Para leer bajo el sol

Si ya planeó sus vacaciones, no olvide cargar un libro en la mochila. Si ya tiene decidido qué se va a llevar a la playa, la pileta o el jardín, que lo disfrute. Si todavía hay dudas, aquí va una valiosa guía -con coincidencias y opiniones incluidas- en base a los gustos y sugerencias de colegas de la redacción de El Litoral.

PRODUCCIÓN. REVISTA NOSOTROS.

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Novela, cuentos, terror, misterio, clásicos, aventura, actualidad... Todos los géneros y todos los gustos tienen cabida si de libros se trata y sobre todo en vacaciones, cuando hay más tiempo para ponerse al día con los títulos que quedaron pendientes y para sorprenderse con autores que no fueron frecuentados durante el año.

Nosotros quiso saber qué van a leer o qué leyeron y se animan a recomendar algunos colegas de la redacción, y este es el resultado.

- Rómulo Crespo: Para encarar las vacaciones bien provisto me llevo empezado “Fue Cuba”, de Juan B. Yofre. Fue un regalo de Navidad y todavía no me animo a abrir un juicio valorativo. En cambio a los otros dos sí los recomiendo calurosamente, porque son relecturas: “El Nacimiento del mundo moderno”, de Paul Johnson y -es pura coincidencia, pero este también está vinculado con Cuba- “El hombre que amaba los perros”, de Leonardo Padura. Que la suerte los acompañe con elecciones acertadas.

- Juan Ignacio Novak: Elijo “Los restos del día”, de Kazuo Ishiguro. Estilísticamente perfecta, mirada corrosiva pero entrañable sobre la nobleza británica en el lapso de aparente prosperidad que se produjo entre las dos guerras mundiales y fresco notable sobre las costumbres y comportamientos de las clases sociales altas en contextos de convulsión socio-política, la novela de Kazuo Ishiguro es sólida, atractiva, fácil de leer y provoca instantánea simpatía hacia el protagonista, una identificación con sus tribulaciones, su tardío autodescubrimiento y sus interrogantes que son, en el fondo, comunes a todos los seres humanos atravesados por su tiempo.

Es 1956 y el mayordomo de Darlington Hall, Stevens, trata de adaptarse a su nuevo amo, un desenfadado norteamericano, que tomó posesión de la finca tras el fallecimiento de su antiguo patrón, el contradictorio Lord Darlington. El sirviente se propone, por vez primera, realizar un viaje en busca de una antigua ama de llaves que trabajó junto a él muchos años antes. Durante esta travesía (sobre todo íntima) Stevens descubre poco a poco que tal vez construyó su existencia sobre bases más inciertas de lo que creía: depositó su confianza en un hombre, Darlington, que conspiró por un entendimiento con el nazismo. Y su introspección lo lleva además a darse cuenta de que dejó pasar el amor, influido en demasía por su obsesiva dedicación al trabajo y su indoblegable dignidad. Todo esto le plantea la necesidad de aprovechar “los restos del día”.

Tal vez la versión cinematográfica de 1993, protagonizada por Antonhy Hopkins (en el mejor papel de su carrera, incluso por encima de su conocido Hannibal Lecter) y Emma Thompson, y dirigida con encanto por James Ivory sea la mejor confirmación de la maestría de Kazuo Ishiguro. No obstante, aunque la película es exquisita, el libro merece la pena por la profundización que logra en la psicología del personaje central, su notable manejo de las técnicas narrativas y sobre todo porque cuenta una historia vigente en su capacidad de interpelar al lector que sepa leer entre líneas.

- Guillermo Dozo: Como muchos, sufro el calor. Lo padezco. Así, buscaría algún libro que me sumerja en ambientes fríos, por estepas interminables llenas de nieve e historias que valen la pena ser contadas. Fedor Dostoyevski sería una primera opción con sus Hermanos Karamázov, una deuda personal. O por las antípodas, o no tanto, releería las obras de teatro de Eugene Ionesco, sobre todo un viejo libro de editorial Losada que reúne a La Cantante Calva; La Lección y Las Sillas, entre otras obras. Sería una buena forma de reflexionar sobre la Argentina de hoy con una buena dosis de humor.

- Salomé Crespo: Haruki Murakami es el autor que me va a acompañar en las vacaciones. Fue sencillo quedarme con “Tokio blues. Norwegian Wood”, una novela editada en 2005. La sinopsis publicada en una remota página web dice: “Mientras aterriza en un aeropuerto europeo, Toru Watanabe, un ejecutivo de 37 años, escucha una vieja canción de los Beatles que le hace retroceder a su juventud, al turbulento Tokio de los años ‘60. Con una mezcla de melancolía y desasosiego, Toru recuerda entonces a la inestable y misteriosa Naoko, la novia de su mejor y único amigo de la adolescencia, Kizuki. El suicidio de éste distanció a Toru y a Naoko durante un año, hasta que se reencontraron e iniciaron una relación íntima. Sin embargo, la aparición de otra mujer en la vida de Toru le lleva a experimentar el deslumbramiento y el desengaño allí donde todo debería cobrar sentido: el sexo, el amor y la muerte. Y ninguno de los personajes parece capaz de alcanzar el frágil equilibrio entre las esperanzas juveniles y la necesidad de encontrar un lugar en el mundo”.

Al llegar a la librería le expliqué al amable y petiso vendedor: “Quiero una novela, con algo de policial y que no se acerque a las de Florencia Bonelli”. Primero sonrió y después me recomendó a Murakami. A la vuelta les cuento...

- Adriana García: En el verano trato de leer todo lo que no pude leer en el año. Mi pilita de libros hoy es de 10 ejemplares, más o menos. Entre los elegidos: el último de Murakami, “Underground”, volver a leer “Crimen y castigo”. Y como nuevo y muy bueno para mí “Foenkinos, David”. Ahora voy por “Delicadeza” y ya leí “Estoy mucho mejor”, que me pareció brillante.

- Mariela Goy: En época de verano y descanso prefiero -al igual que la ropa- que la lectura sea liviana. No en el sentido de menor calidad literaria pero sí en cuanto a historia fácil de llevar. Por ejemplo, “El tiempo entre costuras” de María Dueñas, “El jardín olvidado” de Kate Morton, o “Perdida” de Gillian Flynn. Todas novelas bien “vacacioneras”.

Sobre la mesa de luz, ahora tengo tres ejemplares ya seleccionados. 1) “Mi hermana vive sobre la repisa de la chimenea” (Annabel Pitcher), un exquisito relato de un niño de 10 años que hasta la página 50 viene muy conmovedor, tierno y singular. Es un librito pequeño que viene bien para la pileta. 2) “En Cambio” (Estanislao Bachrach), un tipo de literatura de divulgación científica de la que no soy afecta pero me arriesgaré esta vez porque es un regalo de Navidad. 3) “Cuentos que me apasionaron” (Ernesto Sábato), que es una recopilación de exquisitos cuentos cortos de prestigiosos autores -desde Quiroga hasta Stevenson-. Imperdible para quien gusta de este género.

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POR ROMINA SANTOPIETRO

Para volver a ver todo con un manto de inocencia, y emocionarnos un poco, algo que por los tiempos que vivimos vamos perdiendo durante el año, es ideal esta joyita: “Mi hermana vive sobre la repisa de la chimenea”, de Annabel Pitcher. Este es el debut de la escritora, que narra en la voz de Jamie, un niño de 10 años, la historia de una tragedia que destroza a una familia después de un ataque terrorista, y cómo cada uno se las arregla para recomponer su vida. La lucha de Jamie por recuperar a su familia desgarra y conmueve, pero está también llena de humor y esperanza. Su voz tiene tanta fuerza que uno no puede evitar ponerse de su parte y ver el mundo a través de sus ojos. Y la luminosa esperanza que traspasa a este pequeño personaje, termina envolviendo al lector.

Para desenchufarse y reírse a carcajadas van dos. De Hernán Casciari, “Más respeto que soy tu madre”, en principio “Diario de una mujer gorda” que, luego del suceso en teatro con el genial Antonio Gasalla, transmutó su nombre definitivamente por el de la obra. Cuenta la historia de una familia, Los Bertotti, en clave de humor. La narradora es Mirta Bertotti, un ama de casa argentina que debe lidiar con su esposo, su suegro drogadicto y tres hijos adolescentes, en desopilantes situaciones. Para reírse sin complejos de nosotros mismos y pasar un buen momento.

El otro libro para divertirse es “Muuu!”, de David Safier. Lolle, una vaca del norte de Alemania, atraviesa una etapa mala: su toro Champion la engaña con esa vaca idiota de Susi. Y además se enteró de que el granjero va a vender la finca, y ella y todos sus amigos van a terminar hechos hamburguesas. En un acto que desafía su naturaleza de animalito paciente, escapa con sus amigas y así inicia un viaje en busca de la felicidad. David Safier tiene una particular filosofía de vida y un delirante sentido del humor.

Si el terror y el misterio son más seductores a la hora de leer, acá van tres del maestro del horror Stephen King:

“Dr. Sueño”, respetable continuación del excelente “El resplandor”, libro de culto. Si te quedaste pensando qué habría sido de Danny Torrance, el niño aterrorizado en el Hotel Overloock, King te da la respuesta. Ahora Danny es un adulto alcohólico, sin residencia fija, que continúa atormentado por los terrores de su infancia, y que permanece con los fantasmas aún en su mente. Esta secuela completa una de las novelas más icónicas de King.

El otro excelente título es “Joyland”. Este es un libro que, si bien contiene todos los ingredientes del terror más clásico de Stephen King, también posee una insondable belleza, y una descarnada ternura. Parece difícil conciliar esto en una historia de horror, ¿verdad? Pero el hombre tiene la facultad de poder hacerlo; es una historia muy bella, desgarradora, misteriosa. Ningún lector dejará de emocionarse.

El tercero es “22/11/63”, donde un atribulado profesor de escuela debe viajar por el tiempo para intentar impedir el asesinato de JFK. Es la primera vez que King aborda el tema de los viajes en el tiempo, y lo hace de manera magistral, mixturando lo fantástico con la documentación existente sobre aquel hecho histórico. Es excepcional el retrato que se hace de Lee Harvey Oswald, el supuesto asesino de Kennedy; además, King deja siempre en el aire la posibilidad de que no haya sido él el causante de la muerte del presidente, intentando no desmontar ninguna de las teorías existentes.

Si te gustan los casos policiales, una muy buena opción es “Betibú”, de Claudia Piñeiro, que despliega su talento narrativo para contarnos la investigación de un crimen y retratar la semblanza de un país, las relaciones entre periodismo y poder y, en medio, nos atrapa con una historia que mantiene el suspenso todo el tiempo y no es predecible.

Otra sugerencia es “El Juego de Ripper”, primera novela negra de la chilena Isabel Allende, referencia obligada de la literatura contemporánea latinoamericana. Allende se anima a una historia de crimen y misterio como suele escribir: a pura pasión. Porque no puede dejar de mezclar la historia negra con las vivencias de sus personajes y con el amor.

Un grupo de adolescentes trata de seguirle los pasos a un psicópata, para rescatar a la madre de Amanda Martin, la joven protagonista de la historia. Secundada por su abuelo y el equipo de amigos con quienes juega on-line, inicia una carrera contra el tiempo y contra la muerte. Para quien ya la conoce, encontrará el estilo narrativo matizado de intriga y suspenso. Para quien nunca la leyó, va a ser un agradable descubrimiento.

Finalmente, si tu imaginación quiere llevarte por los caminos de la fantasía, hay una variedad impresionante que, lamentablemente, viene -como mínimo- en formato de trilogía.

Clásicos entre los clásicos, “El Señor de los Anillos” y “El Hobbit” son mi primera opción.

Seguimos con los hasta ahora cinco libros publicados de la saga Juego de Tronos, que también se consigue en un formato más pequeño y divertido, como el cómic; eso por si asustan los libros de más de dos kilos de peso en la mochila.

Para adolescentes y no tanto, las sagas de “Los Juegos del Hambre” y “Divergente” también son lecturas recomendadas.

De todos estos libros se consiguen versiones digitales para e-book, y muchas de ellas de manera gratuita, en pdf.

Y sí, de casi todas ya filmaron la película, pero la idea es volver a leer, y nada supera a tu propia imaginación cuando la dejás volar. Además, el libro te puede acompañar a todos lados; el plasma es bastante incómodo para llevar y tenés que tener si o sí electricidad.

Yo cargo con mi librito de turno todo el tiempo, por si tengo que hacer cola en el banco y me aburro, por ejemplo.

Ya sea tirado en la playa, en la quinta, en las sierras, o en tu casa con aire, disfrutá de la lectura a full durante el tiempo de tranquilidad.

EN DOSIS ÚNICA O EN FORMA DE SAGA

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ARENA Y PAPEL

POR ESTANISLAO GIMÉNEZ CORTE ([email protected])

Puede decirse que la relación vacaciones-lectura está atravesada por equívocos varios. Se supone (la industria quiere hacernos suponer) que existe una categoría de libros “veraniegos”, entendiéndose que ésta designa a las producciones no demasiado exigentes, más bien breves y de temáticas accesibles. Así, se asocia el período estival a la necesidad de no enredarse con voluminosas novelas de cientos de nombres y páginas. Las editoriales insisten en recomendar textos supuestamente agradables a la lectura fácil y rápida, al modo de un escaneo de una página web. Pero el problema es que todo, absolutamente todo, depende de qué relación establezcamos con la lectura misma en términos generales, mucho más allá de la estación. Inclusive podemos decir que es exactamente al revés: el verano es el mejor momento para leer esos libros que en el agobio del año no podemos abordar porque las múltiples tareas nos lo impiden. Es el momento de saldar deudas. Es el momento ideal, claro, pero sólo si (antes) nos interesa la lectura. Por supuesto que no me refiero a áridos manuales de filosofía o textos de ciencias, pero sí a novelas y relatos clásicos. Sucede que existe una suerte de temor reverencial, totalmente injustificado, ante los grandes nombres de las letras, que es producto sólo del desconocimiento. Muchas personas atribuyen a nombres ilustres una complejidad o un aburrimiento que no existe como tal. Hay muchísimos clásicos que combinan humor, dinamismo y brevedad o algunas de estas categorías (pensemos rápidamente en el “Cándido” de Voltaire, o en el “Decamerón” de Bocaccio, o en el “El diario de Adán y Eva” de Mark Twain). El problema con las editoriales es que ofrecen como “veraniegos” a libros escritos por famosos y/o contemporáneos que salen del horno como la famosa hamburguesa: libros de tipografías enormes y de interlineados generosos, hechos en el apuro, con gusto a poco, casi tóxicos. Aunque suene paradójico, según estos magos de los negocios las personas en verano quieren leer algo pero no mucho (sí, pero no). Hay, por supuesto, muy interesantes libros de política y/o la actualidad nacional, pero ¿no es mejor justamente “desconectarse” de lo cotidiano, sumergiéndonos en las bondades de la ficción, cuanto más lejana en el tiempo y en la geografía, tanto mejor?. Creo que todos vamos a coincidir en que es mejor, si vamos a leer, privilegiar los buenos libros, porque lo bueno no es un antónimo de lo divertido. Ahora ¿qué es lo bueno?: es una pregunta que no puede responderse. Hay hermosos e interesantes clásicos que podemos leer perfectamente en la playa sin malgastar nuestras vacaciones en engendros hechos en un mes, mediante los espantosos artilugios del copy-paste o el ghost writter.

II

Algunas menciones antojadizas, no vinculadas a lanzamientos recientes. En el plano de los relatos latinoamericanos (si es nuestro gusto) autores como Eduardo Galeano -“Espejos”-, Alejandro Dolina -“Crónicas del Ángel Gris” o “Bar del infierno”-, Osvaldo Soriano -“A sus plantas rendido un león”- pueden proporcionarnos interesantes posibilidades en el plano de lo costumbrista. Pero cuando me refiero a los clásicos hablo de otra cosa: por ejemplo, de “El retrato de Dorian Gray”, de Oscar Wilde, que es un texto bello, lleno de humor e inteligencia y por lo tanto muy divertido. Hay libros de entrevistas (por caso, “Sabina en Carne Viva”, de Javier Menéndez Flores) o biografías (“Che. Una vida revolucionaria”, de Jon Lee Anderson) que no tienen nada de novedosos pero que proporcionan al lector un hermoso momento. Podemos sugerir cualquier libro de cuentos de un autor clásico argentino (de Cortázar, de Borges, de Arlt, de Saer); creaciones de Manuel Puig (“El beso de la mujer araña”), de Fernando Vallejo (“La virgen de los sicarios”), de Mario Vargas Llosa (“La fiesta del chivo”), de Tomás Eloy Martínez (“Santa Evita”), de García Márquez (“Vivir para contarla”), o cualquier libro de relatos de Quiroga. Podemos pensar también en relatos breves de dos ascendentes autores santafesinos (“Luces de navidad”, de Francisco Bitar; “Los Ferrodontes”, de Mariano Pereyra Esteban); o, yendo más atrás en el tiempo y el espacio, podemos admirar la genial ironía de un libro como “Los siete platos de arroz con leche”, de Lucio V. Mansilla.

En el plano de los libros en otros idiomas podemos pensar en las notas recientes de John Berger (“Cada vez que decimos adiós”), en clásicos como “La naranja mecánica”, de Anthony Burguess; “Memorias de Adriano”, de Margueritte Yourcennar; “El corazón de las tinieblas” de Joseph Conrad; “La conjura de los necios” de John Kennedy Toole y/o en libros que fueron llevados al cine: “El silencio de los corderos”, de Thomas Harris; “El padrino”, de Mario Puzo; “El perfume”, de Patrick Süskind.

Podríamos, claro, agregar otros tantos. Pero sólo pretendemos subrayar la idea anterior: hay demasiadas cosas interesantes, divertidas, ágiles, brillantes, como para perder tiempo y dinero en libros que son una suerte de negación de la literatura. Las novedades de la temporada, desde esta perspectiva, son una cosa muy menor. Insisto: podemos concebir el verano como un momento de encuentro con los grandes talentos que nos esperan. Contra lo que dice la industria, es el mejor momento para leer: el tiempo en que buscamos a aquel autor tantas veces postergado y, sin el peso de la rutina ni el agobio de los horarios, nos dejamos entrar en él, lenta, cálidamente.


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Oscar Wilde y John Kennedy Toole. Fotos. Archivo El Litoral.

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