Las distintas caras de Marrakech

Juan Ignacio Incardona es un periodista freelance. Hace un año comenzó un viaje de 8 meses por el continente silenciado: África. La puerta de entrada fue Marrakech, una ciudad atrapante. Ya de vuelta en Argentina cuenta la travesía en Revista Nosotros.

TEXTOS Y FOTOS. Juan Ignacio Incardona ([email protected]).

Las distintas caras de Marrakech

Cae el Sol. Los carros tirados por caballos se mezclan con los autos, las motos y las bicicletas generando caos en el tránsito.

 

Como toda ciudad, Marrakech muestra distintas caras. Según desde dónde se la mire es posible descubrir un costado particular, un rincón especial. Cada callejuela de adoquines, cada pasadizo estrecho repleto de tiendas y gente que va y viene conduce a una Marrakech diferente, atractiva, atrapante.

La parada obligada de todo visitante es la plaza Yamaa el Fna, un lugar increíble, de seducción permanente. Pero todo se paga, hasta mirar. Antiguamente era el lugar de encuentro de los primeros pobladores, que se juntaban cinco veces al día para ir a rezar a la mezquita principal de la ciudad, llamada Kutubía. Fue construida hace más de 900 años y hoy día sigue siendo, por una cuestión legal, el edificio más alto con su torre de 69 metros. Con el paso del tiempo, el propósito de este escenario cambió, el turismo modificó la fisonomía y el sentido de las cosas.

Las escenas en las calles resultan surrealistas. Encantadores de serpientes que tocan flautas hipnotizantes mientras que las cobras permanecen erguidas frente a ellos. Domadores de monos muestran a los pequeños animales sobre sus hombros y los curiosos les sacan fotos. La música está en todas partes, gente disfrazada con ropajes coloridos y antiguos que bailan y tocan la pandereta.

Las tatuadoras de manos son un gran atractivo. Trabajan en una de las pocas partes del cuerpo que pueden mostrar las musulmanas ortodoxas; las decoran con henna.

Las ancianas predicen el futuro junto a magos y visionarios, aglutinados en un extenso espacio de cemento sin delimitaciones claras, de forma ovalada y donde desembocan varios pasadizos de la ciudad antigua. De ahí parten (o terminan) calles asfaltadas que conducen a los sectores modernos de la urbe. Es como una desembocadura donde se mezcla y explota el tiempo, donde el pasado confunde y asombra. Y el presente golpea.

Los peatones, motociclistas y automovilistas se cruzan peligrosamente y obligan a prestar atención. Las carretas remolcadas por caballos que pasean turistas también atraviesan la plaza, incrementando el caótico escenario de ruido y tumulto. Los vendedores de CDs de música árabe recorren el alocado espacio de encuentro con carros de madera y aportan una cuota al bullicio incesable, al sonido ambiente que agobia.

CAE EL SOL

La plaza cambia de fisionomía a la tarde-noche. Los puestos de comida se montan con estructuras metálicas y lonas blancas, iluminadas por tiras colgantes de bombitas de luz amarillenta. La gastronomía local es similar en todos los puestos: sopas de verduras, “pinchos” de carne o pollo, algunos frutos de mar. Las disputas por los clientes son encarnizadas. Con la carta en la mano, los mozos van guiando al foráneo hacia su local, como mostrándole la zanahoria a un conejo. Exponen la comida y la oferta del día, para que primero entre por los ojos. Marketing popular.

El humo que generan las cocinas que se montan en medio de las carpas con grandes ollas ennegrecidas torna aún más denso el ambiente aunque el cielo esté abierto. El aire fresco del invierno marroquí se carga de olores contundentes, se meten en lo más hondo de las narices y producen saciedad, ni bien los visitantes se sientan en extensos bancos de madera en mesas compartidas.

La oferta de postres también es abundante. En los puestos, las pilas de naranjas y pomelos, prolijamente armadas, apenas dejan ver la cabeza del vendedor. Un pequeño vasito cuesta 4 dírhams (la relación con el dólar americano es de 1 a 10).

Más coloridos aun son los puestos de venta de frutos secos, con maníes, pasas de uvas, frutas disecadas, y los preciados dátiles, una de las comidas preferidas de los musulmanes. Pero lo más tentador -sin dudas- son los bombones y otros dulces, como masas finas. Se venden por pieza, en cajitas de cartón y son un manjar. Todos están al acecho del turista. Las ofertas abruman, la insistencia se vuelve un tedio. Las negociaciones son arduas y los precios varían según la cara del comprador. Las conversaciones son en distintos idiomas; la comunicación es compleja con el idioma inglés como prioritario, aunque el oficial es el árabe.

LA CIUDAD SIN LÍMITES

En las calles aledañas a la plaza, los mercados están abarrotados de puestos de todo tipo: ropa, alimentos -sobre todo frutas-, talleres mecánicos de motos (el medio de transporte más utilizado), carpinteros, artesanos y artistas. Todo está interminablemente unido en callejuelas estrechas, añejas, laberínticas, algunas cubiertas y otras al aire libre, con escasa iluminación.

Los cuadros y fotos de Mohamed VI (rey de Marruecos desde 1999, hijo de Hasan II, que gobernó desde 1961) son el adorno recurrente y llamativo de casi todos los locales.

Los puestos son pequeños depósitos donde apenas entran los materiales y productos. Son de distintos tamaños, informales, improvisados, con pintura gastada, mosaicos maltrechos, ladrillos desparejos. Por allí también pasan las motos que van tocando bocina para abrirse paso entre las carretas de mercaderías, remolcadas por burros y por hombres, y las bicicletas. Los ancianos harapientos, encorvados, piden limosnas con las palmas hacia arriba, como esperando algo del cielo.

Ésa es la Marrakech de la mezcla, de la relación desigual. Turistas de todo el mundo que van de aquí para allá con cámaras de última generación, vestimenta occidental. Al paso son tentados por los comerciantes que buscan arrancarles algunos dírhams. Es una Marrakech “forzada”.

Si bien la puesta en escena busca resaltar las tradiciones locales, la hipercomercialización de ello le resta encanto. Hay quienes ofrecen cuadros con pinturas de mujeres musulmanas cubiertas con sus burkas, mostrando sólo sus bellos ojos negros provocativos. Es un rasgo cultural y religioso que se busca explotar comercialmente. Así es el Capitalismo marroquí.

OTRAS FACETAS

En Marruecos se denomina La Medina a las zonas más antiguas de las ciudades. Toma el nombre del lugar adonde migró el profeta Mahoma luego de ser expulsado de su ciudad natal, La Meca, lo que hoy es Arabia Saudita. Atravesando el muro que bordea La Medina se pueden conocer otras facetas de Marrakech.

Por un lado está la zona moderna de la ciudad. Allí están los locales de venta de ropa de marcas que se encuentran en Europa y en cualquier metrópoli, autos de alta gama, edificios modernos con estilos occidentalizados se levantan imponentes, opulentos. El velo islámico es reemplazado por tímidos escotes. Las mujeres lucen sus rostros descubiertos.

Las calles son más amplias aunque el caos de tránsito es una constante y cruzar se torna una actividad de alto riesgo. El contraste con la plaza Yamma el Fna es notable. Parece que se camina por otro país, pero la distancia es de unos 20 minutos a pie. La globalización y el mundo occidental también llegaron a Marrakech.

Por otro lado, está la Marrakech humilde, quizáS la más olvidada. Casi en las afueras de la ciudad, en las zonas cercanas a las rutas que van a otras localidades, hay otro escenario. Calles polvorientas con asfaltos desgastados que ya son casi ripio, edificios estilo monoblocks, todos del mismo color ocre oscuro o ladrillo amarronado y grandes descampados. Es la pintura de un panorama radicalmente opuesto a la de la Marrakech moderna.

Allí las mujeres vuelven a cubrirse con burkas, mientras que los hombres usan largas túnicas. El medio de transporte son carretas, que no son más que una o dos grandes maderas sobre dos ruedas precarias arrastradas por burros. Animales que parecen estar sufriendo sus vidas.

Las miradas son de extrañeza. En esos sitios quizás se ve la Marrakech más popular, la más real o la más representativa del lugar donde vive la mayoría de la población.

Hay lugar para todos pero cada sector está claramente definido. Es difícil saber si los límites funcionan como contenedores y delimitadores sociales o sólo son abstracciones. Estas barreras que parecen dividir la ciudad pueden sortearse con facilidad si un ciudadano de a pie desea pasar de un mundo a otro.

14_SSSAMED.JPG

Impacto a los sentidos. los mercados se montan de manera precaria en la calle.

14_10906859615_O.JPG

En todas partes. Un niño pasea por las calles de Marrakech con la camiseta de Messi. El fútbol es el lenguaje mundial.

14_SSED.JPG

Accesorio en la piel. las mujeres en marrakech decoran sus manos con tatuajes provisorios de henna.