Tribuna política

Vergüenza institucional

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Indignación. El paso del cortejo fúnebre de Alberto Nisman por numerosos barrios de Buenos Aires, mostró una mezcla de respeto y adhesión pública a la tarea del desaparecido fiscal y de repulsa al poder. Foto: EFE

por Carlos Carranza (*)

La tragedia irrumpe nuevamente en la “llamada” historia nacional y amenaza con quedarse por largo tiempo. Desde el momento en que Lisandro de la Torre denunció en el Senado de la Nación los negociados con los ingleses por las exportaciones de carne, y en el recinto fue acallado mortalmente su compañero de banca por Santa Fe Enzo Bordabehere, la saga de crímenes en busca de silencio no han parado de ocurrir. Luego todo se quiso explicar, y hasta hasta algunos justificar. Mucho antes silenciaron a Moreno y a tantos otros que han tenido el valor de defender la libertad y la verdad al costo de sus vidas. Así hemos ido construyendo un país al margen de la ley, somos autoexiliados que convivimos intramuros sin saber tan siquiera la razón de tanta violencia y de tanta impunidad. La razón es la injusticia, la barbarie, la intolerancia, la violencia que ha producido el relato oficial, y que terminó abriendo una profunda división en la sociedad argentina. No hay otra. Las víctimas hablan fuerte y gritan su dolor por un nuevo ataque al Estado de derecho, al sistema democrático y a la salud de la república.

La dinámica propia de los servicios hizo que el 28/3/2005 el fiscal Eduardo Taiano no apelara el último día del plazo legal el fallo del juez Julián Ercolini que sobreseyó al matrimonio presidencial en la causa por enriquecimiento ilícito. Ese día le secuestraron a su hijo durante unas horas y lo llamaron por teléfono para que no se equivocara respecto de lo que tenía que hacer en el expediente en cuestión. Nunca antes había sucedido algo así en nuestro país, y nadie dijo nada. Después vino lo de Boudou y con ello el descalabro institucional y el ataque sin limites al Poder Judicial de la Nación. Y poco a poco nos fuimos acostumbrando a todo. Los límites se habían corrido peligrosamente.

Todo se ha agravado a partir de que el jefe del Ejército ahora es quien comanda la inteligencia nacional al servicio del modelo; y, sobre todo, a partir de un secretario de Seguridad que apareció en la escena del crimen en forma instantánea, antes de que el juez o la fiscal de la causa se hicieran presentes. La acción, más allá de las explicaciones, buscaba “asegurar las evidencias” e informar a Olivos de que todo estaba controlado. Algo parecido había ocurrido el 19/12/14 cuando este personaje apareció en moto y enseguida se encontró un casquillo servido de bala cerca del cuerpo de Mariano Benedit, que nadie había encontrado hasta entonces. Los espías no dejan nada librado al azar, pero su presencia en el domicilio de Nisman no ayuda ni aclara, más bien confunde, distorsiona y manipula. La preservación de las pruebas está en dudas y otro crimen puede quedar impune.

Nisman murió, ya no interesa si fue por su propia voluntad o la de un tercero, murió porque comprobó la existencia de una pista fuerte respecto del atentado contra la Amia ocurrido el 18/7/94, y además estaba en condiciones de demostrar que el pacto con Irán se había hecho a cambio de la impunidad de algunos de sus principales dirigentes. Esas son las condiciones objetivas de su muerte; o, si se quiere, la situación de “contexto”, parafraseando a la decana de la Facultad de Periodismo de La Plata, Florencia Saintout. Pero lo más trágico es que murió luego de imputarle un delito a la presidente de la Nación y a su ministro de Relaciones Exteriores.

Nisman murió -además- porque estaba condenado a muerte por el régimen de Ahmadineyad. Y aún así Timerman quería que fuera a Teherán a tomarle declaraciones a los imputados. Nisman murió por la indolencia y la desprotección de la jefa de los fiscales, Alejandra Gil Carbó, quien jamás puso nada del Ministerio Público a favor del esclarecimiento del atentado contra la mutual judía. Nisman murió porque todos los funcionarios de primera línea del gobierno nacional salieron a desacreditarlo en lugar de contestar los interrogantes que su denuncia plantea, y murió horas antes de exponer en el Parlamento sobre las pruebas que tenía colectadas en respaldo de su postura incriminante hacia Irán. Estas dudas y preguntas están más que vigentes, y deben ser respondidas.

Los que votamos en contra del acuerdo con Irán, estamos ahora más que claros, queda la duda de quienes lo votaron a favor, y esas dudas son las que deben explicar al pueblo argentino y al mundo entero. La propia Cámara Federal lo declaró inconstitucional, y la colectividad judía no cesará en su intento de esclarecer lo sucedido en las dos tragedias, la voladura de la Amia y la muerte del fiscal Alberto Nisman; su lucha legendaria es nuestro reaseguro de que nada quedará impune. El pueblo judío lo es, no “a partir” de los sucesos que han soportado a lo largo de una historia de violencia, discriminación y de muerte durante siglos, sino “a pesar” de ello, y la unidad en el eterno reclamo de justicia nos tranquiliza de alguna manera, porque todos los cristianos la perseguiremos, como dice la Biblia.

Los “estoicos” sostenían que la expresión más sublime de la libertad del hombre es la posibilidad de elegir su propia muerte, y sin saber todavía lo verdaderamente ocurrido el último domingo, sólo pedimos que no se investigue a la víctima, como se observa en algunos funcionarios que salen a preguntar por qué el fiscal volvió antes de sus vacaciones, como si ello fuera motivo suficiente para una muerte inevitable. O las revelaciones intrascendentes.

La mitología griega nos recuerda a Ícaro, a quien por acercarse demasiado al Sol se le derritieron las alas. Y eso fue lo que pasó con Nisman cuando se acercó demasiado a la verdad. El fiscal federal imputó a la más alta magistratura del delito de encubrimiento, y así lo denunció, pagándolo con su vida.

Las escuchas que aún están en poder de varios funcionarios y ex funcionarios dan pistas importantes, pero los paralelismos no siempre tienen el mismo final. Al presidente Nixon se lo involucró en un caso de escuchas ilegales y renunció a su cargo tras el caso “Watergate”, Pero Cristina Fernández no es Richard Nixon ni Héctor Timerman es Henry Kissinger. Algunos toman decisiones que los enaltecen, otros eligen el crimen, la oscuridad, el silencio, el Facebook o el Twiter, en definitiva eligen ser cobardes, nada más que cobardes.

La situación de “contexto” es la que surge de nuestro nuevo alineamiento internacional, el lugar al que fuimos a parar por consejo de Hugo Chávez, que nos acercó al régimen iraní. A partir de allí el gobierno argentino quedó sometido y condicionado a un sistema que le impide tan siquiera repudiar al terrorismo internacional y a sus actos vandálicos. La tibia y formal postura presidencial ante lo sucedido en París hace pocos días lo confirma. Pero el mayor legado que nos deja esta extraña muerte de Nisman es el ejemplo de no rendirse ni doblegarse ante nada ni nadie, mucho menos cuando se usan la infamia, la calumnia y las amenazas para encubrir a los culpables de un atentado que nos atormenta y nos avergüenza, porque luego de 20 años no se ha esclarecido. Ésta es una afrenta a los argentinos y una mácula para la Justicia.

Sin embargo, las mafias no ganarán. Alberto Nisman ha sido un hombre cabal y valiente, que hizo su trabajo a lo largo de casi 10 años y pagó con su vida la actitud de un gobierno que quiso cambiar sangre por petróleo, dignidad por olvido, impunidad por dólares, humillación por manipulación y la vida por la muerte. La elección de Cristina Fernández de Kirchner nos avergüenza, y mucho más cuando teniendo que darnos las respuestas a los interrogantes que planteó el fiscal Nisman, se victimiza, confunde y deforma, hace conjeturas, dice vaguedades e hipotetiza conspiraciones que sólo demuestran una rara manera de entender la política. Sólo la verdad nos hará libres; ya que la mentira nos hará cada día más esclavos.

(*) Ex Diputado nacional de la provincia de Santa Fe por el frente peronista

 

La situación de “contexto” es la que surge de nuestro nuevo alineamiento internacional, el lugar al que fuimos a parar por consejo de Hugo Chávez, que nos acercó al régimen iraní.