editorial

Un silencio que hará mucho ruido

  • La presidente y el oficialismo legislativo le han negado de modo sistemático la palabra a la oposición en los ámbitos institucionales.

“Cállate o di algo mejor que el silencio” aconsejaba a sus discípulos el filósofo y matemático Pitágoras de Samos en el siglo VI antes de Cristo.

Días pasados, en la segunda década del siglo XXI, la presidente Cristina Fernández de Kirchner, les dijo a sus juveniles militantes que hacían pogo y desafinaban en la planta baja de la Casa Rosada: “Nos quedamos con el canto, con la alegría, y a ellos les dejamos el silencio. Siempre les gustó el silencio; ¿saben por qué? porque no tienen nada que decir o porque no pueden decir lo que piensan”.

Se sabe que las contradicciones son una constante en el discurso presidencial, incluso entre párrafo y párrafo de una misma intervención. Esta vez no fue la excepción. La presidente que monopoliza la palabra y que rechaza el diálogo con cualquier otro que piense diferente, fustiga con su comentario el silencio de aquellos a quienes nunca quiso escuchar.

Es curioso, el Congreso, el Parlamento, el lugar donde hablan los representantes del pueblo y los Estados provinciales, tuvo el año pasado contadas sesiones ordinarias. La presidente y el oficialismo legislativo le han negado de modo sistemático la palabra a la oposición en los ámbitos institucionales. Y esa negación comporta una forma de muerte. Como no se atreven a la eliminación física, la cancelación se produce en el terreno político e institucional a través del cepo a la palabra.

La presidente no habla con “la Opo” ni tampoco con ciudadanos críticos porque dice tener convicciones innegociables. Por lo tanto, un diálogo no sería una oportunidad superadora sino una pérdida de tiempo. Pese a ello, les imputa que no tienen nada que decir, a diferencia de ella, que esparce verdades de a puño por cadena nacional mediante soliloquios narcicistas y autocomplacientes.

Su actitud recuerda a la del califa Omar, gobernante islámico del siglo VII que ordenó la destrucción de los manuscritos la biblioteca de Alejandría. Dicen que dijo en esa triste oportunidad: “Si no contiene más que lo que hay en el Corán, es inútil, y es preciso quemarla; si algo más contiene, es mala, y también es preciso quemarla”. Y el fuego consumió con rapidez buena parte de la sabiduría antigua.

El espectáculo se repetiría luego una y otra vez. Basta recordar la quema de libros de los nazis o el secuestro y destrucción de libros durante el proceso militar argentino. Para los absolutistas, los integristas, los totalitarios, la palabra del otro es una disonancia peligrosa. Por eso, hay que acallarla.

En la Argentina, la descalificación de las voces críticas ha sido permanente. La presidente y sus voceros han atacado y escrachado -y lo hacen a diario- a periodistas, jueces, políticos opositores, empresarios, dirigentes sindicales y sociales, que denuncien irregularidades del gobierno o simplemente se atrevan a discrepar públicamente con sus políticas.

Pues bien, ahora, por un hecho de extraordinaria dimensión pública, que afecta al Estado y pone a la sociedad en riesgo de indefensión, muchos argentinos condenados al silencio por la indiferencia militante del gobierno han reaccionado, y le harán sentir a la presidente el efecto que causa ese recurso.

Los que desde hace años quieren ser escuchados sin que se los atienda, esta vez callarán de manera organizada y marcharán para expresar su homenaje a un fiscal que se atrevió a romper el silencio al costo de su muerte, y para canalizar de modo civilizado las broncas acumuladas en sus alforjas.

Cristina, acostumbrada a los discursos y a las refutaciones desde tribunas rodeadas de acólitos, vivirá la experiencia del más profundo silencio, de la insoportable sensación de vacío que produce la ausencia de palabras, de esa aproximación a la nada que siente cada día buena parte del pueblo argentino. El próximo miércoles, el silencio hará mucho ruido en el escenario social y político de nuestra Nación.

Los que desde hace años quieren ser escuchados sin que se los atienda, esta vez callarán de manera organizada.