Memorias

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“Solitario” (1929, circa), de Hermann Kümmerly.

 

“... sabía que la tierra es el reino de la locura y que la única libertad concedida al hombre es su infinita imaginación” (Borges, acerca de Ariosto).

El sábado 23 de diciembre de 1911, Kafka anota en su diario: “La ventaja de escribir un diario consiste en que así uno se entera con tranquilizadora claridad de las transformaciones que sufre constantemente”. La lectura de este pensamiento me llevó un día a echar un vistazo a mis propias “memorias”, lo que me deparó varias sorpresas relacionas con mi oficio de escritor. Por ejemplo, hacia 1980, había pergeñado las bases para un relato donde un hombre cuenta únicamente con su imaginación, entusiasmo y avidez por la cultura grave. Lo consideraban, por lo tanto, un ser “inservible”, sin cabida en este mundo. Su absoluta marginalidad, su paulatino desapego y reducción, lo convertían en un solitario impenitente y en cierto grado masoquista. Su padre le había predicho: “Si seguís con ese cuento vas a formar parte de las nubes”. Y efectivamente, termina, por decir así, evaporándose e integrado como parte de un cielo transparente, un cielo que los demás no ven, un topos uranus.

Nunca escribí esta historia. Me pregunto si no estaba exponiendo cierto deseo inconsciente (o no), que bullía en mi interior, el deseo de considerarme una víctima del malvado mundo en el que me tocaba vivir. Pero no: dos días más tarde anotaba en mi diario que el protagonista de aquella idea padecía una crisis de profundo egoísmo al considerarse ajeno a los rigores del universo. Entonces, chau.

Sin embargo, un año después, obsesionado por lo mismo, propuse lo siguiente: un hombre solitario, vagabundo, va de aquí para allá, sin rumbo fijo, indiferente a los cantos de sirenas emitidos por lo que llamamos civilización. Algunos lo increpan, otros juegan a ser consejeros; la mayoría lo considera un loco. Él resiste, se fortalece, inquebrantablemente mantiene su estado de primitivo vivir. El tiempo lo convierte en un linyera rodeado de intransigentes. Intocable, invencible, se aparta de una época tecnificada e idiotizada, donde los sentimientos, a su criterio, constituyen esa máscara del vacío que tanto aburrimiento trae consigo, tanto conformismo, tanto lazo convencional e hipócrita, tanto odio reprimido. Consideré que la historia debía ser contada y sostenida por la fuerza de un lenguaje objetivo, despojado de reflexiones, al estilo de Hemingway: un relato conductista.

Nada sería consciente en este personaje, ni su personalidad noble, ni su sentido de la lealtad, ni su frugalidad... nada. Simplemente sería... lo que es. Esto se debe a que tampoco aguarda nada de sus acciones. Sólo vive, respira y come cuando puede. Por lo tanto yo debía cuidarme de no introducir recetas ajenas para cambiar su actitud existencial y, mucho menos, escarbar en su niñez con el objeto de hallar algún trauma detonante. Nunca retomé esta idea. Albert Camus, partiendo de una idea parecida había escrito El extranjero, donde Mersault encarna al héroe absurdo. Se ha dicho que el estilo cortado, breve, neutro de Camus, sugiere que el hombre absurdo sólo puede describir, vivir al nivel de la existencia pura, recomenzar a cada instante, sin esperanza alguna en el porvenir, sin relación alguna con el pasado. Como quiera que sea, al releer mi diario comprobé que en esa época manaban de mí conceptos tan hiperbólicos que, lejos de fortalecer mis creencias, las enflaquecían.

De todas maneras (creo haberlo dicho alguna vez) ciertas imágenes de la niñez revelan sorpresivamente las traiciones padecidas antes de convertirnos nosotros mismos en traidores, lo que no exige un entrenamiento muy fatigoso. Más tarde uno hace la suma de sus actos, rechaza lo escrito en el diario en tal fecha, o enriquece lo escrito en tal otra. En estos vaivenes discurre la imaginación, pero la brevedad de la vida conspira contra su plenitud. Asimismo, bien que nos precedieron las tumbas ya vacías de culturas ensangrentadas, nuestra subjetividad entronca con la Historia. A verdades inapelables suele oponerse evanescentes ilusiones, y la tensión de estos extremos suele dar lugar a una síntesis de humanismo y comprensión.

Otros días y otros años de mis memorias me indican lo equivocado que estaba en algunos aspectos relativos a la literatura (quizás el término equivocado no sea el correcto, ya que podría tratarse de la maduración de un pensamiento). Tan cierto como que el hábito bloquea la imaginación, creo que Proust tenía razón al considerar que todos los amores y todas las cosas evolucionan rápidamente hacia el adiós. No hay que olvidarlo, pero en la juventud uno lo olvida o ni siquiera lo piensa.

Las memorias, en suma, favorecen la autocrítica y nos recuerdan lo falible que podemos ser en lo tocante a sentimientos y opiniones sostenidas un año o dos antes. Doy por supuesto que el que te dije nunca cambia a lo largo de su vida, y si por casualidad lleva un diario jamás se arrepentirá de lo que ha escrito, aunque sus errores bailoteen de pronto en la punta de su nariz. Algo triste cuando se trata de alguien que se considera “artista”, puesto que “no es artista verdadero aquel que no es capaz de contradecirse” (Octavio Paz). O si confunde, por ejemplo, poesía con dispepsia sentimental. Y si es cierto que la buena educación bloquea los instintos, no estoy lejos de afirmar que asimismo bloquea la imaginación. Tendría que haber escrito buena educación entre comillas por tratarse de una expresión peyorativa, pues me refiero a la andanada de reglas y represiones traídas de los pelos, terminantes e inapelables, con que algunos padres torturan a sus hijos convenciéndolos de las ventajas del sistema que empobrece al individuo, para siempre miembro del rebaño y víctima de futuras frustraciones.

(Fragmento de “Principios nocturnos”).

por Carlos Catania