Preludio de Tango

Argentino Liborio Galván

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Manuel Adet

Fue violinista, compositor, director, pero su talento, su trascendencia como artista residió en sus condiciones de arreglador, ese singular e inspirado arte que tuvo en él una de las figuras más destacadas del tango. Entrevistado en un programa de radio dijo al respecto: “Sin saber música se puede ejecutar admirablemente un instrumento musical, pero es imposible ser arreglador si no se tiene profundos conocimientos musicales”. El hombre sabía de lo que hablaba.

Según Gobello, los astros del tango fueron siete, número cabalístico por definición. Allí se destacan: Elvino Vardaro y Enrique Mario Francini, en los violines; Mario Lalli, en la viola; José Bragado, en el cello; Rafael del Bagno, con el contrabajo; Julio Ahumada, en el bandoneón; Jaime Gosis, en el piano, y Argentino Galván, en los arreglos. Las opiniones de Gobello no son sagradas, pero hay que escucharlas.

Uno de sus biógrafos llegó a decir que la labor de Galván con Caló, Francini y Troilo, de alguna manera fue la que le dio tono y calidad a la década del cuarenta. Calidad y sensibilidad musical seguramente era lo que le sobraba para que músicos de la jerarquía de Basso, Fresedo, Sassone, Canaro y los mencionados Troilo, Francini y Caló lo hayan considerado un maestro en lo suyo. Galván, por ejemplo, fue convocado por Pichuco después del retiro de Astor Piazzolla de su orquesta. Él mismo dijo que ante la ausencia de un grande necesitaba la presencia de otro grande.

Argentino Liborio Galván nació en la localidad bonaerense de Chivilcoy el 13 de julio de 1913. Su padre tocaba la flauta y la guitarra. Todo de oído e improvisado, como improvisadas eran sus coplas de payador y sus conciertos de flauta con un peine y un papel. Sin embargo, el hijo desde pibe tuvo maestro musical y antes de terminar la primaria ya tocaba el violín y hacía sus primeros palotes en el arte de la composición. Tenía dieciocho años cuando junto con su hermano formó su primer sexteto en Chivilcoy. Para esa época, Osvaldo Fresedo interpretó un tema de su autoría, “La mariposa” y el vals “Madre mía”.

Sus biógrafos aseguran que fueron Alfredo Gobbi y Luis Cantore los que lo conocieron en Chivilcoy y lo entusiasmaron para que se fuera a vivir a Buenos Aires. Una versión más completa asegura que para ese tiempo anduvo por su pueblo un sexteto dirigido por Osvaldo Pugliese, integrado entre otros por Elvino Vardaro, Alfredo Gobbi, Carlos Angelotti, José Díaz, Luis Cantore y Alfredo de Franco.

No obstante estas calificadas invitaciones, Galván se quedará en su patria chica hasta 1935. En 1933 dirige un trío de guitarras que cuenta con la voz Carlos Claudel, futuro cantor de la orquesta de José Luis Padula. Para esa época, compone un estilo criollo titulado “Jubileo a don Prudencio”. En 1935, se presenta por última vez en los escenarios de Chivilcoy, su pago chico, la ciudad que muchos años más tarde, en 2014 para ser más preciso, cincuenta y pico de años después de su muerte, le rendirá un homenaje con una película en su honor que se llamara precisamente “El arreglador”, dirigida por Gerardo Panero y que contó con la colaboración de Hernán Ronsino.

Su primer domicilio en Buenos Aires será en calle Salta 321, en la mítica pensión La Alegría, típica de aquellos años en la capital, que era también una suerte de aguantadero de músicos de provincia que compartían sueños y platos de sopa. Allí -por ejemplo- se alojaron personajes como Julio Ahumada, Armando Pontier, Antonio Ríos, Héctor Stamponi, Emilio Barbato, Albero Suárez Villanueva y Enrique Mario Francini. Como se dice en estos casos: el chico no estaba mal acompañado.

Antes de cumplir veinticinco años se relaciona con Miguel Caló, quien le encarga los arreglos orquestales. En la orquesta de Caló conoce al excelente violinista Raúl Kaplún, con quien establecerá una relación artística trascendente. Al respecto los solos de violín de Kaplún marcarán un antes y un después en el tango, acto creativo que pertenece al inspirado talento de Galván.

Consultado sobre su concepción del tango responde: “El tango admite perfectamente la incorporación de nuevos timbres instrumentales, especialmente las maderas, la flauta (ya familiar), el clarinete, el oboe, el fagot y algún metal como el corno. Además la percusión, de cuyo concurso no puede prescindirse. Todo esto sin desplazamientos de las cuerdas y el bandoneón que es la voz instrumental del tango”. Se ha dicho que el trabajo de Galván consistía en armonizar y pulir los estilos interpretativos de las formaciones musicales y hacer prevaler las cuerdas.

En la década del cuarenta, nuestro hombre trabaja con las orquestas de José Luis Padula, Juan Canaro, Florindo Sassone, José Basso, Alberto de Caro y Enrique Delfino. No exageran sus admiradores cuando aseguran que Galván y Héctor María Artola son los que le otorgan a los arreglos entidad estética. Al respecto, alcanza y sobra con escuchar arreglos como los realizados a “Milonga triste”, para Troilo y Marinio; “Sur”, para Edmundo Rivero; “Tigre viejo”, para Francini y Pontier; “Rosiceler”, para José Basso; “Adiós Bardi”, para Osvaldo Pugliese; “Pimienta”, también para Osvaldo Fresedo; “Palomita blanca”, para el dúo de Floreal Ruiz y Alberto Marino o las orquestación, a pedido de Troilo, para “Recuerdo de bohemia”, que -dicho sea de paso- Pichuco siempre corregía con su temible goma de borrar.

Junto con los arreglos, se destacan algunas de sus notables composiciones. Merecen señalarse temas como “El día de tu ausencia”, “Me están sobrando las penas”, “Cafetín”, “Nuestra cita”. También en esos años su orquesta acompañará a cantores de la talla de Jorge Vidal, Oscar Alonso, Horacio Deval, Virginia Luque, Raúl Berón, Jorge Casal y Agustín Irusta.

Para un músico de fuste todo es interesante. El jazz por ejemplo. Iniciativa que contará, entre otros, con el acompañamiento de Elvino Vardaro. Brighton Jazz se llamaba la banda y es en ese tiempo que Galván le dedica a Vardaro su tema “Violinomanía”.

Siempre leal al principio de abrirse a nuevos ritmos, en 1956 dirige la orquesta del Ballet Folclórico Argentino de Santiago Ayala, conocido como “el Chúcaro”. Unos años antes había dirigido en radio El Mundo una orquesta integrada por treinta y cinco músicos.

Para 1960, Galván tiene apenas cuarenta y siete años y todo un futuro musical por delante. Ese año tenía prevista una gira a Japón, acompañado de los mejores músicos. Para la ocasión había compuesto el tango Sayonara que pensaba estrenarlo en Tokio. Sin embargo, la señora muerte se hará presente el 8 de noviembre de ese año. Unas semanas antes había escrito: “Ante todo no creo en el tango moderno, creo en el tango simple y sencillo. En cambio, creo en la orquesta moderna. El verdadero arte no se confirma con repetir siempre lo mismo, con monotonía y falta de impulso creativo, sino que busca nuevos timbres que van a enriquecer y modernizar el tango sin desvirtuarlo”. Perfecto maestro.