La vida puede ser... un paseo en bicicleta

La vida puede ser... un paseo en bicicleta

Candelaria es una niña que -tras la muerte de su mamá- quedó al cuidado de sus tíos. Su ilusión para la Nochebuena que se aproximaba era tener una bicicleta, para pasear con sus hermanitos. Una amiga “intercede” para que Papá Noel cumpla su sueño. Este cuento destaca el espíritu navideño y el valor de la amistad.

TEXTO. RUAKU (SEUDÓNIMO). ILUSTRACIÓN. LUCAS CEJAS.

 

Una mañana Candelaria encontró a su madre muerta. En medio de la desesperación y el llanto logró correr hasta la casa del doctor Ramírez y solicitar su ayuda. El médico intentó calmarla repitiéndole que su madre se iba a salvar.

Llegaron hasta la humilde casa de calle Chacabuco al 900; en la habitación yacía la mujer..., a su alrededor cuatro pequeños niños lloraban sin consuelo; dos a cada lado de la cama. Una de las niñas sujetaba fuertemente la mano fría de su madre. Ramírez pidió a Candelaria que retirara a sus hermanos, comprobando el deceso. Corrió la cortina de hule que separaba una habitación de otra. Los cinco hermanos con ojos desorbitados miraban al doctor, quien les dijo: “Niños les toca perder a su madre muy pequeños aún, Dios ha querido que hoy fuera el día para su partida y deben aceptarlo, con todo el dolor que implica perder a un ser querido”. Los niños aturdidos rompieron en llanto, el doctor los abrazó y recordó que Candelaria tenía la misma edad que su hija menor.

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Candelaria María Fernández, nacida el 3 de abril de 1988, hija de Daniela Liliana Fernández. Su cuaderno de comunicaciones del colegio primario de la escuela Mariano Moreno 362 es impecable. Las calificaciones dicen que es: aplicada, buena, sencilla, educada, no molesta, hace los deberes, colabora en la clase. La libreta va desde muy bien a excelente. Su madre cose un botón del guardapolvo blanco y ella corta una hoja de su cuaderno de clases y comienza a escribir. Su madre le pregunta:

_ ¿Qué es eso que estás escribiendo?

_ ¡Una carta, mamá!

_ ¿Una carta? ¿Desde cuándo vos escribís cartas? preguntó con aires de complicidad.

_ Desde que me contaron en el cole que hay un hombre que se llama Papá Noel y si vos le escribís una carta en Navidad pidiéndole un deseo, te lo cumple.

_ ¡Con que Papá Noel! Ésa debe ser la Fabiana que te mete ideas raras. Papá Noel es para los chicos ricos, Cande, no visita casas humildes como la nuestra. No te lo digo de mala sino para que no te ilusiones, después vas a llorar mucho y yo bastante tengo... Además, vas a hacer llorar a tus hermanos si te escuchan.

_ ¡Pero mamá...!

_ Hacé la tarea hija y fíjate que tus hermanos hagan los deberes también.

Guardó el cuaderno junto a la carta que empezaba a escribir. Sus hermanos jugaban en el patio cuando ella los llamó uno por uno.

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Fabiana Soledad Ramírez está en su habitación hablando frente al espejo de marco ornamentado, traído desde Londres por su padre. La puerta entreabierta permite al doctor, escuchar la voz cálida de su hija que decía: “Yo no miento”. Ingresa sutilmente al cuarto y nota en Fabiana cara de preocupación.

_ ¿Querés que hablemos, hija?

_ No replicó con su cara redonda mirando el piso-.

_ Fabi, ¿qué sucede? ¿Te peleaste con una amiga?

_ No, no es eso. Cande me trató de mentirosa.

_ ¿Y por qué te trató de mentirosa?

_ Porque su mamá le dijo que Papá Noel no va a las casas humildes y que yo le meto ideas raras.

_ ¿Eso le dijo su mamá? Bueno, pero vos no tenés la culpa dijo a modo de consuelo-.

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“Querido Papá Noel: me llamo Candelaria, tengo siete años y cuatro hermanos. Una amiga me contó que cumplís deseos y traes regalos a los niños en Navidad. Yo este año, como siempre, me porté bien y soy una de las mejores alumnas de mi grado. Entonces yo pensé que vos podrías traerme....”.

(La carta se interrumpe y es guardada junto al cuaderno de clases que Candelaria cerró con enojo).

¡Milagros, Damián, Lorenzo y Jorgelina vengan adentro, mamá quiere que hagan la tarea para mañana! ¡Y nada de ufa, vamos que ya no es hora de jugar!

Los pequeños fueron ingresando a su casa uno por uno, entre sus manos Lorenzo, el segundo de los más chicos, de cuatro años, tiene una tortuga de jardín. Candelaria le pregunta de dónde la sacó y él le contesta que vino sola. Estaban todos muy entretenidos con la nueva mascota, de la cual parecieron apropiarse, sin ánimos de creer que alguien podía venir a reclamarla.

A PAPÁ NOEL

“Querido Papá Noel: Soy Fabiana y tengo que hacerte un pedido especial. Mi amiga Cande no se animó a pedirte su regalo porque su mamá le dijo que vos no pasás por casas humildes. Ella me lo dijo llorando y a mí me parece que mejor es pedirte el deseo por ella. Anulá mi carta y acéptame ésta que te pido una bicicleta, de color amarilla si puede ser. Piensa que así podrían usarla sus hermanos también. Te paso mi dirección: Córdoba 561. Muchas Gracias. Fabi”.

La familia compuesta por tía Alcira, tío Ernesto Ávila, hijos Paulina y Roberto de trece y ocho años respectivamente. Un perro collie y una gata siamesa.

Después del entierro de Daniela, los niños fueron a pasar la noche a casa de su tía, quien preparó tres camas y propuso a sus sobrinos que, después de un baño, se acostaran a descansar. Candelaria, mientras sus hermanos dormían de a dos en las camas restantes, se encontraba arrodillada a un costado de su cama y sujetaba entre las manos un rosario de madera; predicaba el Ave María. Alcira se acercó cuidadosamente y esperó que terminara para poder abrazarla. Candelaria dejó fluir un llanto para el que no hubo consuelo.

Al día siguiente fueron llegando de uno a la mesa del comedor con sus caritas recién lavadas y bien peinados, muy educados al momento de sentarse a desayunar. Tía Alcira les sirvió café con leche; también había tostadas con mermelada. “Sírvanse sin miedo, lo que gusten, chicos”. Los gestos meticulosos, denotados en el rostro de Candelaria, se apreciaban fácilmente. Lorenzo se sirve una tostada y toma otra de inmediato, sin haber terminado la anterior.

_ ¡De a una, Lorenzo! dijo con autoridad su hermana mayor.

Tío Ernesto, mientras Alcira servía más café, dijo a los niños que los dejaría viviendo en su casa y que les daría todo lo que necesitaran: ropa, calzado, comida, útiles escolares; y que a partir de hoy serían criados como sus hijos. Los niños inmediatamente bajaron la cabeza, excepto Milagros quien -sonriendo- dijo: ¡Bien...!

La Navidad llegó y encontró a Candelaria junto a sus hermanos en casa de su tía. La pequeña sonrió al escuchar en la radio un concurso de llamados donde la gente pedía regalos a Papá Noel. Su tía le preguntó qué era lo que deseaba recibir en esa Navidad y ella le contestó que jamás escuchó hablar de él.

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El doctor Roberto Nicasio Ramírez, al sentarse a desayunar, encuentra sobre la mesa del comedor una carta con letra de su hija Fabiana. Se dispone a leerla en silencio.

A las doce de la medianoche, del 24 de diciembre de 2000, tocaron a la puerta de Alcira Fernández de Ávila, y preguntaron por Candelaria. Ella ve desde el fondo del comedor donde se encontraba al hombre de traje. Sale a recibirlo y observa estacionada frente a la puerta de la casa de su tía, en calle Villegas, a la bicicleta de sus sueños. Se encontraba felizmente triste, recordando las palabras de su madre y reconociendo detrás del maquillaje los ojos castaños del doctor Ramírez, quien le extendió la carta con el sobre que decía: A Papá Noel. Adentro: retiró la carta.

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Entró entusiasmada a la casa y tomó a Jorgelina de la mano, la subió a su bici en el portaequipajes, le pidió que se tuviera bien fuerte y dio junto a ella una vuelta a la plaza, ubicada frente a la casa de su tía. Después la esperaba Damián, quien con los pelos al viento la tomó por los hombros y viajó parado en el portaequipajes. Luego fue el turno de Lorenzo quien tímidamente preguntó:

_ ¿Nos las vas a emprestar?

_ Se dice prestar. P R E S T A R. Cuando seas mayor sí.

_ ¿A que edad entonces?

_ ¡Te faltan tres todavía! Candelaria quedó pensando en su respuesta mientras manejaba-.

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La pequeña Milagros aguardaba impaciente sentada sobre el tapial de ladrillo visto color natural, con sus piernitas que aún no lograban tocar el piso de cemento, moviéndolas para adelante y para atrás. ¡Vamos, chicos, ayuden a su hermana a subir y que se tenga fuerte, tengan cuidado de no dejarla caer!

Fue así como disfrutaron de un hermoso paseo en bicicleta, un deleite para el corazón huérfano. El pueblo era una fiesta, mientras la plaza lentamente se comenzaba a colmar de niños, de voces pequeñas, de cantos navideños con parientes cercanos y lejanos, amigos, vecinos.

La noche entró como escenario, una luna inflamada y brillante iluminaba ardientemente, y voluminosas estrellas parpadeaban a lo lejos. Entre la multitud reconoció la carita redonda y cachetes rosados de su amiga Fabiana. Se acercan y Candelaria le dice:

_ Perdón por tratarte de mentirosa. Gracias por mandar la carta en mi nombre. ¡Sabe dónde vivo!, ¡sabe también que mudé de calle Chacabuco!

_ ¿Por qué lo decís? preguntó intrigada Fabiana.

_ Porque vino personalmente a casa de mí tía, por un momento me pareció conocerlo.

_ ¡Qué suerte la tuya, yo jamás pude verlo! Siempre deja mis regalos en el buzón de la entrada mientras duermo. ¿Por qué mejor no me invitás a dar una vuelta en tu bici nueva?

Por una calle blanca, montadas al imponente carrusel de sueños, a un caballo brioso y altivo, o a ese tren que separa en dos el aire, viajaron y rieron mucho mientras el cielo salpicado de luces de distintos colores iluminaba la clara noche de diciembre. Candelaria por un momento se imaginó que su mamá la estaba viendo, que le sonreía y le guiñaba un ojo, mientras terminaba de coser el último botón de su guardapolvo.