Mesa de café

¿Subsidiar a los travestis?

Remo Erdosain

—¡Lo último que faltaba! -exclama Marcial-, ahora vamos a subsidiar a los travestis.

Marcial habla y señala con el dedo la nota en el diario que informa sobre la iniciativa de una diputada nacional.

—No es la única -dice Abel- también Diana Conti propone algo parecido.

—¿Cuál, la que defiende Stalin? -pregunto con aire distraído.

—La misma que viste y calza -me responden.

—Ahora bien -retoma Marcial-, leyendo estos disparates yo me pregunto: ¿los políticos creen en serio lo que están haciendo? Porque a mí me parece que conociendo el paño mucho de ellos si ven a un travesti parado en la esquina de su casa llaman a la policía.

—Los compañeros travestis -dice José- son personas, y tienen derechos humanos. Así que no sé por qué tanto barullo.

—Yo no tengo ninguna duda de que son personas y que son titulares de derechos humanos, pero de allí a subsidiarlos, es otra cosa -responde Abel.

—Yo no entiendo -insiste Marcial-, dicen estar muy orgullosos de su condición, pero después el Estado tiene que subsidiarlos con la plata de los contribuyentes.

—Convengamos -digo- que su situación es difícil. Si la condición de homosexual es complicada, el travestismo es una vuelta de tuerca a esa complicación.

—Insisto -dice José- yo creo que si respetamos las opciones sexuales libres, debemos hacernos cargo de todas las demás consecuencias.

—Yo no pienso perseguir a nadie ni discriminar a nadie, pero admitime que de allí a que además los subsidiemos hay una gran distancia.

—Lo que yo no entiendo -plantea Abel, dirigiéndose a José- es de dónde los peronistas, que por definición son autoritarios y machistas, salen de la mañana a la noche en defensa de los travestis. ¿Qué quieren? ¿Votos? ¿Ganar las elecciones con la consigna “travestis al poder”?

—No cambiemos de tema -reclama José- a ustedes les gusta hablar de las libertades, pero cuando se trata de defender los derechos de los marginales miran para otro lado o se ponen moralistas.

—Te repito -enfatiza Marcial-, no pienso mover un dedo contra los travestis, pero no me pidas que mueva un dedo a su favor.

—Se trata de personas.

—De personas que eligieron ser travestis; los felicito, pero nada más.

—Yo te hago la siguiente pregunta -dice Abel dirigiéndose a José.

—Te escucho.

—¿Te gustaría tener un hijo que fuera travesti?

—No es el caso.

—Sí es el caso, porque es allí donde se ponen a prueba nuestras creencias más íntimas. No digo que sea la única tabla de evaluación, pero hay que tenerla presente.

—Si lo de Kant es cierto -acoto-, mi ley moral es aquella que puedo reclamar que sea universal. Si yo considero que la opción travesti es moralmente válida, no debería presentar ninguna objeción si mi hijo decidiese hacerse travesti.

—No comparto -exclama Abel-, porque yo puedo ser un prejuicioso o estar atado a los códigos de una moral anticuada, por lo que mi reacción ante la posibilidad de convivir con un hijo travesti, es un criterio de verdad.

—No es un criterio de verdad absoluta -reconozco- pero algo nos dice, es el síntoma de algo.

—El síntoma de un prejuicio -subraya José.

—¿Y se puede saber qué tiene de malo convivir con los prejuicios? Es lo más personal de mi vida. Con más de sesenta años en las costillas, tengo derecho a estar orgulloso de mis prejuicios -proclama Marcial.

—Yo no estoy orgulloso -digo- pero me resigno a ellos, como me resigno a mi cara, al color de mi pelo o a mi nombre.

—Y lo que yo digo -repite Abel- es que esos rechazos viscerales son un criterio de verdad. No vale todo. La humanidad ha recorrido un largo trecho para decidir que es mejor estar limpio que estar sucio, que es mejor comer con cubiertos que comer con la mano; que es más educado hacer las necesidades en el baño que hacerlas en la calle...

—Y qué es mejor -completa Marcial- ¿que un hombre esté con una mujer o con otro hombre? O, para que no me cascoteen tanto, respetar o no a la naturaleza, después de todo algún valor tiene. Es verdad que los hombres somos algo más que naturaleza, pero de allí a negarla hay una gran distancia.

—Todo eso es muy opinable -digo- porque convengamos que el homosexual no elige ser homosexual.

—¿Cómo que no elige?

—No, no elige; no conozco ningún homosexual que en cierto momento de su vida se haya preguntado si elegía ser una cosa u otra. Tampoco conozco a un heterosexual que se haya planteado esta elección.

—¿Entonces?

—Hicieron lo que les dictaba su naturaleza. A mí me gustaban las mujeres y punto; como a otro tipo le gustaron los hombres. Ese “gusto”, esa “inclinación”, debe ser respetado.

—¿Y el travesti también?

—Yo creo que sí. Como también creo que ello no significa que los debamos subsidiar.

—Yo no comparto -afirma Marcial- yo no sé si esto tiene que ver con la naturaleza o con la historia, pero lo cierto es que lo normal es que el hombre esté con la mujer.

—Esa normalidad a la que vos te referís -puntualizo- es histórica, no natural; pero además, te recuerdo que hubo muchas civilizaciones donde la homosexualidad era normal.

—Convengamos -insiste Marcial- que la relación del hombre con la mujer es la única que permite la reproducción de la especie. Esto quiere decir que esa relación puede no ser tan ‘natural’ como se cree, pero es práctica. Y siglos de humanidad así lo establecieron.

—Una cosa no quita a la otra -digo-, una sociedad podría establecer que la reproducción circule por un lado y el amor, el amor erótico -con placer incluido-, circule por otro.

—Entonces podría ocurrir que un hombre viva con una mujer para tener hijos; y con otro tipo, para pasarla bien.

—O con otra mujer. Eso es más viejo que la escarapela.

—Exacto. Además, no perdamos de vista de que en el futuro se podrán tener hijos con el aporte de la ciencia por lo que la cuestión ‘práctica’ de que un hombre y una mujer estén juntos para asegurar la reproducción de la especie, perdería exclusividad.

—Sin embargo -reflexiona Marcial-, hay un punto que me parece irrefutable en relación con este tema y es el siguiente: solamente el amor entre un hombre y una mujer puede dar como resultado el nacimiento de un niño; es decir, el amor entre un hombre y una mujer produce vida; algo imposible de lograr en una relación homosexual.

—Ése es un dato biológico -refuta José-, hay infinidad de relaciones sexuales que dieron hijos sin que existiera el amor.

—Es verdad, pero cuando hay amor, sólo ese amor es capaz de dar hijos. Es un dato biológico, pero es algo más que pura biología. Pero además, a ustedes, cuando les conviene, lo biológico vale; y cuando no les conviene, no vale nada.

—No comparto -concluye José.

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