De pasada...

De pasada...

Antes, todavía ahora, en plenas fiestas, uno podía y puede pasar a saludar a determinados parientes o amigos con quienes tenemos algún compromiso, y que no estarán en la mesa navideña, ni en la de fin de año, ni en las (re) sacas posteriores. En esos casos, viene bien (y uno cree que cumple...) la visita... de pasada... Este toco y me voy es más toco y me voy que los otros.

TEXTOS. NÉSTOR FENOGLIO ([email protected]). DIBUJO. LUIS DLUGOSZEWSKI ([email protected]).

 

Antes estaba muy institucionalizada la visita “de pasada”, un vuelo rasante, fugaz y amable por la casa de las vecinas, de la tía Porota (que no festeja ni el cumpleaños de su gato), de la modista (una amiga), de las compañeras de loba o chinchón, o de los primos garcas que hacen rancho aparte pero a quienes hay que saludar igual.

Esas visitas (que duraban media o una hora, como máximo) eran un compendio de correctos modales y reales buenas intenciones: uno saludaba a gente que no iba a estar en la fiesta de nochebuena ni en la fin de año. Se trataba de personas con las que uno interactuaba todos los días: parientes, amigos, proveedores o clientes. Podía ocurrir que mediara el aviso (después paso a saludarte...”) o simplemente uno se acercaba a determinada hora, prudente.

Y en esas visitas uno no golpeaba en tapera: siempre, por arte de magia, una sidra fría, aparecía. en esas viejas heladeras (mejor no apretarte los dedos y, nidioslopermita, la zona media, con esa puerta pesada...), profundas y consistentes. Como si una mano mecánica, o una puerta interna secreta hiciera pasar al frente, entre botellas de agua y medio lechón adobado, esa amable botella de sidra, o un vermucito, o de última un matecito con pan dulce...

Al rato nomás, había una picada en marcha, un totín tempranero, un chorizo en grasa con dosis generosas de colesterol del bueno, del malo y del que quieras. Era también una buena oportunidad para que el dueño de casa se prendiera, y le mandara unos picos a la cerveza o al vino, porque de alguna manera la visita levantaba el veto de la patrona, que quería que su marido postergara tanto como se pudiera el inevitable pedo que adquiriría con todo derecho más tarde.

Mi abuela Marga, propinaba y recibía no menos de tres o cuatro visitas de pasada diarias antes, durante y después de las fiestas. Y en todas había un plato con turrón, budín y una sidrita recién exhumada del fondo de la heladera...

Ahora no tenemos ni tiempo para las visitas de pasada, que son más bien una amenaza o promesa virtuales nunca cumplidas. Pero bien pueden ser funcionales para la partición y fragmentación familiar, grupal, amical, interpersonal actual (con tal que termine con al...) que nos obliga a mal cumplir con grupos diversos.

Conservamos (sobre todos los que tienen conservadora ensillada y lista) esa cosa jodona y pantagruélica de que los saludos no son meros saludos formales y en seco: necesitan estar regados. Somos tipos que masticamos nuestras amistades y afectos. Y las lubricamos con igual generosidad con líquidos varios, para ver cuál de ellos las hace más fluidas...

Y nos vamos yendo, inclinados definitivamente, con agujeros en proa, popa (bueno, sí, naturalmente), a estribor y por babor (por babor, dejá de hacer chistes de dudoso gusto que ratifican que ya tenés varias depasada encima...), y con la serenidad de que hemos dado y recibido pasadas como la gente aquí y allá y fuimos anfitriones amables y visitantes cómplices con el hombre en penitencia que nos ofrece con un guiño rápido, una cervecita...

Al final, de tantas pasaditas, cuando arribamos a la mesa formal de la nochebuena, ya estamos tan o más adobados que el lechón. Y con las patas abiertas y tumbados, también.

Así que en esta pasatista columna, hacemos un (rápido: nadie quiere cosas definitivas ni que demanden más tiempo que el mínimo necesario...) sentido homenaje a la visita de pasada, por cuanto logra colocar pequeños peldaños accesibles para que no quede tan alto el alto peldaño formal de la mesa navideña o de fin de año. Y me fui: le prometí al Cufi que voy a las cinco; y a la tía Marta (que hace un budín casero de antología), a las seis. De pasada, nomás.