Pound y sus primeros poemas (1908-1920)

La Biblioteca Javier Coy d’estudis nord-americans, de la Universitat de València, acaba de publicar un volumen con los “Primeros poemas (1908-1920)” de Ezra Pound, seleccionados, traducidos y editados por Rolando Costa Picazo. La complejidad (en la vida y en la obra) de Pound aparece aquí estudiada con un rigor, precisión y erudición excepcionales. A continuación, algunos breves pasajes de la Introducción.

Pound y sus primeros poemas (1908-1920)

“Sonatina para violín y piano” (1913), de Franz Marc.

 

Por Rolando Costa Picazo

Para quien lo reverencia como poeta, traductor, crítico y generoso amigo de muchos escritores, Pound puede llegar a ser una pesada carga moral y psicológica, capaz de generar una crisis profunda, pues hay aspectos inaceptables en quien hizo gala de antisemitismo y fue acusado de traición a su patria. Sintió gran admiración por Mussolini, en quien creyó ver el modelo perfecto del estadista que había destruido la plutocracia y hecho un verdadero arte de la política. Lo consideraba el creador de un Estado modelo justo, ordenado y progresista, y veía en él a un líder que había devuelto a Roma su gloria del pasado. En 1933 conoció al Duce personalmente. Le había enviado su volumen A Draft of XXX Cantos, publicado en París tres años antes. Esbozó para él sus ideas económicas sobre la reforma monetaria. Estaba entusiasmado, enloquecido con sus creencias, que al parecer le impedían ver la realidad. Esa única entrevista que mantuvieron debe de haber sido como un diálogo de sordos. ¿Podía interesarle al antojadizo e irascible Duce, de quien se desconocía una inclinación por la poesía, lo que le decía Pound, un norteamericano excéntrico? ¿Maravillarse ante un poeta estadounidense cuya poesía, aun en el supuesto caso de que llegara a leerla, le parecería incomprensible? Cada uno, el poeta y el gobernante, estaba en su esfera propia: cada uno entonaba una tonada imposible de armonizar con la del otro.

No sabemos lo suficiente acerca de las fantasías del ególatra dictador, pero hemos estudiado a Pound y creemos que ya en esa época se iba internando cada vez más en su propia obsesión, dominado por una serie de teorías económicas complejas, ideales e irrealizables. En varias oportunidades, muchos de sus amigos dudaron de su equilibrio mental y no llegó a ser sometido a juicio en Estados Unidos justamente por ello. El 18 de abril de 1958 oyó en una corte federal de los Estados Unidos que se le declaraba permanente e incurablemente insano e incompetente, al punto de que ni siquiera podría librar cheques (Kenner 1071: 535). Se le liberó bajo la custodia de su familia. Nunca se levantaron los cargos contra él, en especial el de traición a la patria.

Escribe Humphrey Carpenter, uno de sus biógrafos, que Richard Aldington, el poeta amigo de Pound (a quien, junto con Hilda Doolittle, Pound nombró imagiste), fue uno de los primeros en sugerir que Ezra padecía un complejo de persecución: se sentía maltratado por críticos y enemigos. Después de la pelea de Pound con la poeta Amy Lowell en el verano de 1914, Aldington dijo que Ezra se veía “terriblemente enfermo” y decía tener “gota cerebral”. Quizás estuviera un poco “cracked” (chiflado). Carpenter cree ver un síntoma de paranoia en una nota de Pound agregada a Cathay, en la que hace referencia al odio que le tienen muchos, y a la envidia que sienten por haber él declarado creer “en algunos artistas jóvenes”. Por su parte, James Laughlin, uno de sus mejores amigos, discípulo y editor de toda su obra en su editorial New Directions, se refiere al dolor que le causó Pound en la década de 1940 por su extremo antisemitismo. Escribe Laughlin que logró comprender la obsesión de su maestro de una manera más caritativa cuando el doctor Overholser, jefe de psiquiatras del hospital del St. Elizabeth, donde estuvo recluido el poeta, le dijo: “Usted no debe juzgar a Pound moralmente; debe juzgarlo, médicamente”. Me explicó que Ezra era paranoico y que su antisemitismo es un elemento reconocido en la paranoia. Pound no podía controlarse”.

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Cabe recordar un encuentro histórico con el poeta beat estadounidense Allen Ginsberg. Judío, homosexual y simpatizante de la izquierda, Ginsberg viajó a Italia para ver a Ezra Pound, antijudío, heterosexual y simpatizante de la derecha. Ginsberg llegó a Sant’Ambrogio, cerca de Rapallo, donde vivía Pound con Olga Rudge, compañera de toda su vida en Italia, en el verano de 1967, y cantó el Hare Krishna frente a la casa. La primera pregunta que hizo Ginsberg al ver a Pound y a Olga Rudge fue: “¿Necesitan algo de dinero?”. Conversaron y Ginsberg le hizo escuchar a Pound unos discos de los Beatles y de Bob Dylan, luego cantó mantras, acompañándose con una armónica. Pound insistía en decirle que su propia poesía no servía para nada. Ginsberg lo contrarió: los Cantares, afirmó, eran un ejemplo incomparable de la economía del lenguaje. Pound le aclaró: “A los 70 años me di cuenta de que, en vez de ser un lunático, era un imbécil”. “Usted nos ha mostrado el camino”, le dijo Ginsberg. “Mientras más leo su poesía, más convencido estoy de que es la mejor de nuestra época. Y su economía es correcta. Cada vez nos damos más cuenta, al ver a Vietnam. Usted nos demostró quiénes hacían ganancias con las guerras”. Pound le contestó: “Cualquier bien que pude hacer fue echado a perder por malas intenciones, por preocupaciones con cosas sin importancia, estúpidas... Pero el peor error que cometí fue ese estúpido prejuicio suburbano del antisemitismo”.

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Ezra Pound, retratado por Richard Avedon.

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Pound comienza su ensayo “The Tradition” (1913), recopilado en The Literary Essays of Ezra Pound, diciendo: “La tradición es una belleza que preservamos y no un juego de grilletes que nos constriñe” [The Tradition is a beauty which we preserve and not a set of fetters to bind us]. Las dos grandes tradiciones poéticas son las de los poetas mélicos (líricos) y los de Provenza. De la primera surgió la poesía del “mundo antiguo”; de la segunda, prácticamente toda la del mundo moderno. En Provenza y en Grecia, la poesía alcanzó su mayor brillantez rítmica y métrica, cuando las artes de la música y la poesía estaban más íntimamente unidas. La canzon de la Provenza se convirtió en la canzone italiana. Dante y sus poetas contemporáneos renovaron esa característica. Así va avanzando la tradición, y la canzone pasa a ser el soneto y la ballade de los isabelinos (“The Tradition” 91-92). El ensayo alcanza un vuelo lírico en la aseveración poundiana de que “Un regreso a los orígenes vigoriza, porque es un regreso a la naturaleza y a la razón” [A return to origin invigorates because it is a return to nature and reason, 93].

Pound pagó sus culpas, quizás en exceso. En 1949 fue declarado traidor a la patria. Es indudable que había hablado contra los Aliados, e intentado con todas sus fuerzas impedir la entrada de su país en la contienda. Es verdad también que pocos lo escuchaban, y que los servicios de inteligencia sospechaban que estaba hablando en código, sobre todo cuando leía pasajes de sus Cantares o se refería a las teorías del crédito social o a Confucio. Pero hablaba en contra de Churchill y de Roosevelt, a quienes aborrecía y consideraba responsables de la muerte de millones de personas.

Al terminar la contienda fue hecho prisionero por partisanos italianos. Lo llevaron al Disciplinary Training Center de Pisa, un campo de concentración al que el ejército estadounidense enviaba a los peores criminales para ser “entrenados”. Allí se le encerró en una jaula de alambre. Al principio dormía en unas colchas sobre el piso de cemento en la jaula sin techo, a la intemperie, expuesto al sol y a la lluvia; luego, bajo una pequeña tienda de campaña. Nadie podía hablar con él. Después de tres semanas sufrió un colapso nervioso, y los médicos lo trasladaron a la enfermería. Logró salir del trance, y empezó a leer a Confucio y a traducirlo, pues había logrado llevarse con él un libro del filósofo chino. Podía caminar y jugaba imaginariamente al tenis con una madera y piedras. Un día encontró en la letrina una antología de poesía inglesa colgada de un clavo a guisa de papel higiénico. Se la apropió, y su lectura ayudó a su espíritu. Entre diciembre y noviembre de 1945 compuso los Pisan Cantos, que luego le valieron uno de los premios poéticos más importantes del momento, pero esa es otra historia.

Pound fue liberado de St. Elizabeth’s en junio de 1958. El 30 se embarcó con su esposa, Dorothy Shakespear, en el trasatlántico Cristoforo Colombo, que llegó a Nápoles el 9 de julio. Periodistas y fotógrafos italianos subieron a bordo y le preguntaron cómo había sido su larga estancia en un asilo de locos. “Todos los Estados Unidos son un asilo de locos”, fue la respuesta.

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Hacia el fin de su vida, a principios de la década de 1960, Pound se sumó en el silencio. Dejó de hablar. Era como el rey Lear, vuelto de la tormenta, la intemperie y la locura. Después que pasó la primera euforia del regreso y la felicidad de estar libre y en el seno de su familia, Pound cayó en una depresión esquizofrénica de la cual posiblemente nunca se recobró. En una oportunidad aclaró: “Yo no me sumí en el silencio; el silencio se apoderó de mí”.