OCIO TRABAJADO

Los placeres recónditos

16_2_AA39.jpg

Foto: ARCHIVO

 

Estanislao Giménez Corte

[email protected] http://blogs.ellitoral.com/ocio_trabajado/

“Recóndito: adj. Muy escondido, reservado y oculto” (RAE)

I

En las tertulias de la tarde, la redacción semivacía acoge a hablantes y a escribientes de varia especie que, mate en mano y a tropiezos, lanzan y reciben bellamente todo tipo de ideas, al antojo del diálogo libre. En el sumergirse y salir a la superficie de plataformas virtuales, vías de texto y páginas web varias, ocasionalmente, ocurren pequeñas magias. Un enorme porcentaje de estos hallazgos (frases y palabras acordes a un oído y en tono con un momento) se pierden en el aire, por su propia naturaleza espontánea. Otras abren algún espacio o quedan percutiendo en el interior de una persona, como el lamento de un bombo legüero que se aleja pero aún está allí. En la conversación con los compañeros se forja una instancia no menor del periodismo, poco formalizada y de escaso reconocimiento: la emergencia de temas, opiniones, posturas, referencias, consejos, citas que encontramos en la mano abierta y en la voz viva del otro: el arte del diálogo, sin más, que escapa de los teclados y de las jerarquías y de las secciones y sale de las personas como una convulsión liberadora.

Surgen así, con naturalidad, comentarios sobre notas, libros, películas, programas de TV, personas y personajes: todas aquellas formas del consumo cultural (irregular y desordenado) que llamamos la formación de un periodista. Es costumbre, claro, criticar ácidamente tal o cual producción y mostrar perplejidades por cosas que consideramos muy buenas o muy malas. Pero algunas situaciones, por reiteradas, nos obligan al detenimiento: hace poco, ante comentarios propios que oscilan entre la ira y la desesperación, y en referencia a determinadas producciones, me interrogaron: ¿por qué ves eso?, me dijeron: ¿por qué leés eso? Una traducción posible sería: ¿por qué invertís tiempo y energía en productos y obras que a priori rechazás, por conocimiento del autor y/o por otras cuestiones? Puede responderse con un pretendido humor y evasivas: tengo la costumbre de la autoflagelación, digo. Pero ello no basta: ¿por qué vemos, leemos y escuchamos a autores, periodistas y conductores cuyas intervenciones, cuya mera presencia, no hacen más que confirmar en nosotros un profundo rechazo?

II

La primera respuesta, la más sencilla, es que buscamos una suerte de divertimento que confirme nuestros propios rechazos, o que profundice esa convicción. Así, podemos recibir con el ánimo de una pieza humorística el inicio de algunos programas de radio: como el espectáculo de una comedia inverosímil. La segunda es que buscamos tratar de entender los argumentos, de conocer cómo piensa el otro, porque nos interesa en algún punto comprender esa distancia. La tercera es que está en nosotros la idea de que es importante conocer la disidencia, el calor de la polémica al calor de las ideas. Habrá una cuarta, aquella que podemos mencionar como un pequeño goce perverso o morbo: el disfrute con lo que consideramos impresentable en el otro, el regodeo en una performance ridícula pero irresistible. No podemos creer lo que hacen y dicen algunas personas, pero necesitamos verlo. El carácter inverosímil que nos devuelve la pantalla acrecienta nuestro interés. Un cierto fanatismo pareciera imponerse en la coyuntura actual: anhelamos ver qué dice o que hace un personaje X porque disfrutamos de la posibilidad de la refutación o del simple espectáculo. Hay una quinta posibilidad: aquella por la cual leemos, vemos, recorremos, consumimos lo que piensan los otros desde una profunda otredad, porque eso nos permite desarrollar nuestra propia mirada no complaciente; distante, pero que nos interpela; y que nos pone irremediablemente en esta situación ¿cómo lo hubiésemos resuelto nosotros, qué hubiésemos hecho o dicho?

III

La constitución de un estilo puede pensarse como una percepción lenta, construida, como una convicción tajante de aquello que no queremos hacer, decir y a consecuencia ser; el desarrollo de un olfato o de un tacto que esté en las antípodas absolutas de lo que rechazamos; en la “tarea fina” de limpiar el sobrante, modificar el enfoque, optimizar los usos y dosificar los abusos. Los periodistas y algunos escritores tienen la manía de utilizar todo lo que sucede a su alrededor como un insumo para la próxima nota: lo rechazado, lo negado, lo insufrible, lo imposible, lo indigerible forman parte elemental de su menú. En él todos hundimos las manos temblorosas y apuradas. ¿Cuántas veces vemos con candor y pavura lo que los otros hacen alegremente y disfrutamos del absurdo? ¿Cuántas veces asistimos a un espectáculo que hasta físicamente nos resulta repulsivo, sólo para entender cómo afinar el lápiz y jurar sobre una piedra que nosotros nunca? ¿Pero cuántas veces más los peros relativizan los nunca que se justifican como entonces y entonces...?