Lo agarro y no me suelta

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Por Jc Ramírez

“Vida de un gemelo”, de Santiago Venturini. Iván Rosado. Rosario, 2014.

Más allá de la enumeración de los poemas que ya indican algún tipo de continuidad en el conjunto, el primer poema nos introduce en una voz, en personajes y en una intriga que servirá de preámbulo al desarrollo de una única historia, consistente y cautivante.

En ese primer poema el narrador (el yo lírico) cuenta acerca de un hermano gemelo, según lo anticipa el título, con el que comparte la apariencia, los zapatos, el cepillo de dientes. El poema finaliza con estos versos que ya instauran la ambigüedad como factor constructivo: “¿Son gemelos? / nos preguntó una viejita simpática / en la caja del supermercado. / Deje el vino, señora / - le respondió él - / está viendo doble”.

Y durante todo el poemario continuará esta misma voz, contándonos de las aventuras del otro, de la relación conflictiva con el otro, como cómplice o como víctima. Es esta voz la de quien limpia, junta los preservativos, vigila, cuida y rescata a su gemelo distraído, hedonista, irresponsable, malicioso y seductor. La voz es más que la de un testigo (no es casual que el libro anterior del autor se titule El espectador); es también la de un cómplice pasivo, de un lazarillo el público fruidor de las fechorías. Su gemelo en cambio adquiere una personalidad con valencia difusa, por momentos intrépida, por momentos cruel: se burla de “él”, lo tortura, lo destrata, lo explota, intenta suicidarlo. A menudo este gemelo adquiere la configuración del modelo decimonónico del doble, del doppelgänger: el Dr. Jekyll y Mr. Hyde de Stevenson, el Goliadkin de Dostoievski, el William Wilson de Poe, el Dorian Gray de Wilde. Por otro lado también revela, muestra o delata recuerdos compartidos y una misma sensibilidad con el “narrador”. La ambigüedad es el principio constructivo, y se manifiesta en el hecho de que el carácter del gemelo en cuestión no pueda ser encasillado.

Hay más allá de esta dicotomía un destino común. En el poema final se conjuga esta división irreparable, tan irreparable como la unión que encuentra al gemelo enloquecido por las interferencias que acosan su cerebro, y al “narrador” alienado por esa otra red de interferencias sociales, la televisión.

Pasible de ser leída como una novela, el poemario Vida de un gemelo está estructurado en 27 poemas que jugarían el papel de capítulos. Sin embargo, la contundencia de las enumeraciones, la construcción de las imágenes, las elipsis que permiten los saltos de verso a verso responden a una inspiración estrictamente poética que genera una fuerte y una turbadora emoción.

De “Vida de un gemelo”

Por Santiago Venturini

10

Después de un tiempo considerable

volvimos a nuestra casa natal:

con una mano atajándonos del sol

nos paramos en la calle para ver

la construcción alzada

con maderas viejas y cemento.

Ahí adentro tuviste tu primer orgasmo, dijo.

Ahí adentro, dije,

acariciaste la cabeza de tu perro

y la de un muerto.

Ahí, dijo una voz anónima

-y los dos miramos a los costados-

se transformaron en esto.

Cuando cumplimos ocho o nueve

años,

alguien puso velas

y soldaditos de plástico

en una torta.

Mientras cantaban alrededor

unas voces que se volvieron adultas

y tuvieron hijos para hacer funcionar

la máquina de la humanidad,

nuestros pulmones infantiles

soplaron:

el aire atravesó

los ambientes de la casa,

los muebles que cambiaron de lugar,

los modelos de autos que tuvimos,

el olor a spray para el pelo de mamá

la pileta de lona en el medio del patio

los vecinos las navidades el humo

de los asados

los huesos de las manos creciendo

en cinco mil días iguales

y algo en el futuro se apagó.

Santiago Venturini x 2. Foto: Archivo El Litoral