editorial

  • Se trata de una decisión audaz tomada por dos jefes de Estado que no ignoran los riesgos de su emprendimiento.

Cuba, EE.UU. y un anuncio que el mundo celebra

En principio se trata de una decisión audaz tomada por dos jefes de Estado que no ignoran los riesgos de su emprendimiento. Barack Obama seguramente deberá lidiar con el ala dura republicana y el influyente lobby cubano en los EE.UU., en tanto que Raúl Castro se verá obligado a dar explicaciones a los halcones de su propio partido que no son pocos ni están tan debilitados.

Lo importante es que la iniciativa, con los matices del caso, logró la adhesión de la opinión pública mundial. Para muchos, lo sucedido es la última -o la penúltima- (pensemos en Corea del Norte) asignatura pendiente de la Guerra Fría; otros consideran que ni a los Estados Unidos ni a Cuba les quedaba demasiado margen de juego. A los yanquis, porque el embargo de más de cincuenta años se revelaba como ineficiente desde todo punto de vista; a los cubanos, porque su economía agoniza en la ineficiencia, el anacronismo y la carencia -entre tantas otras- de recursos energéticos.

Inútil por el momento dilucidar quién se beneficia más con este acuerdo. Desde el punto de vista latinoamericano, la noticia es buena porque distiende y mejora el clima político de los foros internacionales. Y para Cuba, el acuerdo es una bocanada de oxígeno político. Además, si se hacen las cosas bien, puede representar una inyección de recursos energéticos, insumo indispensable luego de los efectos económicos provocados por la aguda crisis venezolana.

Sin duda que el rol del Papa Francisco ha sido importante, sobre todo porque fue articulado con los dignatarios de la Iglesia Católica cubana, quienes mantienen buenas relaciones con el régimen castrista desde los tiempos de Juan Pablo II.

En cualquier circunstancia, Cuba tiene mucho para ganar con este entendimiento y poco para perder. Por lo pronto, la reanudación de las relaciones diplomáticas irá acompañada de una tímida liberalización de las relaciones sociales y económicas. Una economía cerrada, un régimen vetusto y autoritario, una sociedad asfixiada y corrompida necesitan de los nuevos vientos que soplarán con el flamante acuerdo.

A primera vista, puede parecer que los Estados Unidos no obtienen demasiados beneficios concretos, pero la positiva reacción del mundo ante el anuncio da pistas de lo que puede significar una recomposición de la deteriorada imagen del país del norte a causa de sus excesos de poder. Mientras tanto, como entremés, Obama logra la libertad de algunos presos.

Lo que en ningún caso se debe perder de vista es que estamos en un punto de partida y no en un punto de llegada. En este sentido, no se debe olvidar que el embargo como tal aún no ha sido levantado y que si se atiende a la actual relación de fuerzas en el Congreso, es probable que allí este tema afronte dificultades políticas. Pero lo que en todo caso interesa es que lo sucedido rompe una inercia de décadas y marca un antes y un después en una relación hasta aquí signada por una continua tensión.

Un retorno a los tiempos de Bahía de los Cochinos o a la crisis de los misiles, por ejemplo, es ahora impensable. En cambio, a partir de este súbito cambio de escenario, se puede alentar la esperanza de que en un futuro no muy lejano cubanos y norteamericanos puedan dejar atrás medio siglo de pesadilla y reorientar de manera civilizada sus relaciones para bien de ambos países, de Latinoamérica y el mundo.

Cuba tiene mucho para ganar con este entendimiento y poco para perder... y los EE.UU. pueden recomponer una imagen en franco deterioro.