editorial
Fútbol y propaganda
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Fútbol y propaganda
Con la primera fecha del campeonato de fútbol se ha puesto en marcha, también, la más importante maquinaria de propaganda política en favor del gobierno nacional.
Si hasta aquí Fútbol para Todos daba a la Casa Gris cada fin de semana 20 horas de telespectadores captados por la magia de la pelota, en este torneo de 30 equipos ése será el número de horas para divulgar -con fondos públicos- las posiciones del oficialismo.
Sobre las relaciones entre el fútbol y el poder, siempre es válido recordar el uso que la dictadura militar dio al campeonato mundial de 1978, mientras se cometían crímenes de lesa humanidad. Y mucho podría teorizarse sobre la alienación en la sociedad de masas, los temores orwellianos y los infiernos goebbelianos (en Argentina bien cabe el término apoldiano). Sin embargo, frente a los mensajes propagandísticos actuales, la mayoría de ellos burdos y maniqueos, huelga el análisis elaborado. Son contenidos tan opinables, tan ajenos a la realidad que seguramente -en muchos casos- han de provocar el efecto contrario. Los propagandistas parecen partir de la peregrina idea de que la gente puede perder su sentido crítico.
Primero, la propaganda se limita al entretiempo, sólo 15 minutos (mientras los jugadores descansan). Después, de contrabando, bajo la pretensión de que se adelantan informaciones que han de ser ampliadas por la TV Pública, aparecen para la inevitable lectura de los telespectadores una serie de títulos cargados de optimismo sobre la realidad argentina.
Esa información, discutible, es directamente falsa. Llega so pretexto de informar, pero si en la primera fecha se ha procesado por presunto encubrimiento nada menos que a la presidente de la Nación, esa información no será de suficiente importancia como para empañar el entretenimiento favorito de los argentinos.
La sujeción actual del fútbol al poder político avanza sobre el límite de lo ridículo. Los comentaristas mezclan consignas kirchneristas con las circunstancias del juego, se hace evidente la cultura del conformismo, tan característica de esta época. Los relatores de la TV oficial muy rara vez caen en los encendidos reproches a los árbitros, los que por otra parte, abundan en el resto del periodismo deportivo. La adhesión a las autoridades se extiende en cada partido. Más aún, la violencia en las tribunas, no se transmite, por el contrario se oculta, como cualquier otro elemento negativo, aunque se trate de un hecho visible.
Si el gobierno nacional cumpliera al menos con las formalidades de sus propios proyectos, el esfuerzo estatal de poner en las pantallas una producción cara, en cada uno de los estadios donde se juegue el torneo de la A, éste debería constituir el soporte de campañas de educación de todo tipo, para que los ciudadanos conozcan mejor sus derechos, para concientizar a los adultos sobre lo importante que es lograr mejores niveles de educación, hacerse cargo de los niños, atenderlos en sus necesidades inmediatas, vacunarlos o insistir sobre asuntos urgentes, como los de evitar accidentes de tránsito. Esas propuestas en favor de promoción social, inclusión cultural, educación y de la creación de ciudadanía en definitiva no se cumplen.
Bueno sería que los argentinos debatiéramos en estos momentos cómo financiar mejor, como bajar los gastos o cómo hacer menos oneroso al fútbol por TV abierta. Y, también señalar los abusos en el uso de los medios públicos de comunicación, para estar prevenidos y que el próximo gobierno no los repita.
Los propagandistas parecen partir de la peregrina idea de que la gente puede perder su sentido crítico.