editorial

  • Los avatares en torno al fallecimiento del fiscal Nisman exhibieron el cambiante escenario y los desafíos para los medios y los dirigentes en el marco de las nuevas tecnologías.

Transformaciones y permanencias

La muerte del fiscal Alberto Nisman estableció una serie de hitos en el marco de la transformación que atraviesan los procesos informativos, a propósito de las nuevas tecnologías en el campo de la comunicación. También puso en primer plano los recursos mediante los cuales se hace política con las herramientas que brindan las redes sociales y habilitó reflexiones sobre el desarrollo de la opinión pública en este contexto.

En primer lugar, la propia noticia del hallazgo del cadáver se propagó inicialmente a través de Twitter, aprovechando la velocidad que caracteriza a esta red, que suele tener como contrapartida algún nivel de desconfianza y la necesidad de chequear los datos en los portales de medios consolidados y prestigiosos. En este caso, el respaldo estuvo dado porque la información fue proporcionada, precisamente, por un periodista.

El segundo aspecto remite a la verificación de las repercusiones de la noticia, en el plano nacional e internacional. Los comentarios que saturaron Facebook y las estadísticas sobre posicionamiento en los temas objeto de tuiteos y retuiteos fueron elocuentes al respecto.

Lo que vino después fue la vorágine informativa, que se tradujo en la actualización casi permanente de los sitios web, la transmisión ininterrumpida de los canales de televisión y el esfuerzo de los medios tradicionales, en sus versiones impresas o digitales, por “pasar en limpio” los datos, procesarlos con algún nivel de detenimiento y contextualización, y propiciar la jerarquización normalmente ausente en el imperio de lo inmediato.

Y mientras cada uno de los medios pugnaba por hacer la diferencia en orden a sus fortalezas y debilidades, la política también buscó sus propios caminos. A las tradicionales conferencias de prensa -que en este caso los referentes opositores multiplicaron- y las cotidianas intervenciones mediáticas del jefe de Gabinete y el secretario general de la Presidencia, y además de las frenéticas persecusiones cámara y micrófono en mano de los móviles de exteriores, se opuso el criterio adoptado por la presidente de la Nación. Alejada de los medios masivos y la exposición pública, y haciendo honor a su costumbre de eludir cualquier tipo de interlocutor en sus apariciones, Cristina utilizó las redes sociales para realizar dos polémicas intervenciones. Desde esa plataforma, la mandataria expuso, fundamentó y luego invirtió la posición del gobierno sobre la muerte de Nisman; descolocó a funcionarios y legisladores que sí estaban actuando y argumentando “cara a cara” con el periodismo; volvió a poner en entredicho la independencia de los poderes y el rol de los medios como actores políticos, y produjo inevitables interferencias en el accionar de la Justicia.

El impacto institucional y la trascendencia histórica del caso suponen un desafío para toda la sociedad organizada, a la vez que obligan a repensar los mecanismos de relación y a reflexionar concienzudamente sobre las posibilidades y riesgos que atañen a este nuevo escenario. La responsabilidad y el rigor periodísticos, la prudencia y el respeto de las formas por parte de la dirigencia política, y la honestidad intelectual y la buena fe de todos, se mantienen en este contexto cambiante como los valores a propiciar y defender de manera irrestricta e imprescindible.

La inmediatez y retroalimentación permanente del entorno virtual plantea interrogantes sobre los modos de hacer periodismo y política en la sociedad actual.