OCIO TRABAJADO

Los puntos ciegos

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Imagen satelital sector mesopotamia sur (cuenca del Paraná)

Foto: ARCHIVO

 

Estanislao Giménez Corte

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I

Voy a dormir para que aparezca un tema o una idea pero aparece pletórica tu cara de niño que sonríe; aparece de lejos en la oscuridad del cuarto; aparece sobre mí y me ausenta, me desvía de las cosas pretendidas y pensadas para invitarme al extravío mismo. Voy a beber para hallar qué cosa pero aparecen tus manos, las manos que siento acá mismo, las manos con tus dedos de dar, tus manos. Voy a correr para canalizar, para olvidar, para acertarle a qué y sale al cruce de mi trote aparatoso tu boca enorme, abierta, tus ojos vivos, enormes, tu boca con la risa de la infancia que me desinfla el paso y me corre del camino para llevar adónde.

II

El mate entra en el cuerpo -abundante- y colma los órganos -generoso- y auxilia la garganta reseca. Pero nada. El agua del baño refresca la cabeza hirviendo, la nuca en combustión, pero nada. La comida pero nada. La salida pero nada. La lectura y nada. La tevé y nada. Se agotan patéticamente las tareas sustitutivas y vuelven con furia renovada las exigencias; las cosas en toda su áspera dimensión caen sobre el cuerpo. Se acaban los consejos del viejo maestro (“cuando no sale nada hay que hacer una actividad exactamente opuesta al trabajo intelectual”) y a cada regreso al teclado la nada misma ni siquiera susurra una ironía.

III

Por propia naturaleza, por propio impulso, pareciese que siempre quisiéramos estar en otro lado, ir hacia otros sitios, hacer y tener otras cosas; que una tensión natural hacia lo extraño, lo ajeno, lo pretendido, lo deseado nos definiera; que la mirada se empeñara siempre y a toda costa en el después de, en el luego que, en el mañana tal vez, en el propósito memorizado que se escapa. En todo lo otro que no podemos abarcar mientras tanto ni ahora mismo. Vemos una película y un plano nos recuerda a esa otra en entreluz. Al leer cualquier adjetivo nos deposita en la poesía que sabíamos cuando. La foto tiene una luz parecida a. Tu remera dibuja una V que vimos en. Los lentes del amigo llevan la marca que usaba aquél. El auto aquel parece aquél. La memoria funciona como conexión pero también como interrupción.

IV

En el código automotor los “puntos ciegos” o “ángulos muertos” son una suerte de ceguera momentánea que experimenta el conductor: el propio movimiento de su vehículo y el de otros que van hacia él reducen su campo visual (a los laterales mayormente) y ocasionalmente hacen “perder”, en unas milésimas de segundo, la posibilidad de ver el cuadro completo (los retrovisores a veces no sirven, ya que el objeto puede encontrarse más adelante del punto de reflejo del espejo pero más atrás del ángulo de vista del conductor). Muchas veces podemos sorprendernos en situaciones análogas: a merced de puntos ciegos que, así como generan el detenimiento inmediato, la colisión inesperada o la pérdida del paso, juegan de modo fugaz en la apertura de múltiples posibilidades, como en un esquema arbóreo que a falta de “un” trayecto se multiplica en decenas de ramitas; como las ideas iniciáticas y troncales que se desperdigan en subordinadas; como los grandes títulos que se extravían en jugosas notas al pie. El impulso inicial, terco, quiere trazar una línea recta adonde fuese: recovecos inesperados, puntos ciegos, pliegues de la memoria, nos proponen al paso la forma de los brazos de un río. En las quebraduras o después a veces está la maravilla.