Alegoría de la condición humana

Alegoría de la condición humana

Un fotograma de la versión fílmica de “Solaris”, dirigida por Andrei Tarkovsky. Foto: Archivo El Litoral

 

Por Augusto Munaro

“Solaris”, de Stanislaw Lem. Traducción: Bárbara Gill. Editorial Edhasa. Buenos Aires, 2014.

El psicólogo-cosmonauta y narrador de esta novela en primera persona, Kris Kelvin, es enviado a la única estación de un planeta llamado Solaris con el fin de esclarecer la conducta errática de sus tres tripulantes. Ni bien llega, descubre que la situación es crítica: uno se había suicidado y los otros dos oscilan en un estado de tensión extrema de paranoia y psicosis aguda. Los hechos se precipitan. A medida que transcurren los días, la materialización de su novia muerta que le acompaña como una sombra por los pasillos de la base lo llevan a dudar de su propia realidad. Pues lo que en un principio parece parte de un sueño o un fantasma, Harey, su bella y joven mujer suicida, con el paso de los días se vuelve un ser real con todo el horror moral que ello significa. ¿Realidad, ilusión, intoxicación producida por la inhalación de algún gas venenoso? Kelvin, pero también el cibernético Snaut y el físico Sartorius se enroscan en una sucesión de vueltas de tuerca hipotéticas en torno a las propiedades de ese planeta donde se encuentran viviendo y estudiando.

Si bien ellos constituyen un equipo científico que debe descifrar aquel enigma, los datos certeros escasean: Solaris es un cuerpo celeste cubierto casi en su totalidad por un océano, y que gira alrededor de dos soles. También, que el mismo posee una órbita inestable, con un diámetro doscientos por ciento mayor que la Tierra. Además cuenta con una atmósfera privada de oxígeno; pero el objeto controversial por excelencia es el océano, una criatura orgánica, y por lo tanto, viva. De eso no hay dudas. Aquí, sí las conjeturas resultan rizomáticas, lo que llevaría a indicar que el comportamiento de este planeta estaría subordinado a la inteligencia de esos misteriosos mares repletos de sustancias químicas disueltas, una combinación de partículas que actúan como un ente único (cuyo propósito el hombre pareciera fracasar al intentar comprender). Un mar-cerebro protoplasmático que presumiblemente- devora el tiempo en reflexiones teóricas. Por eso, quienes lo sobrevuelan padecen toda serie de perturbaciones psíquicas, que derivan en fulminantes colapsos nerviosos. Pues, de alguna forma perversa, Solaris explota las debilidades de la naturaleza humana (antropomorfiza sus miedos más íntimos: la culpa, la obsesión, el remordimiento).

La obra cumbre del autor de Fiasco bien podría situarse entre los grandes aportes del género alcanzados con: 2001: Una odisea del espacio (Arthur C. Clarke), La guerra de las salamandras (Karel Capek), Nosotros (Evgueni Zamiatin), Sueñan los androides con ovejas eléctricas (Philip K. Dick), Hacedor de estrellas (Olaf Stapledon), Más que humano (Theodore Sturgeon) y Farenheit 451 (Ray Bradbury); no obstante, la novela Solaris las excede notablemente en profundidad y complejidad metafísica. Su prosa segura, ferozmente inteligente al intentar nuevos modos de replantear la realidad, activa una mirada desengañada donde lo alien contrariamente a las convenciones del género- jamás es del todo descifrado por la inteligencia humana. Cualquier intento resulta tan incomprensible e impenetrable como los mares abismales de Solaris.

La presente traducción directa, efectuada por Bárbara Gill, vuelve a poner en circulación un clásico, a cincuenta y tres años de la aparición de su primera edición polaca. La admirable labor de Gill se vislumbra particularmente en la precisión tonal con que se lucen los diálogos entre Kris y Harey, siempre en función de la dolorosa ansiedad que la circunstancia argumental exige.

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Stanislaw Lem. Foto: Archivo El Litoral.