Señal de ajuste

“No estamos todos”, dijo el lobisón

“No estamos todos”,  dijo el lobisón

Los héroes son un par de médicos del organismo que controla las grandes emergencias sanitarias.

Foto: Gentileza FX

 

Roberto Maurer

Con un mercado saturado de zombies y vampiros, “The Strain” (FX, miércoles a las 22), apuesta a reinventar un imaginario del cual ya no se esperan demasiadas sorpresas. La leyenda romántica del vampiro es situada en un marco cientificista, y los zombies, se sabe, son un recipiente hueco para todo tipo de sentidos. En “La noche de los muertos vivientes” (el clásico de 1968 al cual se atribuye el nacimiento del zombie de la era moderna), en los harapientos monstruos de George Romero se vio un símbolo involuntario del miedo provocado por la amenaza comunista. Ahora, en las muchedumbres de muertos vivientes en situación de ataque a las grandes ciudades ha sido percibida una alusión a los excluidos del neocapitalismo. En cualquier caso, son los idiotas útiles de la ficción de terror y tienen una característica común: los posee un hambre insaciable.

LLEGARON LAS VISITAS

La pesada tarea de mantener vivo al género de los muertos vivos lleva las firmas del explosivo director Guillermo del Toro y su asociado Chuck Hogan, como adaptadores para la televisión de la densa trilogía que ellos mismo escribieron y convirtieron en best seller.

Recurrieron a una idea original, la de abordar el género desde la ciencia en menoscabo del mito, y asumiendo el punto de vista de la epidemiología: los héroes son un par de médicos del organismo que controla las grandes emergencias sanitarias y, en la acción, logran establecer su supremacía sobre las incontables agencias de seguridad de los Estados Unidos que intervienen cuando un Boeing 777 aterriza en el aeropuerto Kennedy y permanece quieto, a oscuras, con las persianas bajas e incomunicado, en la pista.

Previamente, hemos sufrido un prólogo a pantalla negra y con una ronca voz en off que, solemne, nos habla: “El hambre, dijo un poeta, es la cosa más importante que conocemos, la primera acción que aprendemos, pero el hambre puede saciarse fácilmente. Hay otra fuerza, un tipo distinto de hambre, una sed que nunca se satisface y que no puede extinguirse, que nos hace hermanos y esa fuerza es el amor”. Parece el discurso de una ONG dedicada a actividades humanitarias, más que un panfleto de vampiros.

Semejante retórica forma parte del paquete de inverosímiles que, con descarada ausencia de sutileza, se constituye en un juguete camp cuyas truculencias aseguran un rato divertido.

UN CARNAVAL TRUCULENTO

El doctor Ephraim Goodweather (Corey Stoll, el diputado calvo y ahora con pelo de house of cards) y la doctora Nora Martínez (la argentina Mia Maestro), su ex amante, son los primeros en entrar al avión, donde encuentran 206 pasajeros muertos y cuatro sobrevivientes. Luego, habrá que lidiar con el misterio de esos cadáveres sin sangre que, una vez en la morgue, comenzarán a caminar; con un encapuchado monstruoso que llegó en el avión envasado en un enorme ataúd con tierra; con cuatro sobrevivientes portadores del virus de los vampiros; con un viejo armenio cazador de vampiros que lleva una espada y alimenta con sangre a un órgano vivo guardado en un frasco, mientras intenta alertar a las autoridades acerca de un ser maligno que ha llegado a la ciudad (*); con un magnate que mientras se hace diálisis da órdenes y afirma que se ha cruzado la línea pero que esta vez no se dejarán cosas sin terminar, y con un marginal que ha sido contratado para sacar al ataúd del aeropuerto con la complicidad de funcionarios y la consigna de que debe cruzar el puente antes del amanecer. Además, somos innecesariamente enterados de los problemas familiares del doctor Ephraim Goodweather, un lastre narrativo, pero incluido para cumplir con el requisito de completar al personaje con su vida privada.

La atención es acaparada, sin embargo, por una especie de sanguijuela estilizada, un filamento que se retuerce, y que sería el virus que amenaza a Nueva York. “The Strain” resulta impúdicamente ridícula, y sus autores lo saben, no lo disimulan, y en ese punto puede ser disfrutada.

El primer capítulo se despidió con otro enigmático discurso, esta vez en boca del plutócrata que, desde lo alto de su edificio torre, mira las luces de Manhattan. “Un hombre sentimental se arriesgaría a salir a la ciudad esta noche para andar por las calles por última vez, antes de la caída”, sentencia. Escalofriante.

(*) A pesar de tantas evidencias, a ninguno le cae la ficha: nadie parece haber leído el “Drácula” de Bram Stoker ni visto el “Nosferatu” de Murnau, ni todo lo que siguió. Visiblemente, se recrea la llegada del vampiro a Londres en un barco sin vida de la ficción original.