Conferencias sobre cambio climático en Lima

El clima sufre, las grandes compañías respiran y la calidad de vida cae

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Especialista canadiense y expertos indígenas en el Diálogo Tripartito por el Ordenamiento Territorial de regiones con explotaciones mineras nacionales y extranjeras en Perú.

 

por María Angélica Sabatier (*)

La esperada conferencia de las partes de la Convención Marco Naciones Unidas sobre cambio climático finalizó en Lima con más sombras que luces o, al menos, con menos definiciones que las esperadas. Era un escenario posible, pero no por ello deseado.

Las sesiones oficiales, desarrolladas en lo que allá se conoce como “el Pentagonito”, esto es, el cuartel general del ejército peruano, no lograron los consensos mínimos para establecer acuerdos que se traduzcan en acciones efectivas en cuanto a la reducción de emisiones que incrementan el calentamiento de la atmósfera modificando la dinámica climática.

Los efectos han sido ampliamente denunciados por científicos, activistas y actores sociales diversos. A las emisiones derivadas del modelo de producción, acumulación y consumo, se suma la estructura de la matriz energética y la sobreexplotación de los más diversos recursos naturales con inmensos efectos ecológicos. Se producen profundas alteraciones en la calidad de vida, en particular de las comunidades que más dependen de esos recursos y en la sociedad en general. Son innumerables los impactos sobre la salud humana, sobre la soberanía alimentaria, sobre un recurso vital como el agua, por sólo mencionar algunos.

En las sesiones de negociación, altamente técnicas y por momentos tensas, todo fue dicho, pero casi nada resuelto. Se iniciaba el día con expectativa y se cerraba con franca decepción.

Casi en el otro extremo de Lima, la Cumbre de los Pueblos congregaba expertos, académicos, integrantes de ONGs, activistas, militantes políticos de todos los rincones del mundo, así como representantes de innumerables comunidades aborígenes de América Latina y otros confines. Estos grupos y estudiosos vienen reuniendo abundante evidencia empírica respecto de los efectos de corto y largo plazo que el modelo tiene sobre los ecosistemas, y de una amenaza global a la vida como se la conoce.

Mientras la cumbre oficial abogaba por acciones o medidas acuñadas por la economía “verde” o economía “ambiental”, que operan en general sobre las consecuencias con sospechosa efectividad real, la Cumbre de los Pueblos denunciaba públicamente los nuevos megaproyectos energéticos, más parecidos a enormes operaciones financieras pensadas para hiperconstructoras y sus proveedores internacionales, así como los extractivistas en general, y los mineristas en particular.

En ese marco, resultó desolador escuchar a una maestra de ciencias contar que alumnos de Cajamarca encontraron que sus ríos carecen de condiciones para la vida más elemental, por efecto de los residuos de la explotación minera que descarta el agua sin tratamiento alguno. Y está claro lo que eso implica para la vida humana. O a los integrantes de Ríos Vivos, de Colombia, que denuncian la militarización sistemática de los territorios en conflicto -como condición necesaria- ante proyectos de hidroeléctricas que venden la energía a Ecuador y Perú.

Fue unánime y consistente el rechazo a las llamadas “falsas soluciones”, como los biocombustibles, promoviéndose al mismo tiempo la adopción de auténticas energías renovables como la solar y la eólica.

En el centro de este desequilibrado diálogo de sordos -claramente desequilibrado porque sólo unos tienen el poder- se encuentra un modelo de producción no necesariamente orientado a las necesidades de la gente sino a la acumulación especulativa.

Bajo el lema “Cambiemos el sistema y no el clima” diversos actores sociales y sus agrupaciones marcharon hacia la plaza Libertador San Martín, que evoca a quien derrotó a las fuerzas coloniales de entonces. Todos, a pesar de la euforia, los cánticos y el clima de fiesta, con la casi certidumbre de que los gobiernos hacen menos de lo necesario por una sostenibilidad que recomponga equilibrios sociales, económicos y ecológicos desde una plataforma político-institucional distinta, y de que el nuevo colonialismo viene, entonces, ganando por omisión y abandono.

Para el ciudadano común, la COP 20 resultó un jeroglífico que difícilmente se descifre en París 2015; y para los propios representantes de gobierno, se produjo una suerte de decepción anunciada que ojalá decidan no repetir. En cuanto a los grandes actores económicos, tuvieron un respiro ya que los compromisos volvieron a postergarse.

Los participantes de la Cumbre de los Pueblos aportaron evidencias irrefutables de que urge un cambio real y de que la utopía por un mundo mejor y más justo es hoy más necesaria que nunca.

(*) Ingeniera en Recursos Hídricos, especialista en Gestión Ambiental /Educación para el Desarrollo con Sostenibilidad, docente e Investigadora Fadu UNL.

 

Se aportaron evidencias irrefutables de que urge un cambio real y de que la utopía por un mundo mejor y más justo es hoy más necesaria que nunca.