El aire acondicionado

El aire acondicionado

Todos los años me juro y perjuro para esta época que el año que viene no me agarran más, que planificaré para que el técnico especializado en aires acondicionados me visite en invierno, que es cuando menos demanda hay. Pero las promesas quedan en el aire, yo estoy (a) condicionado por mi íntimo modo de ser. ¿Cuánto te puedo cobrar por esto?

TEXTOS. NÉSTOR FENOGLIO ([email protected]). DIBUJO. LUIS DLUGOSZEWSKI ([email protected]).

 

Hay quien asegura que los treinta años de periodismo sobre el lomo (o a las costados, más arriba o más abajo, según los casos y las épocas) que tiene este servidor, lo han hecho funcionar como un animal acorralado que sólo funciona contra los plazos. Ando fantástico cuando me aprietan los tiempos. Allí, me digo, soy lúcido, inspirado, concentrado, y otros ados (abombado, por ejemplo) y resuelvo invirtiendo el dicho de los planificadores: ¿por qué hacer hoy lo que puedo ser mañana? Arte de editor, si tengo un minuto más, lo voy a usar...

Eso puede funcionar muy bien para el periodismo y para algunos momentos especiales de la vida -estar tranquilos, por ejemplo, en medio de las tormentas; mover los deditos igual a pesar de estar al horno, etc.- pero en otros casos ese estilo de vida conspira contra uno mismo: tantas cosas que fuiste dejando para más adelante porque tenías tiempo, en algún momento se te amontonan y tenés que resolver. Vamos a los bifes: debí arreglar y hacer revisar el aire acondicionado en junio, en julio, en agosto... Pero por supuesto, lo hice ahora, con el primer calor fuerte. Eso tiene costos.

Por ejemplo, el noble señor que ejerce el también noble oficio de arreglar los más o menos nobles aparatos de aire acondicionado que nos rescaten del innoble (para qué vamos a dar vueltas) calor santafesino, ahora es inubicable, hay que pedirle audiencia y su trabajo vale mucho más que hace un mes.

Inubicable: es más fácil encontrar un espeleólogo en La Pampa o Santiago del Estero, un especialista en ozono en Providencia, mi pueblo (pónganse de pie, irrespetuosos) o un campeón de windsurf en Purmamarca que ubicar al señor que sabe arreglarte el aire.

Hay que pedirle audiencia: en efecto, supongamos que ubicamos un señor con esas características. Otra cosa es que te atienda y que encuentre un momento de su agenda (que coincida con la tuya; consejo: si el tipo te dice que va a tal hora, bajá todo lo que tengas, así te espere el presidente de tu empresa) para ver el “problemita” que tiene tu aire, que sopla ese vientito caliente de morondanga, cuando vos clamás por un ventarrón frío símil freezer... Es más fácil hacer comparecer en tu casa a la presidenta de todos y todas que al especialista en cuestión.

Y, tercero, su trabajo vale mucho más que hace un mes. El tipo viene a tu casa, mira el aparato, mira afuera y es probable que no te resuelva la cosa ahí mismo: te genera la dependencia. Mañana, te dice, voy a ver bien los caños exteriores, porque acá hay un problema que no se resuelve tan fácil. No, todavía no sabe cuánto puede salir, pero si es lo que él teme que sea (y vos empezás a temer el doble que él), no va a ser menos de quinientos, seiscientos pesos... Ya te marca la cancha: si vos tenías la estúpida intención de liquidar todo hoy y por doscientos mangos, olvidate.

Te quedan dos caminos: hacer otra consulta (resultado incierto: más días de calor, más adentro de la temporada, más demanda para los señores...) o concertar por el señor por miññineñññtos pesos y que lo arregle de una vez. Optás sabiamente por esta alternativa.

El señor vuelve al otro día, ya para arreglar el aparato, mira aquí y allá y trabaja dieciséis minutos. Y son ochocientos pesos. Y callate. Y pagá. El precio está hecho con deliciosa precisión de cirujano, lo suficientemente más barato que comprar un aparato nuevo e instalarlo (que no es lo mismo, como se sabe) y bastante más caro que lo pensabas pagar.

El año que viene no me agarran más: llamo al señor el 21 de julio. Porque ahora uno tiene esa contradicción intrínseca o intrinmojada (según los casos) por la cual tenemos un aparato que enfría rebién. Pero estamos recalientes.