OCIO TRABAJADO

Las correspondencias

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Charles Baudelaire. Retrato de Nadal (1855). Foto: ARCHIVO

 

Estanislao Giménez Corte

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I

A Juan le gusta B pero le responde A. A Malena le gusta el arte 1 pero sus padres le imponen la carrera 9. A Roberto le gustaría que Y lo tuviera en cuenta, pero éste sólo tiene ojos para X. A Pedro no le gusta T pero tiene que comer T. Juan odia trabajar en M pero lo hace, sintiéndose B, sintiéndose b, mejor dicho. Malena tiene N cantidad de problemas: quisiera que fuesen muchos menos, que fuesen OPQ, pero no, son N nomás. Luciano dijo el otro día a un amigo que podrían ir a Y pero fueron a G. A Juan le gustaría que B le diera 4,5, no 3.7; que B fuese un poco más L o E.

Pedro estudió para H pero trabaja en V; quisiera ahorrar para salir de B y se siente muy J.

II

Charles Baudelaire escribió su poema “Las correspondencias” a mediados del siglo XIX. Numerosos especialistas coinciden en que allí se centra el “credo estético” del poeta, y el boceto de todo lo que vendría después. Allí leemos (las traducciones varían en parte) en el inicio: “La naturaleza es un templo de vivientes pilares/que susurran a veces confusos vocablos;/y el hombre atraviesa por florestas de símbolos/que lo observan con ojos de mirada habituada./Como ecos extensos, confundidos, lejanos,/desde una unidad tenebrosa y profunda,/amplia como la noche y como la claridad/colores y perfumes y sones se responden”. Muchísimo se ha escrito sobre esta composición. Nos quedamos con una observación cuyo autor se nos escapa: se dijo que el poema quiere decir: “La naturaleza es una correspondencia del cielo”.

III

En una carta de 1856 que cita Benjamin en “Libro de los pasajes”, Baudelaire escribe: “Hace bastante tiempo que vengo diciendo que el poeta es soberanamente inteligente (...) y que la imaginación es la más científica de las facultades, pues sólo ella comprende la analogía universal, o lo que una religión mística denominaría la correspondencia (...) capta las relaciones íntimas y secretas entre las cosas”. Cuántas veces queremos ver, cuántas creemos ver, esas correspondencias en cosas cotidianas y pequeñas; pero cuántas veces más vemos cómo se produce una suerte de quiebre de ese orden posible, o la simple inexistencia de ese orden deseado. Acaso el poema aludía a un orden entre hombres y naturaleza que no existe más: que fue violentado, oscurecido, ultimado en el último siglo y medio; buscamos entre nosotros, en círculos viciosos y no encontramos más que paradojas, ruinas, equívocos, desaciertos. Acaso al hombre no le llegan “susurros” ni “símbolos”, ni las respuestas que se dan entre sí “colores, perfumes y sones”. Sordos de urbanización, apenas nos llegan, en forma de grito, de amenaza, de confesión, de pedido, de urgencia, de queja, lo que uno le dice a otro que quiere, lo que uno no obtiene de una persona, lo uno que desea como cosa, lo que uno pretende de los objetos y las instituciones. Toda esa bola de sonido cae en ningún lado porque su correspondencia es el aire o el humo.