crónicas de barrio

Centro de Salud Mabel Montes

Unas 120 personas concurren por día al dispensario

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Tres décadas de servicio. El dispensario, ubicado en calle Risso al 1700, se llama Mabel Montes en homenaje a la enfermera y benefactora del barrio que lo hizo posible hace más de 28 años.

 

La realidad que se vive hoy en el dispensario Guadalupe Oeste es distinta a la de hace cinco años atrás, cuando concurrían más de 500 personas por día por falta de establecimientos médicos en los barrios vecinos. Los profesionales trabajaban sin cesar para cumplir con todos sus pacientes. Una tarea que muchas veces resultaba difícil de llevar. Pero esta situación se revirtió cuando se fundó el dispensario del padre Trucco en Javier de la Rosa, acaparando un gran número de enfermos. Desde ese momento, los seis médicos que atienden en Guadalupe Oeste divididos en distintas especialidades —clínicos, ginecólogo y odontólogo— poseen el tiempo para solucionar los problemas de todos.

Hoy, el centro de salud Guadalupe Oeste atiende alrededor de 120 personas por día. Su enfermera, Liliana Butto, explicó que los pacientes concurren de diferentes zonas para recibir ayuda.

El dispensario atiende todo tipo de casos: desde personas baleadas, cortes por arma blanca, politraumatismos o heridas importantes hasta cuestiones básicas como patologías por vómitos, fiebres y diarreas. “La realidad del barrio es bastante complicada. Entrar en esta zona no es fácil, pero desde hace dos meses estamos más tranquilos gracias a la Policía Táctica. No se ve tanta inseguridad como antes”, afirma Butto.

Actualmente, la mayoría de las causas por la cual hay una constante concurrencia de gente a este centro a diferencia de meses anteriores es por vacunación, certificados médicos y bucodentales exigidos en los colegios, o de jóvenes que necesitan realizarse el Papanicolaou y que buscan pastillas anticonceptivas.

Cuando las cosas no son lo que parecen

Qué ves cuando me ves

  • El exterior de una vivienda ubicada en Necochea al 7600 parece el típico set de una película de terror. Sin embargo, por dentro esconde el más fascinante de los secretos.

Ayer y Hoy

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¡Tomá la sopa porque si no...”. Esta fotografía fue publicada en El Litoral a mediados de 1989. En la nota gráfica se menciona que por entonces muchas madres utilizaban la vieja y descuidada construcción en forma de castillo para decirle a sus hijos que tomaran toda la sopa porque si no se le iban a aparecer los fantasmas que habitaban en la casa de las brujas.

 

Las únicas fuerzas capaces de romper la rutina son el misterio y la aventura. Sólo ellas permiten brindar un poco de magia a la existencia. El problema surge cuando, cautivados por estas fuerzas, se trastorna fortuitamente la vida de otras personas. Este fue el caso de la familia Colombini, que vio cómo poco a poco su hogar se transmutó en una “casa embrujada”.

La historia de esta casa -o del castillo, como algunas personas la llaman- comenzó allá por el año 1920, cuando Don Colombini, propietario de un extenso terreno en la zona decidió construir una quinta de fin de semana para su familia que vivía en el centro.

La residencia congregaba a todos los vecinos del barrio, que hoy recuerdan con felicidad su niñez jugando por sus pasillos, su gran parque y sus canchas de bochas. También era el escenario de multitudinarias fiestas destacadas por personalidades de la ciudad y artistas nacionales.

Al fallecer Don Colombini en el año 1973, la gran casa perdió su razón de ser. Para sus descendientes implicaba un inconveniente trasladarse hasta allí para habitarla o, al menos, mantenerla.

De modo que la vivienda quedó a cargo del hijo de uno de los quinteros de la zona. Pero según Juan Alejandro Colombini -hijo de Don Colombini- lejos de cuidarla, el muchacho dejó que la construcción se cayera a pedazos.

De inmediato, para proteger a la propiedad de niños traviesos y delincuentes, los vecinos inocentemente corrieron la voz de que la misma se encontraba embrujada. El rumor no tardó en desparramarse por el barrio, los medios se hicieron eco de la increíble historia de la casa embrujada de Guadalupe Oeste y comenzó la pesadilla para los Colombini.

“Empezaron a aparecer fanáticos que se metían en el altillo, prendían velas y grababan en busca de fantasmas. De hecho, no sabemos si por accidente o intencionalmente, la casa fue incendiada en dos oportunidades”, cuentan Laura Colombini y su marido.

Años después, por razones personales, la familia se mudó a la vivienda y lentamente la fue reparando. Colores, adornos, muebles nuevos, plantas y recuerdos fueron ganando terreno a las ruinas. Con mucho sacrificio, recuperaron algunos de sus ambientes y otros hoy son una tarea pendiente o un pasatiempo para los momentos libres.

Lejos de estar habitada por fantasmas, hoy la casa está más viva que nunca. Y detrás de sus muros se esconde el más fascinante de los misterios: el tenaz instinto del ser humano de levantarse y reconstruirse, literalmente, desde los escombros.

¿“No tiene miedo de vivir en esa casa don? Aún hoy, los habitantes de la quinta de los Colombini escuchan preguntas como ésa. Es que su fachada es única en el barrio y asombra a los chicos que pasan por ahí, quienes alguna vez escucharon el cuento de “la casa embrujada del barrio”. A los dueños no les queda otra que reírse y explicarles que “¡es mentira”!.

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Por dentro, la casa de los Colombini no es la mansión que parece por fuera. Es una casa grande, ventilada e iluminada; donde sus propietarios hacen sentir muy a gusto a quienes ingresan como así lo hizo el staff de Crónicas de Barrio.