Festival Internacional de Cine de Mar del Plata

De Mirtha Legrand y Capitanich a “Le maraviglie”

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Mirtha Legrand participó de la proyección del filme “La patota”, que se desarrolló en Mar del Plata en el marco del 29° Festival Internacional de Cine, acompañada por su hermano José Martínez Suárez, presidente del festival.

Foto: TÉLAM

 

Roberto Maurer

En 1964, en la puerta del cine Colón, los estudiantes del Instituto de Cine de la UNL volantearon y abuchearon a la delegación encabezada por Daniel Tinayre, que acompañaba a la premiere santafesina de “La Cigarra no es un bicho”. No se había creado la palabra “escrache”, ni se cambió el curso del cine nacional con el pequeño acto de repudio al cine descaradamente comercial financiado con recursos públicos, en lo que hoy puede ser considerado un ademán infantil. Pero era una opinión sobre el cine de Tinayre y lo que representaba: eran películas que no interesaban a los estudiantes de cine, ni a los nuevos cineastas. Ellos, a la vez, tampoco interesaban a Tinayre.

Con los años, es posible sorprenderse con una recién nacida veneración por el cine de Tinayre y su reivindicación como “vanguardista” de la pantalla argentina. El festival de Mar del Plata y el Incaa han sido actores en este reconocimiento que coincide con la digitalización de los ardores de Susana Giménez y Carlos Monzón en “La Mary” y su reposición, y una futura remake de “La patota”. Se organizó una retrospectiva de casi toda su filmografía, se editó un libro distribuido gratuitamente y se invitó a su viuda Mirtha Legrand el día que se exhibió “La patota” en una de las salas del Paseo. Legrand, desde la platea, habló con emoción al público, y en un reportaje declaró acerca de “La Cigarra no es un bicho”, el film que hace 50 años provocó la reducida protesta santafesina, que es uno de los ejemplos de la audacia de Tinayre, en este caso la de hacer lo que nadie se había atrevido a hacer: un film que transcurre en un telo.

HONRAS A UN EX ALUMNO

A propósito de aquel viejo instituto, entre los invitados importantes del festival estuvo el peruano Francisco “Pancho” Lombardi, que pasó por las citadas aulas santafesinas en los ‘60. Francisco Lombardi colocó al cine peruano en un contexto internacional, con las 16 películas de su filmografía, de las cuales 11 se vieron en una retrospectiva que le dedicó el festival.

Fue uno de los participantes de las selectivas Charlas con los Maestros, donde contó que luego de una ausencia de cinco años, está editando una nueva película que “describe las introspecciones psicológicas de un trío amoroso”. También afirmó que hay “una nueva industria del cine en Perú y una gran necesidad de expresión que está emergiendo”, aunque desde hace años se reclama una ley del cine.

ORATORIA

La última proyección de la competencia internacional fue trasladada imprevistamente al Ambassador, ya que en el Auditorium se celebraba con Capitanich a la cabeza el acto de apertura de la cuarta edición del Encuentro Nacional de Comunicación Audiovisual. En su exhortación sobre la comunicación y la cultura, Capitanich sostuvo que “son elementos esenciales en la construcción colectiva de nuestro pueblo”. Y convocó a los 1.200 militantes de Unidos y Organizados allí presentes a ser los arquitectos que construyan los puentes para que todos accedan a la cultura, rescatando a nuestras costumbres e identidad nacional. Menos retórica, con sencillez, la ministra Teresa Parodi confesó a un diario: “Me gusta venir a Mar del Plata”.

Caía la tarde en la rambla y junto al lobo marino de la derecha, unos 50 militantes o arquitectos de Capitanich, agitaban trapos y batían tambores mientras cantaban y coreaban consignas. Estuvieron mucho tiempo, sin que nadie se acercara o prestara atención. Era más bien triste.

FÁBULA CON ABEJAS

Con el citado traslado, y la presencia de la joven realizadora italiana Alice Rohrwacher, se pudo ver su segundo largo, premio del jurado en Cannes y en la grilla de la competencia internacional. “Le maraviglie” trata acerca de un mundo familiar muy especial, con un padre alemán autoritario, su esposa y cuatro hijas, que han ido a vivir a un decrépita casona de campo y se dedican a la apicultura. Es una opción de vida autónoma, separada de los males de la civilización moderna, que el padre impone con rigor, rígidas reglas y algo de locura.

Asistimos a la maduración de la hija mayor, preadolescente, que introduce sensatez y razón en esa convivencia comunitaria a la cual ingresa un chico alemán de mala conducta, a través de un intercambio: es silencioso y silba, y silba muy bien.

Además, entra la tele con un reality llamado “Las maravillas del campo”, donde concursan pequeños productores regionales cuya conductora es Mónica Bellucci. En la región hay ruinas etruscas y la transmisión final consiste en un grotesco show etrusco donde los participantes son disfrazados. Es un añadido artificial, pero muy gracioso. No se tocan extremos, y el film se sostiene como una fábula encantadora y agridulce.

Después de la función, la realizadora contó que filmó en su pueblo natal, Fiesole, y que conoce bien a sus paisanos, las abejas y las familias multiculturales.