“Conócete a ti mismo”

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El aforismo estaba inscripto en el frontispicio del Oráculo de Delfos. Foto: Archivo El Litoral

Elda Sotti de González

Recorriendo el fascinante mundo de la Mitología -los dioses y el hombre envueltos en el dinamismo y el misterio- descubrí de pronto las ruinas del Templo de Apolo, sitio arqueológico de Delfos, ciudad ésta de la antigua Grecia ubicada al pie del Parnaso, monte consagrado a las Musas. Fue famoso el Oráculo de Delfos, que se encontraba precisamente en el Templo de Apolo, lugar en el que la pitonisa pedía ayuda a los dioses para responder a las preguntas de los mortales. Recordemos que Apolo es el dios de la luz, de la serenidad, de la mesura, de lo limitado. En el frontispicio del citado templo, el viajero podía leer este aforismo: “Conócete a ti mismo”.

Entiendo que estos tiempos que transcurren resultan propicios para que nos detengamos a reflexionar sobre esas pocas palabras, sin olvidar que al respecto las interpretaciones han sido variadas.

Me pregunto, ¿qué pretendían los antiguos con esa inscripción que ocupaba un lugar preferencial en la fachada del templo? ¿Por qué después de miles de años esas palabras merecen que le dediquemos atención?

Al parecer, los antiguos pretendían construir un “yo” que, a partir de una autocrítica profunda, lograra dominio sobre su personalidad y control racional de sus actos. Sócrates tuvo muy en cuenta la máxima aquí abordada cuando guiaba a sus interlocutores a indagar en lo íntimo de sus almas y a meditar sobre sus acciones. En el Teetetes o de la Ciencia, Platón pone en boca de Sócrates estas palabras: “...se ve claramente que ellos nada han aprendido de mí, y que han encontrado en sí mismos los numerosos y bellos conocimientos que han adquirido...”. Cabe agregar que los griegos fueron dueños de un singular sentido crítico y se plantearon cuestiones significativas, muy vinculadas a la cultura, dando de este modo libertad al espíritu.

En la Edad Media, el Interiorismo de San Agustín nos conduce a pensar que en el interior del espíritu, el hombre descubre ciertas verdades.

A mi modo de ver, en la actualidad nos encontramos en una situación contradictoria. Por un lado, hemos conseguido dominar una gran parte de la naturaleza. En la Modernidad, éste era el sueño de Descartes. En su Discurso del Método expresa su anhelo de convertir a los hombres en “dueños y poseedores de la naturaleza”. Hoy ciencia y tecnología avanzan sin pausas y los principios dogmáticos han sido reemplazados por múltiples conocimientos. Además, cada pueblo elige su modo de vida; aquello que resulta aceptable para unos, puede no serlo para otros. Por otro lado, se percibe cierto vacío espiritual, apatía, tedio, búsqueda de satisfacciones en el alcohol y la droga. ¿Qué nos falta entonces? ¿De qué nos hemos olvidado? Tal vez de mirar hacia adentro para encontrarnos con nosotros mismos. En el Medioevo, Boecio define al hombre como “sustancia individual de naturaleza racional”. Desde esta esencia que incluye inteligencia y voluntad (privilegios que como personas ostentamos) es posible que ese examen introspectivo nos lleve a descubrir carencias, conflictos, limitaciones, excesos y a trabajar por el perfeccionamiento de nuestra vida espiritual, tratando de desplegar aquella esencia de la mejor manera. No olvidemos que cada ser humano, en tanto persona, debe ser capaz de tomar sus propias decisiones y de asumir la responsabilidad que esto implica.

Estoy convencida de que una íntima indagación espiritual puede contribuir a elevar la condición humana, modificando disposiciones de ánimo y aportando serenidad para el espíritu y concordia para el contexto en el que se concreta el encuentro con el “Otro”.