Crónica política

Los radicales y Carrió

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En San Fernando. Rosas, Sanz, Cobos y Cano, intercambian opiniones sobre la mejor estrategia del radicalismo con vista a las elecciones generales de 2015. foto: gentileza Infobae /NA

“El progreso de la sociedad depende de la calidad humana de sus componentes”. Arturo Illia

por Rogelio Alaniz

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En la reunión celebrada el pasado lunes en San Fernando, los radicales resolvieron lo que le corresponde hacer a un partido democrático ubicado en el campo opositor. Las decisiones fueron de una notable previsibilidad y estuvieron precedidas por un intenso debate político. Estamos tan poco acostumbrados en la Argentina a que un partido político haga funcionar sus instituciones internas y tome decisiones previsibles, que cuando esto ocurre nos asombramos, nos enojamos o acusamos a ese partido de obsoleto o de estar financiado por el narcotráfico.

Una de las decisiones que más molestó a los críticos fue la de respaldar una fórmula presidencial encabezada por la UCR. ¿Qué esperaban? ¿tan alienados estamos en materia republicana que nos parece mal que un partido se reúna para proponer sus propios candidatos? ¿lo correcto hubiera sido proponer un candidato de otro partido? Si la pretensión no fuera patética, resultaría graciosa. ¿Un partido se moviliza, moviliza a sus dirigentes y a sus militantes para después resolver que van a apoyar a un candidato de otro partido?

Los propios radicales admiten que a la vuelta del camino puede ser probable que apoyen a otros candidatos. Esto ocurrirá si pierden las Paso, por ejemplo. O si a las Paso se suma Macri, lo cual es una posibilidad que no se clausuró en la reunión de San Fernando. Pero lo que no se le puede negar a un partido es el derecho básico de proponer sus propios candidatos. Es lo que hizo la UCR en la reunión del Complejo Náutico de Punta Chica. Lo decidido -repito- no niega hacia el futuro acuerdos, entendimientos o la presencia de otros candidatos en las internas llamadas Paso. Pero un principio básico para toda institución política que merezca ese nombre, es defender propuestas y candidatos propios.

En política sólo una cosa es más grave que el sectarismo: la estupidez. Y estúpidos habrían sido los radicales si en la reunión hubieran decidido lo que pretendía Elisa Carrió, es decir, apoyar a Macri. Eso y declarar la inutilidad del partido es más o menos lo mismo. Como reza un refranero popular: “Un partido no tiene derecho a regalarse”. Y lo que los radicales hicieron fue protegerse de esa perniciosa tentación que incluye -entre otras cosas- admitir por anticipado la inutilidad de los partidos políticos y, en este caso, del radicalismo.

El tiempo o los tiempos son la clave de la política. La cuestión de la sabia administración del tiempo es tan importante que se ha llegado a decir que uno de los grandes errores políticos es -por ejemplo- tener razón antes de tiempo. Puede que Elisa Carrió tenga razón y la oposición deba unirse para impedir que se consagre el continuismo. Puede que el candidato con capacidades reales de ganarle al peronismo sea Macri. Todo esto y mucho más puede ser posible. Pero de allí no se infiere que la UCR decida un año antes poner toda su estructura al servicio de una candidatura externa. No se trata de una cuestión de derecha o de izquierda. Lo que vale para Macri vale para Solanas, Tumini o Binner. Un partido puede admitir coaliciones y alianzas, pero no puede negarse, si efectivamente es un partido, a defender su identidad y sus propios candidatos.

La declaración de la UCR no cierra puertas ni ventanas hacia el futuro. Pero no las abre más allá de lo que aconseja la prudencia. En primer lugar, ratifica la constitución de Unen; luego propone candidatos propios. Acto seguido, defiende la territorialidad del partido y habilita acuerdos y alianzas provinciales “coordinadas con el Comité Nacional”. Otra de las decisiones es la de alentar acuerdos de gobernabilidad, lo cual, en términos electorales, significa que además de ir con candidatos propios o forjar coaliciones, el partido está dispuesto a forjar acuerdos para un hipotético ballotage o con el candidato que sea consagrado presidente. El último punto promete una convocatoria a la Convención Nacional “en el tiempo más breve posible”.

¿Qué otro aporte a la democracia se le puede exigir a un partido político? Más de cien dirigentes de todo el país se reúnen y durante doce horas deliberan acerca de las tácticas y estrategias a implementar hacia el futuro. La deliberación incluye diferencias y ásperas polémicas. Y finalmente un acuerdo, un acuerdo que, como se pudo apreciar, no es retórico.

Lo sucedido no es lo que más abunda en la farandulizada política nacional. El caudillo, el personaje mediático, el candidato fabricado por las encuestas es lo que tiende a imponerse. Nos quejamos de la falta de participación, de los candidatos con mucha imagen y pocas ideas, de las roscas y conciliábulos en las sombras, pero a la hora de la verdad pareciera que estamos cómodos con las modas de turno.

La posibilidad de que Macri sea el candidato capaz de ganarle al peronismo es una posibilidad, nada más y nada menos que eso. El futuro dirá si lo posible se hace real. Esto dependerá de múltiples factores y de lo que haga o deje de hacer el propio Macri. La tentación de unir a todos los opositores para ganarle al peronismo es fuerte, pero no es una verdad revelada. Mientras tanto, los partidos políticos tienen derecho a ser cautos. Como lo es Macri por su lado. Nadie hipoteca su estructura partidaria por un candidato externo sin alguna garantía a cambio.

Un partido es una voluntad colectiva, con intereses y necesidades propias. Esos intereses y necesidades se tienen que compatibilizar. A esos “inconvenientes” nacidos de la organicidad, la historia y la responsabilidad, no los tiene Carrió. Ella decide por sí misma. A veces acierta, a veces se equivoca, pero siempre se preocupó por centralizar la política en su persona. Y cuando esto no ocurre, se va. Esos “privilegios” no los tienen Cobos, Sanz, Morales o cualquier dirigente radical responsable.

Insisto, es probable que la UCR admita en algún momento que Macri se sume a las Paso. Pero esa decisión toma sus tiempos, no se hace de la mañana a la noche y, mucho menos, atropellado por otros partidos y dirigentes. Carrió está en su derecho de creer que el acuerdo con Macri debe hacerse ya. Pues bien, que lo haga. Lo que no puede pretender es que los otros partidos de Unen salgan corriendo detrás de su flamante propuesta. Y mucho menos proceder a acusar de las peores cosas a quienes no deciden someterse a su voluntad.

De Cobos supe que lo acusaron de traidor o de conservador, pero nunca escuché que fuera corrupto, entre otras cosas porque no lo es. El kirchnerismo, por ejemplo, dijo de él incendios, pero nunca se animó a agraviarlo como hizo Carrió. Lo que vale para Cobos, vale para Binner. Y también para su último amor: Solanas, con el cual en su momento no tuvo reparos en aliarse porque así lo aconsejaban sus necesidades de sobrevivencia, cerrando los ojos a los antecedentes de un dirigente identificado con las tradiciones peronistas que Carrió detesta.

En cualquier caso, lo que Carrió debería aprender es que la condición republicana exige tolerancia, respeto por el adversario, prudencia en el empleo de las palabras. Su pasión por Macri no es diferente de la que en su momento sintió por Solanas. ¿Cuánto tiempo demorará en desencantarse, como ocurrió con Solanas? Invoca como ejemplo la personalidad de Alem, alguien que vivió hace más de cien años y que en todas las circunstancias defendió la individualidad partidaria. O a la hora de abusar con las comparaciones con los muertos, ¿alguien se imagina a Leandro Alem al lado de Mauricio Macri?

Illia es la otra figura que Carrió reivindica. Excelente ejemplo, a condición de hacerse cargo de la totalidad de la personalidad de un hombre que, como buen sabatinista, defendió en toda circunstancia la individualidad partidaria y nunca infamó a sus adversarios.

Carrió debería saberlo, una república se hace con instituciones, pero no hay república democrática sin cultura republicana, es decir, sin tolerancia, respeto y consideración por quienes no piensan lo mismo. Para intolerante, arbitraria y caprichosa está la Señora.

 

La declaración de la UCR no cierra puertas ni ventanas hacia el futuro. Pero no las abre más allá de lo que aconseja la prudencia.

No hay república democrática sin cultura republicana, es decir, sin tolerancia, respeto y consideración por quienes no piensan lo mismo.