“La creación de Adán” (detalle), de Miguel Ángel Buonarroti.

Una libertad de peregrinos

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por María Teresa Rearte

La temporalidad del hombre es dramática porque es libre. El modo libre de ser es lo específicamente humano del devenir. Cada instante presente con su posibilidad de elegir contiene también la posibilidad de romper la inercia de nuestro ser indeciso. Pero lo más notable del acto libre no reside en el esfuerzo de la decisión. Sino en que toda decisión implica necesariamente la renuncia a múltiples posibilidades. A diversas formas de existencia que hubiéramos podido vivir.

No se trata sólo de las posibilidades “intelectuales” en un ámbito sociocultural que pondere los “grandes intelectos”. Tampoco con relación a los logros que se pueden “contabilizar”, como sucede con el dinero que se gana o los goles de un futbolista. Sino que también se trata de la esfera emocional del ser humano y sus posibilidades. ¿Hasta qué punto se viven y expresan los sentimientos y las emociones, en lugar de reprimir unos y otras? Hacerse cargo de esta faceta de la personalidad también tiene que ver con la maduración personal.

Las sucesivas elecciones y renuncias integran los distintos momentos de la existencia. Y también estrechan el campo de la libertad, a la vez que, de alguna manera, se fija el modo de ser. La razón y el corazón tienen la palabra definitiva, no sólo a nivel del espíritu, sino también en cuanto a la situación en la que se vive y a las acciones humanas. Se elige un estudio, un estado de vida, un amigo, una causa en la cual enrolarse. Así cada uno define el sentido de su vida. Hasta que, al final, se llega a un cero de posibilidades al instante de la muerte. Entonces ésta cambia la vida en destino.

El clima espiritual de nuestro tiempo no ofrece verdaderos ideales de vida. Los que no habría que buscarlos en los libros. O serlo sólo de palabra. Sino que deberían proponerse en distintos modelos que los encarnen. En los comportamientos y actividades que ofrezcan índices axiológicos a quienes viven en nuestras sociedades. En lugar de que la negación de esos ideales sea lo que se difunde y publicita.

En sociedades en las que abundan las dependencias, las conductas violentas, las adicciones y cosas parecidas, ¿qué lugar hay para la dignidad de la persona humana? ¿Cuál para el amor? ¿Cómo ejercitar la libertad, teniendo en cuenta no sólo las estructuras del elegir; sino pensando en la escisión de los hemisferios del bien y del mal? ¿En la escisión religiosa entre lo santo y lo pecaminoso?

Si el mundo se presenta hoy como inhóspito y el hombre contemporáneo experimenta la soledad y el desamparo aunque, en gran medida, su vida se desenvuelva en ámbitos sociales y se movilice entre multitudes, es porque hay un suelo de vacío existencial en el que ha crecido el pensamiento nihilista y decepcionante. En el que las tensiones han llegado hasta el paroxismo, de modo que no se logra conciliarlas. Y la vida está cargada de angustia. Lo cual ha sido tratado por Karen Horney, al referirse a las tensiones conflictuales irreconciliables que el neurótico experimenta en grado superlativo.

La realidad muestra la necesidad de un mínimo de vida interior y de posibilidades del mundo exterior para que la vida humana se desenvuelva con dignidad. En cambio hoy se ha potenciado la complejidad socioeconómica, que dificulta las posibilidades humanas. Por lo que el hombre contemporáneo no sólo afronta el dilema de la libertad individual; sino también la problemática de la libertad como hecho colectivo. En la esfera intramundana y temporal no hay elección sin renuncia. El hombre no es un ser satisfecho que coincida consigo mismo. Pero sí es alguien con posibilidades.

Hay un conjunto de circunstancias que condicionan la libertad del hombre. Pero el camino de lo bueno en su peregrinar por este mundo, expuesto a las contingencias de un tiempo y un lugar, y en el que sin duda a veces habrá mucho de desierto y pocos oasis, pide elegir y confiar en la posibilidad de transitarlo.