El corazón mirando al sur

El corazón mirando al sur

“Aprendí de cada uno de mis compañeros. De los saberes populares en cada mañana, del té compartido, de los mates dulces...”, afirma Alicia Talsky.

 

Fue directora del Museo Histórico Provincial hasta diciembre, cuando se jubiló. Su despedida fue rodeada de afectos -muchos, genuinos- que la acompañaron durante su paso por la institución de San Martín 1470. Entrevista a Alicia Talsky, la capitana que supo dar el golpe de timón necesario para adaptar el museo a los tiempos actuales.

TEXTO. NATALIA PANDOLFO ([email protected]).

Quizás porque ingresó al museo en 1978, cuando el país se ahogaba con el aire espeso de la dictadura. Quizás por ser hija de un director de escuela que ante el menor conflicto proponía una reunión para que todos se escucharan. Quizás porque le tocó atravesar un tiempo en que la institución museo tuvo que sacudirse la modorra y adaptarse a la autopista de la historia sin perder la mística del camino de tierra. Quizá porque no es de la nobleza, pudo darse el lujo de revisar la historia con lupa, sin caer en lugares comunes ni en adulaciones berretas, sosteniendo la mirada crítica sobre todos los temas y personajes.

Quizás por todos esos caminos Alicia Talsky se convirtió en una de esas personas cuyo nombre se asocia indefectiblemente a un lugar. Por más que reniegue, desde siempre, para mantener el perfil bajísimo. Por más que su lema sea trabajar en equipo y fomentar consensos. A los 58 años acaba de estrenar su carné de jubilada después de 39 años de trabajo en el Museo Histórico Provincial Brigadier Estanislao López, al que ingresó como secretaria y del que egresó como directora.

- ¿Cómo era el trabajo entonces y qué diferencias trajo el paso de los años?

- Mis primeras tareas fueron secundar las indicaciones del director, Leo Hillar Puxeddú, y redactar notas. Muchas veces él me dictaba, luego ya me fue pasando el tema y yo las escribía. Escribíamos en una Remington, con carbónico, algo impensable en los tiempos que corren. Poco a poco fui sumando más labores relacionadas con contenidos históricos. Junto con Jorge Guillén, quien fue el “culpable” de mi presentación al concurso, organizábamos cosas que nos parecían “aventuradas” para un museo de fines de los 70: ciclos de cine francés o italiano, itinerarios históricos por los lugares del área fundacional... El director se hacía eco y, además, propiciaba mucho el acercamiento del museo con la escuela.

CAMINO AL ANDAR

En los años de plomo, Alicia atravesaba la puerta principal con el moderado objetivo de cambiar el mundo. “Para eso había estudiado historia”, se ríe. “El primer desafío para mí fue aprender sobre el enorme y complicado universo del acervo, y simultáneamente compatibilizar mi ideología y mis propósitos con un ámbito que era considerado meramente como espacio de relato, conservación y exposición”, dice.

Por suerte, los cambios de paradigma en la historiografía y en la museología contribuyeron a abrir brechas para pensar los museos y sus funciones con mayor amplitud. “No es tan fácil cambiar el mundo, pero al menos se habilitaba lentamente la posibilidad de andar ‘transgrediendo’ paredes cada tanto”, sostiene.

La inquietud, la rebeldía, las preguntas de fondo eran la llama que azuzaba los debates con el director. “Fue polémico pero formativo, porque eran conversaciones planteadas con respeto, confianza y cordialidad. Discutíamos sobre las publicaciones, las muestras, los ciclos de charlas. Esas cuestiones que hacen a la producción fueron integrándose como parte de la tarea de equipo del museo. Compatibilizar ideas diversas, abrir puertas a pensamientos dicotómicos, contar ‘la otra historia‘, atraer nuevos públicos”, enumera, como quien pasa revista a sus mandamientos existenciales.

La tecnología fue poniendo nuevas herramientas al servicio del trabajo. A veces eran prontas y accesibles; otras, llegaban luego de trámites más largos que la historia misma. “No imagino cómo inventariábamos, producíamos carteles, informes, cartillas, sin computadoras. Todavía queda pendiente agregar una con formato interactivo para el público en las salas de visitantes”, dice.

La mirada hacia atrás arroja también etapas complicadas a la hora de sortear problemas de recursos humanos, tales como carencia legal de estructuras durante décadas. “El personal se jubilaba o enfermaba y no había renovación. Se recurría a Planes PEL para poder garantizar los horarios de apertura, las tareas de conservación y algún área de investigación, además de fototeca y biblioteca. Luego hubo pasantías y apareció lo que fue, en su momento, una gran solución: las horas cátedra”.

Otro de los desafíos fue generar espacios museales que jerarquizaran las piezas: ir aggiornándose, dentro de los límites que impone una casona del siglo XVIII, con lo bueno y lo complicado que ello trae aparejado. “La idea fue repensar el modo de captar colecciones que no sólo representaran a los personajes célebres. Hacer hablar a los objetos existentes sobre costumbres y rituales, y no sólo sobre acontecimientos”, fundamenta. Y pone un ejemplo: “¿No es acaso más interesante conocer cuándo se usaron las cámaras de estudio, cómo y por qué el abanico del siglo XIX tenía un lenguaje, quiénes trabajaron en la factura de un bargueño estilo pie de puente, que conocer en detalle los apellidos y prosapia de sus dueños?”

ESTELAS EN LA MAR

Uno de los nombres que surge en la retrospectiva es el de Julio Tochi, con quien trabajó desde los años 80 y quien fuera su secretario desde 1994, cuando ella asumió la dirección. Con él llevaron adelante la puesta y montaje de decenas de muestras temporarias, la transformación de la muestra permanente y la conformación de una nutrida Fototeca.

- ¿De quiénes aprendiste a lo largo de tu carrera?

- Aprendí mucho de aquellos debates con el director y también de las veces que don Bernardo Alemán me invitaba a formar parte de la Junta y yo le explicaba: “O gestiono, o investigo”, y eso me hacía merecedora de una tierna y sustanciosa réplica de su parte. Aprendí de cada uno de mis compañeros. De los saberes populares en cada mañana, del té compartido, de los mates dulces. De las tensiones por el estilo para limpiar una ventana, asignar el sitio correspondiente a un cuadro, prediseñar la ubicación de mobiliario, poner en valor un nuevo espacio para el siglo XX. Conrado, Elisa, Elsa, Tona, Jorge, Mary, Tincho, Griselda, Natalia, Julio, Esmeralda, Cristian, Mariano, Zuni, Daniela, Norberto, Susana, Rosa, Taty, Evangelina, Nidia, Daniel, el “multirubros” Patricio, Analía y Lucía, Sole y Romina... De todos ellos aprendí, y aprendí muchísimo, como sucede en cada proceso que implica construcción cotidiana.

También, con altibajos, aprendí de muchos funcionarios con oído atento y resolución: desde Jorge Guillén a José María Junges, de Julio De Zan a Florencia Lo Celso, de la tenacidad obsesiva de Coco Sahda por hacer de lo cultural un hecho concreto, cotidiano y apropiable; de su precursor trabajo, en los primeros diseños de estructuras (lamentablemente no concretados por el estado provincial en aquel momento). Desde Miguel Martín con su diagnóstico necesario a Esmeralda y sus reuniones periódicas en la avidez de consensuar políticas; de las esporádicas charlas y alguna que otra fuerte discusión con don Bertone al incansable llamado a la tarea novedosa de Tuty (‘Pongamos flores, generemos tardes de museos, ofrezcamos diversidad en las asociaciones’). Y ya en 2008, la serenidad mesurada de compartir tareas con un escritor que elijo y releo: Carlos Bernatek.

Ha sido luminoso, en lo personal, conocer a Chiqui González, mix singular de poesía, derecho, experiencia en gestión de centros culturales, memoria, creatividad y atención idéntica frente a lo pequeño y lo enorme. También, seguramente he aprendido de Pedro Cantini, con quien caminamos particulares coincidencias y algunos debates metodológicos. Y de mi último “jefe”, Roberto Magnin, que ante mis propuestas y envíos de plan de actividades, con gran sonrisa, me señalaba: ‘Qué zurdas tus ideas siempre”.

Aprendí en el día a día, en los pequeños y grandes temas, de un colega admirable y amigo querido: Luis María Calvo, y también en los cafés con amigas entrañables con actividad similar, como Paula Busso y Titi Di Biasio.

Aprendí de todos y cada uno de los disertantes que ofrecieron sus saberes y sus dudas en talleres, presentaciones de libros, debates, ciclos anuales, jornadas. Y también de los coautores y partícipes en el proyecto “audioguía”, con quienes trabajamos un año en el “dar a luz”.

Han sido tantos los expertos, que representaré a todos en aquellos que en reiteradas ocasiones ocuparon las mesas: Darío Macor, Chichita Wilde, Adriana Collados, Darío Barriera, Luciano Alonso, Leticia Chirinos, Virginia Pisarello, Hugo Ramos, Geraldhyne Fernández, Juan del Pazo, Sol Lauría. En modo especialmente representativo, Cacho Sanagustín, en aquellas inolvidables jornadas destinadas a los diez años de la inundación 2003.

Aprendí en la convivencia con las asociaciones, imborrables recuerdos de los papelitos y gestiones de Tere Codoni, las visitas ejecutivas de Emilio, la conducción férrea de Silvia, la tarea organizada de Lucy, la impronta de historiador aficionado de Juan y el impulso fervoroso de Beatriz.

Aprendí, además de mi padre, de mi cónyuge y de mis dos hijos que, en sus rubros profesionales y estilos propios, venían a resultar un buen combo para ciertas encrucijadas, incertidumbres o contradicciones en los espacios de trabajo”.

VERSO A VERSO

Alicia lee y prefiere los lugares próximos y tranquilos para viajar. Cocina con cierto estilo y piensa que esta nueva etapa es una buena oportunidad para retomar los talleres de teatro con Raúl Kreig. Pero su interés repica por los barrios, por la problemática social, por las inequidades de siempre. De hecho, colabora con la gente del MOI, Federación de Cooperativas Autogestionarias, y con Manzanas Solidarias. “Me obsesiona la posibilidad de interpretar, desentrañar el cómo, ayudar. Aunque el aporte sea ínfimo, me interesa colaborar para combatir la creciente injusticia que anida en nuestras sociedades. Es una preocupación que acompaña algunas de mis lecturas, de mis consultas y búsquedas”.

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En equipo: una imagen que sintetiza su trabajo en el Museo Histórico. Foto. Mauricio Garín.

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Una postal distinta frente al edificio del barrio Sur, en la última edición de la Noche de los Museos. Foto. Mauricio Garín.

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Personal, colaboradores y actores caracterizados en una de las ediciones de Atardecer de los Museos.