Entrevista a Rogelio Alaniz

Sobre la reedición a nivel nacional de “Hombres y mujeres en tiempos de...”

Editados originalmente por la UNL, los tres tomos de Rogelio Alaniz sobre “Hombres y mujeres en tiempos de Revolución (De Vértiz a Rosas)”, “... en tiempos de Orden (De Urquiza a Avellaneda)” y “... en tiempos de Progreso (De Roca a Sáenz Peña)”, se presentan ahora publicados por Vergara, Ediciones B, que recientemente también reeditó la novela de Alaniz “¿Quién mató al Bebe Uriarte?”.

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Rogelio Alaniz. Foto: Luis Cetraro.

 

Por Enrique Butti

Que un autor santafesino alcance ediciones de distribución nacional no es noticia común en este país con una cultura tan pobremente centralizada, con su escandalosa indiferencia (y consecuente ignorancia) por la actividad intelectual de las provincias. ¿Satisfecho?

—Ediciones B es una excelente editorial, y su edición de estos libros es muy buena, como lo fue la anterior, de la UNL e Isaac Rubinzal. Satisfecho, sobre todo porque asegura una distribución nacional. La gestión de Mónica Herrero -mi agente literaria- fue importante y estoy muy reconocido como a los funcionarios de Editorial B.

—Háblenos de los libros, su opinión sobre ellos.

—Modestamente, le puedo decir que son maravillosos y que los lectores deben ir corriendo a comprarlos (risas). Hablando en serio, me cuesta hablar sobre lo que yo escribí. Es como que los libros ya están allí y quienes deben opinar son los lectores o, en todo caso, los críticos.

—Se trata de biografías de personajes que intervinieron en la historia de nuestro país entre 1776 y 1912.

—Exactamente. Alguien podría decir que se trata de medallones biográficos, trazos históricos y tal vez literarios sobre la vida de estos hombres y mujeres.

—¿Por qué dice literarios?

—Porque es lo que he pretendido. La literatura entendida como trabajo con las palabras.

—En términos banales, ¿no concebimos a la literatura como ficción y a la historia como otra cosa, que establece una relación que se quisiera documentada con lo realmente acontecido?

—Se pueden discutir estas afirmaciones. La literatura es ficción, pero no está reñida con la verdad, en todo caso intenta llegar a ella a través de otros caminos. Muchas veces el trabajo del creador de ficciones se parece al del historiador. Flaubert para escribir “Madame Bovary” se documentó con el rigor de un investigador académico.

—Entonces, ¿es pertinente llamar a estos libros “de historia”?

—Puede ser,en la medida que se trata de una indagación sobre el pasado y de una indagación que pretende hacerse desde una amplia bibliografía. Lo que sucede es que escribir historia no es reproducir los documentos. No hay historia sin interpretación y comprensión, pero en el caso que estamos hablando, es también trabajo con las palabras, decidir sobre la construcción de un determinado tipo de frase, optar por un ritmo, una cadencia. Le doy un ejemplo: dos personas disponen de la misma información y tienen que escribir sobre ella; lo van a hacer de manera diferente, y esa diferencia se llama estilo. Pretendo que mis libros tengan un estilo.

—¿El estilo de un periodista o de un historiador?

—Yo soy una mezcla de todo eso y desearía que mi estilo refleje esa mezcla.

—¿Libro de historia o novela histórica?

—Novela histórica seguro que no. Y no lo es, entre otras cosas, porque no hay una trama un drama o una tragedia.

—¿Una escritura objetiva?

—No me gusta la palabra “objetiva”. Y mucho menos en el género biográfico. Como usted, yo estoy seguro de lo que estos libros no son, pero no tanto sobre lo que son. Y no es un juego de palabras. Ahora, si me va a apretar para que diga algo, le diría que son ensayos biográficos. Por supuesto no estoy inventando nada; pienso, por ejemplo, en Lytton Strachey, un escritor inglés muy amigo de Virginia Woolf. O, para no irnos tan lejos, en escritores locales como Octavio Amadeo o Ignacio Anzoátegui, sí, el fascista, un excelente escritor más allá de sus creencias ideológicas, las que nunca disimuló.

—La extensión de cada capítulo o ensayo es otra cuestión interesante. A San Martín le dedica diez páginas, ¿por qué no todo un libro?

—Es como preguntar por qué un escritor escribe un cuento en lugar de una novela. No lo sé. Mi percepción fue ésa. Siempre me pareció que -con todo respeto- en esas monumentales biografías, había muchas palabras de más. En mi caso me importan de una biografía aquellos detalles que marcan una vida. Como le gustaba decir a Borges, descubrir en cada hombre el momento en que sabe de una vez y para siempre quién es.

—Otra inevitable circunscripción: ¿libro de historia o libro de divulgación histórica?

—Creo que en lo fundamental se trata de libros de divulgación. Yo no invento ni descubro nada que no se conozca. Pero elijo detalles, circunstancias y, sobre todo, elijo contarlas de una determinada manera.

—Y además, usted opina sobre estos personajes.

—Claro que opino. Lo hago con la máxima prudencia y sobre todo tratando de no adjetivar sobre sus vidas. Pero mentiría si dijera que soy indiferente. Creo que es inevitable tomar partido, pero hay que saber hacerlo. Es, también aquí, una cuestión de estilo.

—Quienes lo conocemos sabemos, por ejemplo, que usted simpatiza con Sarmiento y rechaza a Rosas. ¿Esas preferencias están presentes en sus libros?

—Si lo están, lo están a pesar mío. Es evidente que simpatizo más con la personalidad de Sarmiento que con la de Rosas, pero no sé si Sarmiento era un tipo más interesante que Rosas. Con esto lo que le quiero decir es que a la hora de escribir sobre Rosas he tratado de entenderlo y entender el marco histórico en el que le tocó actuar. Rosas visto desde esa perspectiva es una personalidad fascinante -la fascinación del mal le gustaría decir a algunos de mis amigos-, pero fascinación al fin y esa sensación intenté que esté presente a la hora de escribir sobre él.

—¿Cuáles fueron sus fuentes para escribir estos libros?

—Mi principal fuente es mi memoria, que sigue siendo buena. Leo historia desde mi adolescencia, pero no sé si podría calificar toda esa información. De todos modos, si hay que hablar de una bibliografía básica, citaría a los grandes historiadores argentinos. Digamos: José Luis Romero, Tulio Halperín Donghi, Marcela Ternavasio, Natalio Botana, Luis Alberto Romero, José Chiaramonte, Ezequiel Gallo, Oscar Terán, Beatriz Sarlo, Carlos Altamirano y, como se dice en estos casos, hay más nombres.

—Todos ellos de tradición liberal.

—Liberal y de izquierda. Pero también le puedo mencionar a Julio Irazusta, José María Rosa, Abelardo Ramos -sí, aunque a él no le guste, porque me importa más su escritura que lo que dice-.

—¿Y en el campo estrictamente literario?

—En primer lugar, Jorge Luis Borges. Leo a Borges desde hace cuarenta años; lo leía cuando muchos que ahora lo reivindican si lo cruzaban por la calle lo insultaban.

—¿Por qué todo concluye en 1912?

—Es lo que escribí hasta el momento. El año 1912 es el de la Ley Sáenz Peña, es el momento del pasaje de la república posible a la república verdadera. ¿Quién le dice que en algún momento no se me ocurra escribir el tomo cuatro, es decir, el tomo dedicado a los protagonistas del siglo veinte.

—¿Le interesaría?

—A mí, escribir siempre me interesa.

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