“Mímesis”, de Erich Auerbach. Fondo de Cultura Económica. Buenos Aires, 2014.

Los 50 años del mejor ensayo de crítica y teoría literaria

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Iluminación del “Códice de Amiatinus” (Siglo VIII).

 

Por Jc Ramírez

¿Cuál es el encanto que conserva este libro después de 50 años de su aparición (Mímesis se publicó por primera vez en Berna, en 1946)? ¿Estriba en la vigencia de un método teórico o crítico, que es la medida de valor con que calibra la intelligentsia académica a los ensayistas que periódicamente coloca en la cresta de la nueva ola o que deja ahogar en aguas profundas? Emulando su propia tesis, podría en principio decirse que ese encanto proviene de la capacidad de presentar en su complejidad las búsquedas de una representación más fiel, compleja, profunda, verosímil y emotiva (más poética, en suma) de la realidad a lo largo de tres milenios de literatura occidental. Pero esto no es lo más significativo.

Nacido en Berlín, en 1892, en el seno de una familia judía, Erich Auerbach estudió en la Universidad de Heidelberg, se especializó en filología románica y sirvió al ejército alemán en la Primera Guerra. Uno de sus primeros escritos fue Dante, poeta del mundo terrenal, un ensayo en el que ya están algunos presupuestos que aparecerán en Mímesis: la lectura historicista (Auerbach tradujo y siguió los principios de Giambattista Vico) para aprehender la forma con la cual cada época ve y articula su concepción de la realidad; Dante Alighieri y su Comedia como hito esencial en la historia de la literatura occidental, y la pericia en conjugar una enorme erudición, las tradiciones de su origen judío, el reconocimiento histórico y simbólico de la revolución cristiana (específicamente, en la representación artística) y la audacia (más allá de Nietzsche y de Marx) por reconocer y dar cuenta de dialécticas y paradojas esenciales (como esos importantes períodos de creación artística en los que se reafirma y se socava al mismo tiempo “la dimensión religiosa que da crédito a lo Divino”).

Lo que Auerbach estudia es “un proceso de formación e interpretación, cuyo objeto somos nosotros mismos”, es decir, la humanidad (o si se quiere, el mundo occidental), y por ende, los autores y los lectores. Tiene razón Edward Said en el post-facio que se agrega a esta nueva edición de Mímesis, acerca de que el libro de Auerbach está lejos de ser un texto que ofrezca ideas útiles y conceptos tipo cuadros sinópticos con supuestos principios científicos que en verdad no existen ni pueden existir en materia estética. “Mímesis es un libro personal y disciplinado, si bien está lejos de ser autocrático y pedante”, escribe Said. Y también: “Es imposible un método más científico o una mirada menos subjetiva, salvo que el gran erudito siempre puede reforzar su visión con aprendizaje, dedicación y propósito moral”.

La estructura de cada uno de los capítulos de Mímesis es similar: comienza citando en lengua original un extenso fragmento de la obra que lo ocupará, y a continuación pasa a analizarlo detalladamente, ampliando como en círculos concéntricos las derivaciones y los elementos en consideración: primero un panorama general del texto en cuestión, luego el contexto histórico-estético que lo vio nacer, luego su integración a tal o cual tradición, para finalmente llegar a la concepción de la realidad y los esfuerzos y recursos puestos en práctica para representarla. A partir de Homero y La Biblia, pasando por Petronio, la Edad Media, Dante, Cervantes hasta llegar a la gran novela del siglo XIX, a Virginia Woolf, Joyce y Proust.

Auerbach escribió Mímesis en Turquía. Se había visto obligado a renunciar a su cátedra en Marburg debido a las persecuciones nazis, y aprovechó una oferta para enseñar literatura románica en la Universidad Nacional de Estambul. Él mismo testimonia que no contaba entonces con una biblioteca docta y la guerra impedía la circulación de publicaciones. Así, su principal fuente bibliográfica fue la memoria. Y concluye: “Es muy posible también que el libro deba su existencia precisamente a la falta de una gran biblioteca sobre la especialidad; si hubiera tratado de informarme acerca de todo lo que se ha producido sobre temas tan múltiples, quizá no hubiera llegado nunca a poner manos a la obra”. Dice esto en el epílogo, que termina con palabras conmovedoras: “Con esto he dicho todo lo que creo que debo decir al lector. Sólo falta encontrarlo a él, al lector”. Conmovedoras porque se presentan como un homenaje al gran actor del hecho literario, al personaje que está presente en cada una de las páginas de Mímesis, y que da fe y existencia de cada uno de los textos analizados. Porque si hay un modelo y una metodología en Mímesis es justamente un modelo de lectura, rigurosa pero sobre todo apasionada. El tema de Mímesis es importante, nada menos que “la interpretación de lo real por la representación literaria o ‘imitación’ ”, pero lo que hace de este libro -permítaseme este juicio exaltado- el mejor libro que yo conozca de crítica y teoría literaria de estos últimos 50 años, es porque nos indica que su tema podría ser otro, que lo que importa como insuperable de su, digamos, ontología, es la erudición que pone en acto en una lectura comparada (en la que, a pesar de estas décadas de furor en la moda de estudios comparados, Mímesis sigue resultando impar) y sobre todo la pasión “personal” con que se leen esas literaturas. En ese sentido, sólo es paragonable a otros grandes ensayos literarios marginales, en su mayoría escritos por escritores: los ensayos de Nabokov, de Borges, de Somerset Maugham, de Vargas Llosa... Análisis más de lecturas que de obras.

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Del manuscrito “Escenas de la vida de David” (Siglo XII).