Indumentaria deportiva

En las ciudades, cada vez más y salvo escasas excepciones que se irán perdiendo en nuevos loteos, el fútbol cinco reemplaza a los viejos y emblemáticos potreros. Ambos comparten total liberalidad en vestimenta: dale que ya empezamos.

TEXTOS. NÉSTOR FENOGLIO ([email protected]). DIBUJO. LUIS DLUGOSZEWSKI ([email protected]).

Indumentaria deportiva
 

Por ahí, entre las diferencias más notorias entre el campito o el potrero y el fútbol cinco, se destacan la convocatoria acotada (son cinco por lado; o cuatro si faltan dos; o podés sumar uno más que vino, pero no es elástico) y el hecho de que tenés que pagar para jugar, lo cual en un país tan basto como el nuestro, es como pagar para correr la cinta de un gimnasio. Pero ese es otro tema.

A mí me desvive, me desvela, me inspira, me preocupa, me fatiga, me sorprende y todos los verbos que se les ocurran, la enorme amplitud cromática y estilos de vestimenta de los vagos, los jugadores o, como dicen ahora algunos, los “players” (¡tan pleier va’ a ser vo’!). Porque hay tantos estilos y vestimentas (y camisetas y medias y botines y pantalones) como jugadores. En el caso del fútbol cinco, hay diez camisetas distintas de arranque.

Ayuda, lo sé, el hecho de que en muchos casos, los turnos se repiten y también los jugadores y hasta probablemente las vestimentas: Cachito trae siempre una de Unión; el Loncha, siempre un pantaloncito de Colón, con el número 5.

Pero en general este picado formal que es el fútbol cinco tiene amplia movilidad etaria y ningún o todos problemas de investidura: hay lompas ajustaditos de la década del setenta; medias a rayas horizontales de los sesenta, camisetas, remeras, musculosas de distinta calaña, tipos descalzos... en fin: una sociedad variopinta, en movimiento (bueno: ellos; yo ya no corro más, si es que alguna vez lo hice), sudorosa y vocinglera...

Conviven allí desde el veterano de viejas batallas (el Turco y yo, por ejemplo), hasta el jovencito atrevido y “lookeado”, desde el futbolero hasta el “fashion”, desde el playero hasta el que llega corriendo de la oficina con corbata y traje...

Por ejemplo: hay niñitos jóvenes, atrevidos y con ínfulas (y sí: algunos hasta se ponen y usan ínfulas), que vienen con un botín de cada color (o de colores chillones y “flúos”, contrastan directamente con la sobria negritud de los botines de un sensato cincuentón de aguerrida estampa), con zoquetitos mínimos (contra las medias hasta las rodillas, de los clásicos), calzas (una aberración, una mariconada o un insulto para quienes tenemos más de cuarenta) y la última versión de la camiseta oficial del Barcelona, del real Madrid o del Ajax, contra la once despintada de San Lorenzo de los carasucias que aún conserva uno de los jugadores.

Hay una primera dificultad institucional que es identificar más o menos rápido a tus compañeros y no pifiarla a la hora de los pases: en fútbol cinco un pase al contrario con tu equipo saliendo es gol de ellos. Y vos estás peor que el que aparece una vez al año en misa: perdón, perdón y perdón a cada rato.

Se complica con la convivencia de muchas camisetas similares en uno u otro bando. Porque por estas tierras, siempre un par de camisetas de Colón y Unión por lado aparecen. O de Boca o River (por ahí aparece uno con camiseta de Racing: lo abrazo en silencio, le digo que soy de la acadé y ambos sabemos que estamos preparados para cualquier cosa en la vida), pero la verdadera camiseta es la diversidad.

Es un buen mensaje: significa que cualquiera puede jugar, que se aceptan veteranos, péndexs, medianitos, rengos, tuertos, pelados, panzones (tu hermana, por las dudas) y cualquiera que disponga de una hora de su vida, unos pocos mangos y, ojalá, un rato para el tercer tiempo...

Y nos vamos yendo, rapidito, porque me convocaron de última a un fulbito cinco. Los botines están siempre en el baúl del auto. Y nadie se va a fijar si tengo o no la remera con la que fui a laburar. Estoy listo para (no) transpirara la camiseta.