía, de lo que bajo ningún aspecto queremos ver, hacer, ni ser.