editorial

Nacional populismo y teología del poder

  • Para esta concepción, el número es un absoluto que desliga al gobierno elegido por la mayoría de la participación legítima e institucional de la minoría; de sus propuestas y objeciones, vistas como “intromisiones”.

hace rato que la Argentina se convirtió en un país raro, fenómeno que acentuó sus aristas anómalas con los gobiernos kirchneristas, en especial los correspondientes al ciclo de Cristina. Y sobre todo desde 2011, cuando tras ganar con el 54 por ciento de los votos, la presidente se sintió habilitada a “ir por todo”.

Es que la absolutización del valor del número es un recurso habitual de los gobiernos autoritarios, que lo usan para justificar sus desmadres institucionales. Invocan a la democracia pero sólo enfatizan el valor de la mayoría, al modo antiguo, olvidando que hoy, más que como la forma de gobierno clasificada por Polibio; la democracia es una forma de vida que está contenida en el moderno Estado de derecho e incluye a la arquitectura republicana en el desarrollo del edificio constitucional.

Sin embargo, para el nacional populismo el número es un absoluto que desliga al gobierno elegido por la mayoría de la participación legítima e institucional de la minoría; de sus propuestas y objeciones, vistas como “intromisiones”, aunque el conglomerado opositor represente al 46 por ciento de los electores. Por eso no hay diálogo. Para el mandamás hablaron las urnas, y está todo dicho. “Tengo el mandato y lo ejecuto a mi manera”. Es una interpretación que pasa por alto la evolución institucional de las modernas democracias occidentales. Sobre todo, la progresión de los últimos 300 años, con la separación de poderes del Estado y el sistema de pesos y contrapesos en busca del balance institucional que asegure la participación positiva de las minorías y la consiguiente acumulación de capital intelectual, cultural y social derivada del completo aprovechamiento de la capacidad creadora de un país.

Pero la democracia argentina es débil y lábil, imperfecta y “delegativa”, al decir del recordado politólogo Guillermo O’Donell. Privilegia el corto plazo, la voz circunstancial del bolsillo, los intereses de sector, cuyas expresiones extremas son la secta y la facción -tan visibles hoy día-, suma de vicios y distorsiones que obstaculizan las construcciones de largo plazo. Por eso no hay políticas de Estado, concepto que puebla los discursos vacíos de los especuladores políticos. Una política de Estado demanda diálogo y acuerdo, y el subsiguiente compromiso confiere previsibilidad, sostenibilidad y gobernabilidad. Pero esto poco importa a los rapaces “refundadores” del Estado, que periódicamente intentan remover los límites institucionales que frenan sus pulsiones discrecionales y arbitrarias. Por eso odian la Constitución, y la manipulan mediante interpretaciones extravagantes convalidadas por el número legislativo, que se subordina al diktat del jefe al que delega su función.

También por eso el diálogo es imposible, ya que la verdad revelada del jefe, como deificado intérprete de la voluntad popular, suprime toda voz que no sea la suya, aunque en su discurso clame la importancia de que se escuchen todas las voces. En este punto, la política se acerca a la teología; a una religión del poder.

Para el nacional populismo, lo único que importa es el poder, y para mantenerlo, cualquier procedimiento o interpretación es válido, aunque contradiga de modo flagrante lo que se sostenía el día anterior. Pongamos un ejemplo: para el kirchnerismo, la magnitud del triunfo electoral de 2011 le daba vía libre para ir por todo. Pero nada cambió cuando en 2013, en las elecciones de medio turno, el Frente para la Victoria obtuvo menos del 34 por ciento de los votos, con una pérdida de veinte puntos respecto de 2011. El electorado había hablado nuevamente. Pero el gobierno no escuchó, y avanzó con todo tipo de sesgadas reformas de fondo. En ese momento, la patraña de un populismo que ignora al pueblo quedó expuesta a la luz del sol.

Para el kirchnerismo, la magnitud del triunfo electoral de 2011 le daba vía libre para ir por todo. Pero nada cambió cuando en 2013 tuvo una pérdida de votos de veinte puntos.