Teresa, de Ávila para el mundo

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Santa Teresa de Jesús, en el lienzo pintado en Santa Fe por Sor Josefa Díaz Clucellas, que se conserva en el Colegio de la Inmaculada Concepción.

por Antonio Camacho Gómez

En mis presentaciones públicas como recitador, cuando me parece oportuno, interpreto el “Soneto a Cristo Crucificado”, que durante muchos años fue atribuido a Santa Teresa de Jesús -Teresa Sánchez Cepeda Dávila y Ahumada- la doctora española de la Iglesia de cuyo nacimiento se cumplen quinientos años. Razón por la cual tanto en España como fuera de ella, se está preparando un amplio programa de actos culturales, sin excluir la visita a Ávila, donde vio la luz la santa del Papa Francisco.

Más allá del poema de referencia, que la crítica moderna ha considerado que no le pertenece a la reformadora de la Orden del Carmelo, a lo cual agrego que hay hagiógrafos que citan a Fray Luis de León como su autor, quiero detenerme, aunque no con la profundidad que demanda su vasta obra, cartas incluidas, y su interesante existencia, en algunos aspectos de su personalidad y circunstancias orteguianas.

Santa Teresa, la de “Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa, Dios no se muda, con la paciencia todo se alcanza, quien a Dios tiene todo le alcanza, sólo Dios basta” -lo transcribo de memoria-, la misma que dijo: “Entre los pucheros anda el Señor”, caminante sin desmayos, fue tan enérgica cuanto disciplinada en el trato con las hermanas conventuales, aunque discreta y sencilla. Ejemplo para todas -algunas de ellas aristócratas-, viajó de un lado para otro con riesgo de salud, en ocasiones muy precaria, en visita a las casas que fundó. De aquí su “Libro de las fundaciones”.

Sus momentos de éxtasis no mermaron una vida de constante acción y dolorosos contratiempos dentro y fuera de los conventos, ni decayó su coraje para enfrentar injustas actitudes de dignatarios eclesiásticos. En este punto resulta ilustrativo lo expresado por Escrivá de Balaguer, hoy santificado, ante tres mil personas en una visita que realizó a San Pablo, Brasil, en 1974. Dijo que los contemporáneos de Santa Teresa la criticaban señalando que trasladaba a las monjas de una casa a otra para “hacerlas malas”. O sea, que la trataban de... “ustedes ya me entienden”, concluyó. En este sentido su “Libro de las misericordias de Dios” muestra tanto su viva imaginación, su clara inteligencia, como su temple admirable.

Junto con San Juan de la Cruz, su confesor, reformador de las Carmelitas Descalzas, cuya poesía excelsa se inspira en el bíblico “Cantar de los cantares” constituyen las cumbres de la mística hispana. El autor de “Noche oscura del alma”, que pone en evidencia los momentos confusos en la existencia de los consagrados a Dios madre -Teresa de Calcuta también los padeció-; teólogo de fuste, ayudó a la santa abulense en las tribulaciones que nunca le faltaron hasta su muerte en 1582, a los sesenta y siete años. Sin embargo, su carácter, firme como una roca, anclado en sus arrobamientos divinos, le permitió enfrentar las presiones de gente poderosa en los niveles laicos.