Las palabras y las frases tienen su historia

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Agencia Telam - De la Redacción de El Litoral

En su reciente libro Historias de letras, palabras y frases, el historiador Daniel Balmaceda desentraña el origen de distintas expresiones del habla cotidiana, como el significado de la frase “No hay tu tía”, la deformación que sufrió la expresión “perdido como turco en la neblina” y el surgimiento de la palabra “aguante”.

El crítico e historiador desglosa en su libro la trastienda de expresiones como “Hablando de Roma”, “Ni muy muy, ni tan tan”, “Naranjo en flor”, “Tole tole”, “Vender humo, mucho humo”, “La prensa amarilla” y “¿Qué gusto tiene la sal?”, entre otras.

“En general, los términos que más me agrada trabajar son los que esconden la respuesta dentro de la palabra, las que están casi a la vista pero no solemos ver”, asegura Balmaceda, y cita el ejemplo de la frase: “Echar el guante” que proviene del argot de la marina y cuenta que entre los trabajos duros de este rubro figuraba la sujeción de cabos que se empleaban, por ejemplo, para alzar las velas. “Esa actividad es riesgosa ya que la fricción de una soga puede lastimar seriamente y para evitar problemas, los hombres debían cazar o soltar el velamen y para ello empleaban guantes de trabajo. Ésta es una palabra que se originó en las lenguas germanas, a partir de ‘want' y del bajo alemán ‘wante'. En realidad, la usaban en sentido más amplio: cubierta o cobertura”. Esa acción de sostener con fuerza un cabo -se hacía con guantes- en español se conoció como “echar el guante”, pero luego se transformó en aguantar y los primeros en usar el verbo fueron los italianos quienes decían: “agguantare”.

Otro de los ejemplos que brinda Balmaceda es la frase: “Perdido como turco en la neblina”, que en realidad era “Perdido como ‘tuco' en la neblina”. El tuco o tucu (voz quechua) es una luciérnaga que habitaba en el norte argentino. “Cuando el vocabulario fue bajando y llegó a Córdoba no se le encontró sentido y fue virando hasta que llegó a cambiar la palabra tuco por turco y se inventaron historias de turcos que salían a vender por los caminos y se perdían si había neblina”.

El origen de la frase “a tu tía” surgió en la Edad Media, cuando se utilizaba un remedio que se llamaba “atutía”, compuesto de sales de óxido de zinc que era un buen cicatrizante y que era efectivo en tiempos en que las batallas estaban a la orden del día. Pero cuando las heridas del paciente eran graves, se decía “no hay atutía que valga” -en situaciones en que la amputación o la muerte estaban cerca- pero con el correr del tiempo esa palabra fue perdiendo vigencia y hoy se escucha “No hay tu tía que valga”. Hasta tiene sentido, porque pareciera que estamos diciendo: “Acá no te salva ni tu tía”. Pero esas “buenas compinches que tenemos todos los sobrinos no tienen nada que ver con esta expresión”, comenta Balmaceda en su obra.

Un capítulo especial para cerrar el libro con una sonrisa es el origen de la frase que popularizó el cómico Carlitos Balá: “¿Qué gusto tiene la sal?”, que surgió durante un verano en Mar del Plata, cuando el cómico se topó con un chico que se le acercaba caminando arrodillado en la arena. Por esos años, Balá ya se perfilaba como el artista favorito por los niños y le dijo al pequeño: “¡Qué lindo que está el mar!”. El niño se hizo el desentendido. Balá arremetió: “¡El mar! ¿Qué gusto tendrá el mar?”. El pequeño tampoco mostró reacción. Carlitos no se dio por vencido y dijo: “El mar tiene gusto a sal. Pero ¿qué gusto tendrá la sal?”. Ahí el chico reaccionó. Lo miro y le respondió: “Pero, Carlitos, ¿qué gusto va a tener la sal? ¡Salada!”. A Balá la causó tanta gracia la ocurrencia que decidió incorporarla a la nómina de sus geniales frases célebres. Publicó Sudamericana.