GRACIELA MARTÍNEZ, ACTRIZ

“Me gusta que la gente se conmueva”

  • A los 79 años sigue trabajando. Realizó, junto con Martha Ottolina, una notable interpretación en “Ocaso de Alba”, que tuvo funciones durante 2014. Dice que su propósito como artista es que el público reflexione. Y que el teatro es apasionante, pero que a la vez se sufre.
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Entusiasta. “Elegí seguir haciendo teatro porque lo tomo como una profesión”, sostiene Graciela. “Me mantiene con ganas de vivir y disfrutar”, confiesa. Foto: Flavio Raina

 

Juan Ignacio Novak

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Con 79 años, habla de teatro y parece que apenas tuviera la mitad de esa edad. Eso, al menos, se percibe durante la charla, en el brillo de los ojos, en la indisimulable sonrisa y en el cariño con que habla de dramaturgos, actores y directores que forjaron su inclinación por “las tablas”. Graciela Martínez asegura que ser actriz es un camino que eligió como profesión y que con su trabajo pretende conmover al público. Algo que logra en su última (y notable) interpretación en “Ocaso de Alba” (de Laura Coton y María Rosa Pfeiffer) donde comparte la escena con Martha Ottolina, bajo la dirección de Fabiana Godano. En su visión, el teatro “se sufre mucho, porque es exposición y siempre está el pánico y el temor a no saber resolver una situación”. Pero es -sin margen para vacilaciones- su gran pasión.

—Hace muchos años que te dedicás al teatro y elegís seguir trabajando. ¿Por qué?

—Lo sigo haciendo porque yo lo elegí, fue una opción. Elegí seguir haciendo teatro porque lo tomo como una profesión, como cualquier actor o actriz de Buenos Aires, sólo que ellos viven del teatro. Nosotros no, más bien vivimos de otras cosas. Pero siempre lo tomé como una profesión y me planteé hacer obras que tuvieran un contenido. Nunca quise hacer un teatro pasatista. Yo provengo del teatro independiente de los ‘60, que tuvo un auge en Santa Fe, con algunas autoridades dentro de la cultura que promovieron y estimularon no sólo el teatro, sino todas las artes. Yo abracé el apostolado del teatro con todas sus premisas, que eran las de mejorar la calidad de la actuación, de las obras, de los autores.

Toda la vida he creído que el teatro tiene que tener un contenido. Que la gente siga reflexionando cuando traspone la puerta. Hay obras de las que uno sale y se olvida. Pero aquella que te deja pensando, ese tipo de teatro me interesó y es lo que asimilamos con el teatro independiente. Así que yo soy un producto de esa época. Después vinieron otras generaciones que continuaron, ya con otra visión más innovadora, pero me fui adaptando a esas nuevas formas de hacer teatro.

—Siempre con el mismo impulso de aquellos años.

—Con la misma conducta, de no faltar nunca a un ensayo. Cuando nos comprometíamos había que cumplir. Esa conducta yo la aprendí y no puedo dejar de hacerlo de esa forma, con disciplina.

—Así que tu visión es la de un teatro que haga reflexionar al público.

—Me gusta que la gente se conmueva, se emocione y reflexione sobre lo que vio.

—¿Y qué desafío te impone esto como actriz?

—Yo trato en lo posible de conmoverme yo, primero que nada. Conmoverme ante lo que estoy haciendo. Y a mí me parece que en la medida en que uno, que es el que está trasmitiendo, se conmueve, va a lograr que la gente crea en lo que vos estás haciendo. Es decir, si yo me lo creo, el espectador también se lo cree.

Personajes

—¿En todas estas décadas de trabajo, hay algún personaje de los que interpretaste del que hayas quedado prendada?

—Tuve oportunidad en el ‘75, más o menos, de hacer “El zoo de cristal”, dirigida por Osvaldo Neyra, una obra muy conocida de Tennessee Williams, donde hice a Amanda, que es la madre y la que en realidad maneja todos los hilos. Es una obra muy bella y me encantó hacerla. Tuvimos muy buena crítica. Ése fue un personaje que me gustó muchísimo, que hice con mucho placer. Después interpreté a la madre en “Todos eran mis hijos” de Arthur Miller, en la versión dirigida por Antonio Germano. Eso fue 1982, durante la Guerra de Malvinas, y era una denuncia contra la guerra y el negocio de las armas.

—Era un desafío hacerla en esa época.

—Sí, realmente. Y gustó muchísimo. Era una adaptación de Antonio Germano quien le dio mucho relieve al personaje de la madre, y yo lo hice con muchas ganas. Fue muy gratificante la reacción de la gente.

—¿Sos de involucrarte en todo el proceso de la obra teatral?

—No podés solamente limitarte al personaje, tenés que tener una visión general de toda la obra, de los otros personajes, el vínculo que hay entre ellos, qué ha querido decir el autor, qué queremos nosotros desde nuestra visión o desde la visión del director. ‘Yo quiero que ustedes conmuevan, pero conmuévanse ustedes primero, que la gente salga conmovida, emocionada’, nos decía nuestra directora con respecto a “Ocaso de Alba”.

—¿Cómo se hace a una edad donde muchos empiezan a abandonar proyectos, para seguir con ganas, estímulo, pasión?

—Amo lo que hago y lo he tomado como una profesión. Y es lo que me hace muy feliz y me mantiene con ganas de vivir y disfrutar.

 

Bernarda y Poncia

  • “Ocaso de Alba”, que se estrenó en 2013 y tuvo varias funciones en distintas salas de la ciudad durante 2014, configura un notable trabajo en la carrera de Graciela Martínez. A partir de los míticos personajes de “La casa de Bernarda Alba”, de Federico García Lorca, la historia habla sobre dos mujeres: Poncia y Bernarda, años después. “Tratamos, primero que nada, de meternos en la piel de estos personajes que habían tenido épocas mejores y están en una absoluta decadencia económica, física y social, teniendo claro el momento que les toca vivir y qué tipo de vínculo tienen, una relación simbiótica que se da después de tantos años de vivir juntas. Se conocen tanto que prácticamente la una no es nada sin la otra. Se odian y se aman. Lo que quisimos mostrar es que en el fondo no son nada la una sin la otra. La directora nos insistía muchísimo con este tipo de relación”, asegura Graciela.